martes, 4 de agosto de 2020

EL AUGE DE LA NOBLEZA




Desde finales de la Dinastía V y durante todo el tiempo que duró la Dinastía VI, los gobernadores locales de Egitpo vieron acrecentando su poder. Sus monumentos funerarios son un claro reflejo de la prosperidad y riquezas que alcanzaron en esta época.

Dyedkare-Izezi fue el penúltimo faraón de la Dinastía V y durante su reinado los gobernadores comenzaron a tener un poder mayor. El Imperio Antiguo comenzaba a fragmentarse, al tiempo que el cargo de visir (fundamental para la administración del estado) se desdobló en Alto y Bajo Egipto. Para asegurarse el apoyo de estos gobernadores, el faraón Ótoes y posteriormente Pepi II (o Fiope II), llevaron a cabo una política de alianzas con ellos, llegando incluso a la exención de impuestos. De estas exenciones se beneficiaron los miembros de la nobleza. Ótoes además, concedió a la aristocracia provincial el gobierno de los nomos del Alto Egipto con carácter hereditario. Asistimos a una especie de feudalismo en clave egipcia. El poder del nomarca pasaba ahora a ser un derecho propio, y no una simple delegación estatal.

Ceder poder a la nobleza era algo impensable a comienzos del Imperio Antiguo, pues todas las tierras del país pertenecían al rey. En estos tiempos el funcionario trabajaba para su soberano, a cambio de los necesario para subsistir. Pero nada es eterno, ni siquiera en el Antiguo Egipto. Con las dinastías V y VI se fragmentó esa unidad y las actividades de los nuevos propietarios iban contra la economía estatal. En los dominios de los nomarcas se implantó un régimen similar al feudal, y entonces esos mismos nobles acapararon las prerrogativas que habían sido del faraón.

Durante el Imperio Antiguo los funcionarios de la Administración Central, que se encargaban del gobierno de las provincias, eran enterrados en la necrópolis real. Con la ruptura de la unidad territorial, los nomarcas empezaron a construir sus propias necrópolis y tumbas rupestres (esta situación recuerda a los reinos de Taifas de Al Andalus).

Como hemos visto el poder de los gobernadores locales aumentó durante el reinado de Pepi II con la concesión de numerosos privilegios. Esto reforzó la autoridad de los nomarcas y contribuyó, de forma decisiva, a la disgregación del poder central en la capital, Menfis.


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