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viernes, 16 de mayo de 2025

SIGHISOARA 1431

 



La casa de la fachada amarilla, el hogar del voivoda de Valaquia Vlad II. Los sirvientes se arremolinan alrededor de la cama, una nueva vida está a punto de contemplar por primera vez la luz del mundo. Vlad camina nervioso, para arriba y para abajo, ya tiene a un heredero, su hijo mayor, Mircea, pero otro varón ayudará a cimentar el poder de los Drácula. La esposa de Vlad ha perdido mucha sangre, al tiempo que el conocimiento, el dolor se apodera de todo su cuerpo, y las parteras se emplean a fondo para salvar a la criatura. Sudores, gritos y nervios, paños calientes y un fuerte olor a placenta. A pesar de ser medio día el cielo se oscurece, las nubes cubren todo el firmamento y tapan la radiante luz del Sol. En esos momentos tres acontecimientos suceden simultáneamente: una expiración, un llanto y un trueno. El cielo descargó toda su furia virulenta, el alma de la madre abandona el cuerpo y un joven varón llega al mundo. 

Dos sirvientes apresurados llegaron al lugar donde se encontraba el voivoda. Un venía de la habitación, el otro entraba desde la calle:

- Señor, acaba de ser padre de hijo varón.

- Señor, Bárbara de Cejle, esposa del emperador ha muerto, debe acudir presto a la corte.


(Nota para el autor. O sea para mí: en estos tiempos Vlad II vive refugiado en Sighisoara, ciudad de Transilvania, esperando la oportunidad de poder asaltar el trono de Valaquia, ocupado sucesivamente por Dan II y Alejandro Aldea. ¿Quizás en algún momento Segismundo decida prestarle la ayuda necesaria).

viernes, 23 de febrero de 2024

CASTILLO DE POENARI, EL NIDO DEL DRAGÓN



Todo depredador tiene una guarida, Drácula también. Ni Bran, ni Hunedoara, ni la casa amarilla de Sighisoara. El auténtico hogar lo encontró Vlad en la soledad y la quietud de los altos riscos de los Cárpatos.





Abandonamos Curtea de Argés bien temprano, a eso de las 7.10 de la mañana (temprano desde el punto de vista de un español dormilón, pues hace rato que clarea), y encaramos la carretera que sigue paralela el curso del “rau Argés”, evocador y poético nombre. Una carretera rústica en un estado aceptable. Tras una media hora de plácido trayecto alcanzamos uno de los objetivos místicos de este viaje: las ruinas de Poenari, el auténtico castillo de Drácula. 1480 escalones y 80 metros de desnivel nos separan del Nido del Dragón. Un reto complicado y exigente, sin duda.





Justo en el lugar donde comienzan los primeros tramos de escalera, se ha instalado un camping de nombre típico (y lógico) el Camping Drácula. Unos pocos metros más atrás se levanta un hotel restaurante (con ciertos aires de resort rural), en el que la bienvenida te la da una bizarra escultura metálica del Empalador. Es la hora del desayuno y el hotel está hasta los topes de turistas (rumanos y extranjeros), deseosos de participar en la romería Drácula. Este Hotel La Cetatea (es decir, el Castillo) es un buen lugar para tomar un café expreso antes de comenzar la ascensión.





El pueblo rumano, inteligente como pocos, hace bien en aprovechar el tirón mediático de Vlad III. Aunque como he señalado (y repetiré) Rumanía tiene mucho más que ofrecer. Al final la figura del voivoda-vampiro-empalador queda reducida (y devorada) a una simple anécdota. Curiosamente Vlad III no es, ni mucho menos, el mejor de los gobernantes de la Rumanía medieval. Eso sí, ha sido el único en lograr la inmortalidad.




Cada amanecer el dragón, después de pasar la noche surcando los cielos en busca de alimento, encuentra refugio en su nido, encaramado en lo alto de una inaccesible roca, y protegido por un espeso bosque.





