lunes, 23 de noviembre de 2020

A MODO DE BALANCE.

 



Las consecuencias de la Revolución sobre la sociedad francesa fueron, ciertamente, profundas, aunque algunas se hayan exagerado. A pesar del elevado número de víctimas (2000 nobles ejecutados y 16.000 exiliados, sobre un total de 350.000) , la aristocracia no fue destruida, ni mucho menos. Por otro lado las transferencias de propiedad fueron importantes, pero menores de lo que se pensó en un principio. Únicamente se vendieron las propiedades de los emigrados y Lefebvre calcula que la cuarta parte de las fincas subastadas fueron nuevamente adquiridas por la propia aristocracia. Mayores dimensiones tuvieron las pérdidas en el patrimonio de la Iglesia, muchas fueron adquiridas por la alta burguesía. La supresión del diezmo si que tuvo efectos económicos inmediatos para la iglesia y para los campesinos.


Las clases adineradas (auténticas triunfadoras de todo esto) aprovecharon la coyuntura favorable para incrementar sus propiedades. Fueron pocos los campesinos que puedieron acceder a la propiedad de la tierra, de manera que los braceros siguieron siendo mayoría. Campesinos propietarios y burgueses adinerados vieron aumentar sus tierras. No obstante no debemos pensar que la estructura social francesa permaneció inmutable. La abolición de los privilegios, la supresión de las justicias señoriales, la unificación de los impuestos significaron cambios profundos, aunque se mantuviera relativamente estable el régimen de propiedad.


En la esfera de la política asistimos al nacimiento de una nueva Europa, con constituciones que limitaban el poder de los soberanos, y recogían los principios básicos del liberalismo: división de poderes, elecciones, partidos, periódicos. La herencia de estos seis años (1789 – 1795) de historia de Francia se percibe en toda la historia contemporánea de Occidente.


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