lunes, 22 de octubre de 2012

GERMANIA DE TÁCITO (VI)



15 Cuando no guerrean, se dedican algo a la caza, pero pasan la mayor parte del tiempo sin ocuparse de nada, entregados al sueño y a la comida. Los más valientes y belicosos entregan el cuidado de la casa, el hogar y los campos a las mujeres, ancianos y a los más débiles de la familia, mientras ellos languidecen: sorprendente versatilidad de carácter, que hace que los mismos hombres gusten así de la ociosidad y odien la paz.
Las comunidades tienen la costumbre de llevar a sus jefes, voluntaria e individualmente, algún animal o producto del campo, lo que, recibido como homenaje, ayuda de paso a sus necesidades. Sobre todo les gustan los regalos de los pueblos vecinos, que les son enviados no sólo por cada individuo, sino incluso a título oficial: caballos escogidos, excelentes armas, jaeces y collares. Actualmente les hemos enseñado también a recibir dinero.
16   Es de sobra conocido el que los pueblos germanos no habitan en ciudades; ni siquiera soportan que sus casas estén agrupadas. Dispersos y separados, viven donde les haya complacido una fuente, un campo o una arboleda.
No levantan sus aldeas como nosotros, con edificaciones juntas y apoyándose unas en otras; cada cual deja un espacio libre en torno a su casa, bien como remedio frente al peligro de incendio, bien por desconocer la técnica de la costrucción. Ni existe en ellos el uso de la mampostería o de las tejas: utilizan para todo un material tosco, sin pretensiones estéticas u ornamentales. Cubren algunos lugares con un estuco tan fino y brillante que semeja pintura y dibujo de colores.
Tienen la costumbre de abrir cuevas subterráneas y ponen encima gran cantidad de estiércol: refugio para el invierno y almacén para las cosechas; este tipo de lugares suaviza el rigor de los fríos y, si alguna vez llega el enemigo, saquea lo que está al descubierto, pero lo oculto y enterrado les pasa desapercibido, o bien precisamente el tener que buscarlo impide su descubrimiento.  
17      Su vestimenta habitual es un sayo, sujeto con una hebilla, o, en su defecto, con una púa; sin más abrigo, se pasan todos los días a cubierto, junto al fuego del hogar. Los más ricos se distinguen por su vestidura, no flotante, como la de los sármatas y partos, sino ajustada y que deja adivinar todos su miembros. Llevan también pieles de animales, sin cuidado los ribereños, con más esmero los del interior, porque la falta de relaciones comerciales no les da otra posibilidad de atavío. Eligen animales y entremezclan las pieles que les quitan con pieles de otros que produce el Océano exterior y sus desconocidas aguas.
La indumentaria de las mujeres no difiere de la masculina excepto en que aquellas van cubiertas más a menudo con mantos de lino adornados con franjas de púrpura; la parte superior del vestido no termina en mangas, dejando al descubierto el antebrazo, los brazos y la parte contigua del pecho. 
 

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