La escalera es cómoda, pero dura. En el primer descanso – 453 escalones, apenas un tercio – las piernas arden, y pesan más de la cuenta. El húmedo bosque, oscuro y vivo, dificulta el ascenso. Un ejercicio intenso para piernas y corazones fuertes, llenos de vitalidad. Rozando el escalón mil, las fuerzas flaquean. Venga un poco más. El tramo final, con las piernas, y toda la musculatura, calientes y el corazón a mil por hora, ha resultado más sencillo. Robé la energía a otro excursionista y experimenté una recuperación vampírica. 



Se acaba el bosque, se hace la luz y se materializa ante nuestros ojos las ruinas del Nido del Dragón. Desde aquí se dominaba perfectamente el valle del Argés, un paso natural que comunica Valaquia y Transilvania.





Sudor, sol y viento. Visitantes por doquier, es la romería Drácula, en su etapa más dura. Pisamos las mismas piedras, que con seguridad, pisó Vlad el Empalador. Este es el único y auténtico castillo de Drácula. El único del que existen registros de la presencia de Vlad III. Dos empalados de rostro inexpresivo nos reciben a la entrada de la cetatea (ciudadela). Son un par de maniquíes bastante feos y mal hechos.




La subida (por estas escaleras) es una experiencia donde se van alternando el cansancio y la lucidez, la fatiga y el vigor. Momentos de desfallecimiento que son seguidos por minutos de explosión física. Cuentan que los boyardos (y familiares) que no fueron asesinados  durante el famoso banquete celebrado en Targoviste fueron obligados a construir esta fortaleza. Sus ropas quedaron hechas harapos, muchos morían despeñados y otros desfallecían mientras acarreaban enormes piedras hasta la cumbre. A pesar de la crueldad, me parece un castigo justo para los traidores. Especialmente para aquellos que tienen las manos teñidas de sangre inocente.




Las ruinas de castillo sobrecogen, alimentan la sensibilidad humana, un lugar para la fantasía, el cuento y la leyenda, historias de caballeros y princesas, terribles relatos de horror gótico. Este castillo se ha convertido en un centro de peregrinación para rumanos y extranjeros. La historia, la leyenda, la naturaleza, fusionadas en un enclave de gran belleza para todos los sentidos, los físicos y los mentales.



Poenari es una fortaleza de pequeñas dimensiones, defendida por una reducida guarnición formada por entre 5 y 7 soldados. En el castillo podemos distinguir dos partes correspondientes a sendas fases constructivas:


  • El donjón o torre del homenaje, data del siglo XIII, muy probablemente durante el gobierno de Negru Voda.

  • Los muros y las torres semicirculares fueron construidos en el siglo XV, precisamente durante el gobierno de Vlad III.






Desde un punto de vista arquitectónico, la Torre Central presenta influencias transilvanas y los muros un estilo claramente bizantino. La fortaleza original y la primera mitad de los muros están fabricados con piedra, por su resistencia y durabilidad, mientras que la parte superior se reconstruyó con ladrillos, con el objetivo de configurar los huecos necesarios para la artillería. El único asedio conocido que sufrió la fortaleza fue obra de los turcos en el verano de 1462, y se puede fechar durante el gobierno de Radu cel Frumos (hermanastro de Vlad).




Una leyenda que leí una vez en el laberinto de Buda, que coincide (en parte) con la maravillosa introducción rodada por Francis Ford Coppola para su versión de Drácula (de 1992), cuenta que la esposa de Vlad se encontraba en esta fortaleza cuando fue atacada por los otomanos. Para evitar ser capturada por los invasores la princesa decidió quitarse la vida lanzándose a las aguas del río.




Con el tiempo esta fortaleza perdió protagonismo en las guerras contra los otomanos, y después de 1550 fue abandonado. Un terremoto destruyó la parte norte en el año 1915. La restauración actual data del año 1972, durante la época de Ceaucescu.




