Entre
el año 190 a.C. y 181 a.C., según nos informan Polibio y Tito Livio
entre otros, y en años anteriores a la guerra abierta de Viriato
contra Roma, se producen movimientos anuales de lusitanos,
acompañados ocasionalmente por vetones, desde las agrestes zonas
montañosas de la Mesopotamia extremeña hasta las fértiles llanuras
andaluzas. Tradicionalmente estas expediciones se han venido
explicando desde el punto de vista de un bandolerismo
institucionalizado entre estos pueblos. La pobreza, las naturaleza
agresiva de estas gentes y la aridez de las tierras han servido para
entender este fenómeno. En los últimos tiempos se ha propuesto una
hipótesis alternativa, y más complementaria que absoluta (y
excluyente); la práctica de la trashumancia.
Jesús
Sánchez Corriendo expuso en un artículo “¿Bandidos Lusitanos o
Pastores Trashumantes?” (H. Ant. XXII. 1997) esta interesante
hipótesis, según la cual, esos movimientos de lusitanos y vetones,
junto a sus rebaños y familias, respondían a la necesidad de buscar
pastos invernales para apacentar al ganado. Por supuesto estos grupos
de población iban armados, con la intención legítima de proteger
sus ganados. La consecuencia inmediata de muchos de estos
desplazamientos, era el choque armado con el gobernador provincial de
turno. De estos combates nos informan puntualmente las fuentes
escritas de la época. “En
realidad, las gentes de las regiones más arriba del Anas y del Tajo
debían acercarse todos los años al sur en busca de pastizales donde
apacentar a sus ganados en invierno, lejos del frío de la Meseta. Si
nadie les impedía el paso hacia unas tierras a las que les llevaba
la costumbre, adquirida por prácticas tradicionales, no se
producirían enfrentamientos armados, y los desordenes se
limitarían, en todo caso, a los habituales choques de intereses con
los agricultores. Sin embargo esta práctica seminómada creaba
problemas a los gobernadores romanos porque suponía la entrada de
grupos de población ajenos al poder militar, que desestabilizaban la
provincia al quebrar las fronteras, y llevaban a cabo una actividad
económica que escapaba al control de los nuevos dueños de la
región. Por eso se les atacaba en cuanto había oportunidad, y se
les calificaba como bandidos, gentes de fuera de la ley”.
Para
Sánchez Corriendo existía además, una relación entre esta
práctica ganadera y las llamadas estelas del suroeste. “Creemos
que la relación estelas-tierras de pastos- caminos de ganado es
evidente. La funcionalidad de las estelas como anunciadoras de la
presencia próxima de los prados y como delimitadoras de las comarcas
donde se podía aprovechar el pasto, introduce un nuevo elemento a
considerar en la presente investigación sobre la ganadería
trashumante en la Antigüedad: las estelas marcarían las áreas en
que los pastores y sus rebaños podían instalarse para pasar el
invierno, sirviéndose de los pastos que allí había”.
Debemos suponer por tanto la práctica de acuerdos y pactos mutuos,
basados en algún tipo de ley no escrita, para el aprovechamiento,
más o menos comunal, de dichos pastos, por pueblos de diferente
procedencia.
Según
este último apunte ¿podemos atribuir una función similar a los
famosos verracos vetones?.
Quizás
nunca podamos afirmar a ciencia cierta la existencia de una
trashumancia a gran escala para esta época tan temprana, pero la
intuición más que la erudición nos llevan a concebir las vías
históricas (como la Vía de la Plata) como inmemoriales cañadas
para el ganado.
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