lunes, 22 de abril de 2019

COMBARRO, LA VILLA DE LOS HÓRREOS.




Combarro mantiene la esencia marinera que configuró su pequeño casco urbano y sus famosos hórreos. Los hórreos levantados frente al mar, llevan ahí varias décadas viendo pasar el tiempo, y cada día subir y bajar la marea.



A orillas de la ría de Pontevedra, a los pies de la montaña, surge entre la bruma del Océano Tenebroso, Combarro, el pueblo de los hórreos.



Esta bella localidad en 1972 fue declarada, con todo merecimiento, Conjunto de interés artísticos y pintoresco. Esta considerado una de las expresiones más genuinas de la arquitectura popular gallega, que bascula entre el huerto y el mar.


Parece ser que su denominación está relacionada con la raíz comb- que significa valle u hondonada.


Combarro se dispone formando una media luna frente a la dinámica ría de Pontevedra.



El pueblo se adapta perfectamente al entorno natural optimizando siempre los recursos disponibles. En ese sentido las casas se levantaron sobre el borde litoral granítico y detrás quedaban, sin edificar, las tierras de cultivo. Los topónimos O Campo, As Veigas y A Chousa se refieren a tierra de labranza próxima a la vivienda.


Las viviendas se disponen en torno a un gran eje longitudinal, la rúa de San Roque en un lado, y la Rúa (así sin más) en otro. Desde este eje parten varios callejones que descienden hacia el mar.



En definitiva es el propio mar quien ordena la vida del pueblo. También podemos observar las casas que se disponen en dos cotas, o niveles, y unas sobrepasan a las otras, de forma que maximizan la visión sobre la ría.


La Iglesia parroquial de San Roque se alza en el centro del pueblo. Cuenta con una sola nave, una tipología habitual en los pueblos marineros. En el interior surge el escudo de la Corona de Castilla, pues Combarro estaba vinculado al cercano Monasterio de Poio. Sus monjes benedictinos estaban ligados a la Congregación de Valladolid.


Según la leyenda que ha pasado de generación en generación, la iglesia de San Roque fue levantada encima de un antiguo oratorio en el que se veneraba a San Roque, santo protector contra males y enfermedades cuya imagen aparece representada en el reverso del cruceiro situado en el atrio de la iglesia.



Está documentado por la propia iglesia que tanto Combarro, como la cercana isla de Tambó estuvieron vinculadas desde el siglo XII al monasterio benedictino de Poio, mediante donación de la reina Urraca. Con San Roque los vecinos de Combarro lograron independizarse del control de la parroquia de San Xoan de Poio y de su monasterio, y se constituyeron como parroquia principal.



El hórreo es una construcción que sirven para complementar las dependencias de la vivienda. En ellos se guardan los productos del campo, especialmente el maíz, el cereal más importantes desde el siglo XVII. Los hórreos más suntuosos son del siglo XVIII y los más modernos del XX.



Existen unos sesenta hórreos y los de mayor tamaño se sitúan al borde del mar. Esta estampa es la carta de presentación de Combarro.



Junto al hórreo el Cruceiro es el otro elemento característico del medio rural gallego. Los antropólogos vinculan su existencia a cultos precristianos a las deidades protectoras del Camino (o los caminos). Y es ahí donde los encontramos, en el borde de los caminos. Las mesas suelen aparecer junto a algunos cruceiros eran engalanadas por las mujeres para la procesión de Corpus.





El puerto, O Peirao, es el punto neurálgico de la villa litoral de Combarro. En origen fue un puerto de pescadores donde no sólo se desarrollaban las tareas de descarga del pescado, sino que también era el punto de encuentro para el intercambio de productos alimenticios. A este punto acudían diariamente las mujeres, las auténticas administradoras de la economía familiar, para comprar, vender o canjear pescado y productos agrícolas. Como espacio central de la vida cotidiana de Combarro, O Peirao, servía además como espacio para la celebración de fiestas populares.


La tradición marinera de Combarro dio lugar a una de las construcciones más vistosas de la villa; las casas marineras. Se trata de pequeñas viviendas adosadas, con elaborados trabajos de cantería, en las que destacas sus balconadas de piedra, llamadas solainas, de estilo barroco. Todas las viviendas se orientan al mar y poseen una planta baja dedicada al almacén de utensilios de pesca y aperos de labranza. 



 La arquitectura de estos edificios revelaba la posición social de la familia propietaria. Las balconadas de piedra eran un signo indicativo de la buena situación económica que disfrutaban sus moradores. Por otro lado los marineros solían construirlas de madera o de hierro forjado, pintado de colores muy vivos con la pintura que les sobraba de sus barcas.



Las mareas atlánticas diarias (pleamar y bajamar) vivifican el entorno y marcan el ritmo vital de hombres y mujeres que se dedican en cuerpo y alma al mar. Cuando se retiran las aguas comienza la jornada de las mariscadoras.




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