Otro reto superado con éxito. El sudor y el esfuerzo son la clave del éxito. Ahora descender y dejar aquí un pedacito de nosotros para la posteridad. Otros vendrán a pisar mis huellas impresas. No es el más hermoso (su estado es totalmente ruinoso) pero si el más sugerente de todo el arco carpático, la herradura montañosa, donde historia, leyenda y literatura se funden en un todo indivisible. Alzo la vista y sobre un lejano bosque, serpentea un río de argénteo caudal.



sábado, 16 de mayo de 2020

AUREL VLAICU.




Aurel Vlaicu es el nombre de un ingeniero, piloto y pionero del aire (aviación) nacido en Rumanía. También es el nombre del pueblo natal – más aldea que pueblo – que adoptó su nombre como sincero homenaje. La casa donde nació (y vivió) es en la actualidad un museo dedicado a su figura. Con un busto frente a la casa.



sábado, 2 de mayo de 2020

DEVA, UNA CIUDAD DE ORIGEN DACIO.



Tras conducir por Transilvania y haber visitado el castillo de Hunedoara y la bella Alba Iulia, llegamos a Deva, situada a orillas del río Mures. Acabo de caer en la cuenta que muchas de estas ciudades del centro del continente estás, más o menos, conectadas por los ríos. Mures es un afluente del Tisza, que a su vez lo es del Danubio. 


Recorriendo el país de los antiguos dacios, llegamos una tarde a Deva. Una ciudadela, parcialmente en ruinas, pero que está siendo restaurada con bastante animosidad, de gruesos muros medievales, situada en una escarpada colina, es visible desde cualquier punto del centreo urbano, y te avisa kilómetros antes de llegar, cuando vienes conduciendo por la autovía. Bajo la ciudadalea (Citadel) se abre un frondoso parques, con bancos, juegos infantiles y una bonita fuente que homenajea al poeta Eminescu. 


Desde una cercana y boscosa colina, la fortaleza medieval, levantada en la boca de un antiguo cono volcánico, domina la ciudad y controlaba antaño el valle del Mures. El origen de la fortificación hay que relacionarlo con la cultura dacia, que dominó la región hasta que chocaron con las legiones romanas del emperador Trajano. La fortaleza experimentó un desarrollo destacado en el siglo XIII, siendo ampliado las centurias siguientes. Sus últimos siglos de vida fueron de decadencia, en 1800 se vendió en subasta y en 1848 sirvió de refugio para los revolucionarios (estamos en la Primavera de los Pueblos) y poco después una explosión la destruyó. Bajo la ciudadela un enorme cartel hollywoodiense nos recuerda que nos encontramos en Deva. ¿Tendrá el nombre de la ciudad algo que ver con la palabra dacia davae?. El vocablo davae se relaciona con la toponimia y significa establecimiento, pueblo, mercado. 



Además de los pertinentes hallazgos arqueológicos que permiten establecer esa relación entre Deva y el mundo dacio, la toponimia resulta esclarecedora. En antigua lengua dacia, de la que se conoce el significado de unos cuantos vocablos, dava hace referencia a un establecimiento humano o a un mercado (más o menos como burg/burgo para el Medievo). Teniendo en cuenta estas dos cuestiones, el origen dacio de Deva, para indiscutible. Al menos para nosotros. 




A los pies de la colina se extiende un frondoso parque donde se ubica una fuente monumental dedicada al poeta nacional, Mihai Eminescu. Entre los árboles del parque, dando la espalda a la fortaleza, y mirando de frente a una de las principales calles del centro de Deva, se levanta, con orgullo patrio, una estatua de Decébalo, que cumple la función de centinela para los enemigos, o de portero para los amigos. Este rey es el gran símbolo de estas tierras carpáticas.



Trajano, el otro símbolo, también está presente en Deva (y en casi todas las ciudades de la región). Pocas ciudades rumanas quieren olvidar su pasado, más o menos real, romano, y en las que no existe referencia al emperador hispano, encontramos una loba capitolina acompañada de los niños fundadores: Rómulo y Remo. Y yo me pregunto ¿quién fundó Rumanía, fueron los derrotados dacios, o los vencedores romanos?.



