sábado, 27 de octubre de 2018

SÍSIFO.




Sísifo, hijo de Éolo, se casó con la hija de Atlante llamada Mérope, la Pléyade, quien le dio como hijos a Glauco, Ornitión y Sinón, y poseía un excelente rebaño de vacas en el istmo de Corinto.

Cerca de él vivía Autólico, hijo de Quíone, cuyo hermano mellizo Filammón fue engendrado por Apolo, aunque el propio Autólico consideraba como su padre a Hermes.

Ahora bien, Autólico era un experto en el robo, pues Hermes le había dado el poder de metamorfosear a cualquier animal que robaba quitándole los cuernos, o cambiándolo de negro en blanco, y viceversa. Por lo tanto, aunque Sísifo se daba cuenta de que sus rebaños disminuían constantemente en tanto que los de Autólico aumentaban, al principio no podía acusarle de robo; en consecuencia un día grabó en el interior de los cascos de todos sus animales el monograma SS, o, según dicen algunos, las palabras «Robado por Autólico». Esa noche Autólico procedió como de costumbre y al amanecer las huellas de los cascos a lo largo del camino proporcionaron a Sísifo una prueba suficiente para llamar a sus vecinos como testigos del robo. Fue al establo de Autólico, reconoció los animales robados por los cascos marcados, y, dejando a sus testigos para reconvenir al ladrón, entró en la casa y mientras seguía la discusión sedujo a Antíclea, hija de Autólico y esposa del argivo Laertes. Ella le dio como hijo a Odiseo, y la manera como fue concebido basta para explicar la sagacidad que mostraba habitualmente y su apodo «Hipsipilón».

Sísifo fundó Efira, llamada luego Corinto, y la pobló con hombres nacidos de hongos, a menos que sea cierto que Medea le regaló el reino. Sus contemporáneos le consideraban el peor bribón del mundo y sólo le concedían que promovía el comercio y la navegación de Corinto.

Cuando, a la muerte de Éolo, Salmoneo usurpó el trono de Tesalia, Sísifo, que era el heredero legítimo, consultó con el oráculo de Delfos, que le dijo: «Engendra hijos con tu sobrina; ellos te vengarán.» En consecuencia sedujo a Tiro, la hija de Salmoneo, la cual, al descubrir por casualidad que su motivo no era el amor por ella, sino el odio a su padre, mató a los dos hijos que le había dado. Sísifo fue entonces al mercado de Larisa [mostró los cadáveres, acusó falsamente a Salmoneo de incesto y asesinato] e hizo que lo desterraran de Tesalia.

Cuando Zeus raptó a Egina, el padre de ésta, el dios fluvial Asopo, fue a Corinto en su busca. Sísifo sabía muy bien lo que le había sucedido a Egina, pero no quiso revelar nada a menos que Asopo se comprometiera a abastecer a la ciudadela de Corinto con un manantial perenne. En conformidad, Asopo hizo que surgiera el manantial de Pirene detrás del templo de Afrodita, donde hay ahora imágenes de la diosa armada, del Sol y del arquero Eros. Entonces Sísifo le dijo todo lo que sabía.

Zeus, quien por muy poco había escapado a la venganza de Asopo, ordenó a su hermano Hades que llevase a Sísifo al Tártaro y le castigase eternamente por haber revelado los secretos divinos. Pero Sísifo no se intimidó: astutamente, puso a Hades unas esposas con el pretexto de aprender cómo se manejaban y en seguida se apresuró a cerrarlas. Así quedó Hades preso en la casa de Sísifo durante varios días, creando una situación imposible, porque nadie podía morir, ni siquiera los hombres que habían sido decapitados o descuartizados; hasta que al fin Ares, cuyos intereses quedaban amenazados, acudió apresuradamente, liberó a Hades y puso a Sísifo en sus garras.

Pero Sísifo tenía otra treta en reserva. Antes de descender al Tártaro ordenó a su esposa Mérope que no lo enterrara, y cuando llegó al Palacio de Hades fue directamente a ver a Perséfone y le dijo que, como persona que no había sido enterrada, él no tenía derecho a estar allí, sino que debían haberlo dejado en el otro lado del Estigia. «Permíteme volver al mundo superior —suplicó— para que arregle mi entierro y vengue el descuido cometido conmigo. Mi presencia aquí es sumamente irregular. Volveré dentro de tres días.» Perséfone se dejó engañar y le concedió lo que pedía. Pero tan pronto como Sísifo se encontró de nuevo bajo la luz del sol faltó a la promesa hecha a Perséfone. Por fin hubo que llamar a Hermes para que lo llevase de vuelta por la fuerza.

Quizá porque había agraviado a Salmoneo, o porque había revelado el secreto de Zeus, o porque había vivido siempre del robo y asesinado con frecuencia a viajeros confiados —algunos dicen que fue Teseo quien puso fin a la carrera de Sísifo, aunque generalmente esto no se menciona entre las hazañas de Teseo—, lo cierto es que se impuso a Sísifo un castigo ejemplar. Los Jueces de los Muertos le mostraron una piedra gigantesca —idéntica en su tamaño a la roca en que se había transformado Zeus cuando huía de Asopo— y le ordenaron que la subiera a la cima de una colina y la dejara caer por la otra ladera. Pero nunca ha conseguido hacer eso. Tan pronto como está a punto de llegar a la cima le obliga a retroceder el peso de la desvergonzada piedra, que salta al fondo mismo una vez más. Él la vuelve a tomar cansadamente y tiene que reanudar la tarea, aunque el sudor le baña el cuerpo y se alza una nube de polvo sobre su cabeza.

Mérope, avergonzada por ser la única Pléyade con un marido en el Infierno —y además criminal— abandonó a sus rutilantes hermanas en el firmamento nocturno y nunca se la ha vuelto a ver jamás. Y así como el lugar donde está la tumba de Neleo en el istmo de Corinto era un secreto que Sísifo se negó a revelar incluso a Néstor, así también los corintios se muestran igualmente reticentes cuando se les pregunta dónde fue enterrado Sísifo.

Robert Graves. Los Mitos Griegos.


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