En un blasón, no tengo muy claro si corresponde al municipio (o a cualquier otra circunscripción) aparecen Trajano, Decébalo y el cuervo de los Hunyadi (también conocidos, por motivos obvios, Corvinos). Desde el siglo XIV Deva fue la capital de los voivodas de Transilvania. 





Deva es una ciudad de considerables dimensiones (unos 76.000 habitantes), pero a pesar de las obras, aparentemente tranquila. B – Dul 1 de Diciembre, es un bulevar que une el centro urbano (el moderno y capitalista) con el Parque de la Ciudadela, y es el lugar ideal para retirarse del ajetreo y toma algo (caliente o frío) en una de sus terrazas. 





sábado, 25 de abril de 2020

BUCAREST, EL PARIS DE LOS BALCANES.



La Gran Ciudad con mayúsculas. Bucarest es una de las metrópolis más populosas de Europa Oriental. Todo lo que he venido intuyendo días atrás, aquí se magnifica. He ido encontrando ambiente, bares, buen rollo y ocio en todas las ciudades de tamaño medio que he visitado estos días en Rumanía, Bucarest es eso, multiplicado por diez. Largas avenidas perfectamente trazadas que se prolongan hasta los límites mismos del bosque, el río Dambovita que apenas llega agua, alimenta lagos urbanos y bulevares al estilo parisino, donde calzada, árboles, paseos y tranvías comparten espacio, de una forma más ordenada, de lo que pude suponer antes de llegar. Pensé que Bucarest era una ciudad caótica, y ahí me llevé una grata sorpresa: mucho más desordenadas e incomódas me parecieron Bratislava, Riga, Génova o la cercana Lisboa (por citar algunos ejemplos). Aunque lo cierto es que por Bucarest no he conducido.



Primavera de 1986, el Steaua de Bucarest se convertía en el primer equipo de la hermética Europa del Este en ganar una Copa de Europa de fútbol, frente al FC Barcelona y en Sevilla. Tres años más tarde el equipo rumano volvería a disputar una final europea, para caer estrepitosamente frente al AC Milan. Estas son las primeras referencias que tengo de Bucarest, luego vendría la revolución en la navidad del '89 (las imágenes del cadáver de Ceaucescu me ocasionaron más de una pesadilla), el final del régimen, la apertura y la incorporación a la Unión Europea. Hoy me dispongo a visitar la ciudad.





El taxi nos ha dejado en el Parlamento Rumano situado en la Plaza Unirii, la mastodóntica Casa del Pueblo, fruto de los delirios de grandeza de Ceaucescu. El Conducator quiso concentrar aquí toda la administración del estado. La primera impresión es una ciudad de enormes proporciones, amplias avenidas y bulevares. El bulevar Unirii une el Parlamento con la arteria principal de Bucarest. 












Mientras yo me dedico a explorar la ciudad, los fieles celebran en sus iglesias la festividad de la Asunción de la Virgen. Las mujeres cubren su cabeza con un pañuelo para acceder al recinto sagrado.






Toda una red de avenidas y calzadas ruidosas confluyen en la Piata Unirii, y aquí la sorpresa, cruzas un par de carriles, atraviesas una rotonda, salvas otros dos carriles y de pronto; el sosiego. Entras en el corazón del viejo Bucarest, y el ruido desaparece, las coches no molestan, sin saber exactamente de que manera, como si de un sortilegio se tratase, te encuentras paseando por vetustas calles peatonales, entre bares y cervecerias, restaurantes y tiendas, locales de moda y night clubs, desparramados por calles donde se asientan edificios señoriales, bancos, iglesias y museos. Descubro la esencia, el germen de Bucarest y nueva sorpresa, el busto de Vlad Tepes en un lugr destacado, frente a las ruinas más antiguas de la ciudad, la Curtea Veche. Al parecer, el Rey de los Vampiros, cuando era hombre, concedió carta de fundación a Bucarest. Seguramente no pudo vislumbrar las enormes dimensiones que alcanzaría en el futuro.



El nacimiento de Bucarest está vinculado a la figura de Vlad III el Empalador, voivoda de Valaquia en el siglo XV. Los alrededores de la Curtea Veche (Corte Vieja) son un conjunto de calles peatonales, ideales para alejarse del bullicio de las grandes avenidas capitalinas. Antes de venir esperaba encontrar una ciudad inhóspita y complicada para pasear, sin embargo, he descubierto un centro histórico peatonal, atestado, como no, de bares, terrazas y cafeterías. Todo el conjunto de Curtea Veche, con la excepción de su igleisa, fue reconstruido en 1640 por Matei Basarab, y posteriormente completado por los también príncipes Constantin Brancoveanu y Stefan Cantacuzino. Debido al abandono posterior durante la ocupación otomana, los incendios y los terremotos, lo únio que se conserva actualmente del palacio son restos de lápidas y ruinas.













La leyenda inmortal de Drácula, el Voivoda Medieval y el Príncipe de los Vampiros, planea sobre la Curtea Veche, cuyo corazón, en ruinas, es el antiguo palacio de Vlad Tepes. En esta Ciudad Vieja conviven elegantes caserones y palacetes de estilo francés, con las iglesias ortodoxas y las sinagogas que sobrevivieron a los nazis y los comunistas. Esta barrio viejo está encajonado entre la Universidad y el río Dambovita, y las calles aún conservan los nombres de los gremios que se instalaron en ellos; Selari (guarnicioneros), Gabroveni (cuchilleros), Sepcari (sombreros) o Lipscani (comerciantes de Leipzig). Nuevos cafés, animados pubs, restaurantes de todo tipo, terrazas, tiendas de antigüedades, galerias de arte han revitalizado los caserones que, abandonados por adinerados judíos a mediados del siglo XX, hasta hace poco estaban degradados y en un estado de abandono.







A juzgar por las esculturas que he visto en mi viaje a Rumanía, de la Loba Capitolina, y las referencias constantes al hispano Trajano (en forma de bustos, parques, estatuas, calles, parques y plazas) el pueblo rumano busca su razón de ser (y de existir) en su inclusión en la órbita del Imperio Romano. Complementandolo, quizás, con algunos elementos representativos de la cultura dacia, para nada bárbara.






Una galería cubierta, más o menos sombreada, de estilo parisino, refrescada por aspersores, en la que abren sus puertas modernas cafeterías y joyerías. Un lugar ideal para encontrara reposo y refugio del Sol (en invierno del frío y la nieve).

















Los altos cargos del partido vivían en un Olimpo dorado, ajenos a la realidad y haciendo oídos sordos a las voces que reclamaban un cambio. Estudiantes y soldados de la mano forjaron eslabones fuertes que pedían libertad. El pueblo entero se echó a la calle, el dictador huyó de Bucarest. Buscó refugio en Tirgoviste, histórica capital de Valaquia. Allí lo estaban esperando. Juzgarlo, declararlo culpable y ejecutarlo fue todo en uno. Murió el perro, pero había que erradicar la rabia. Ahora comenzaba la verdadera revolución. Bajo el tórrido sol de agosto, caminamos por los lugares emblemáticos de aquella revolución, cuyos ecos, aún no han terminado de apagarse. Durante la dictadura, la voz popular y la leyenda urbana convirtió al Conducator en un auténtico diablo.

















La Rotonda de los Escritores - Rondul Roman - rinde homenaje a los más eminentes escritores rumanos del siglo XIX, aquellos que colaboraron en forja el espíritu y el nacionalismo rumano. 




Bucarest, está considerada el París de los Balcanes, este sobrenombre data de la década de 1920, su Edad de Oro, cuando la capital rumana vivió, coincidiendo con el reinado de Fernando I y de María, una gran efervescencia cultural y las estrechas calles fueron reemplazadas por bulevares, avenidas y pasajes acristalados. Todo eso se puede sentir mientras se pasea tranquilamente por sus calles.





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