miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA REPÚBLICA MARINERA DE CÁDIZ. UNA FICCIÓN.



La Perla del Atlántico, con su cúpula catedralicia brillando orgullosa más que el propio Sol; la luz del Océano, hacen de Cádiz, el Faro de Occidente. Paseando por ciudades portuarias europeas no puedo dejar de preguntarme ¿pudo Cádiz haber sido una república marinera el estilo de Génova o Venecia?. ¿En qué momento perdimos los gaditanos el timón de nuestro destino?.

......las naves gadiritas dominan el Mediterráneo Occidental, comercian con Oriente y se lanzan a abrir nuevas rutas oceánicas. Una época en que Venecia, Brujas y Cádiz,cada una desde su rincón, se disputan los principales mercados del Viejo Mundo. Los cónsules gaditanos gestionan los negocios de la república en los puertos más relevantes del Mediterráneo. Soldados y mercenarios gaditanos lucharon a favor de la Vieja Ragusa para sacudirse el yugo de la Serenissima República de San Marcos. La plata del antiguo Tartessos, ayudaron al ejército del albanés Skanderbeg en su exitosa resistencia ante el Turco. Y perdida toda esperanza de salvar Bizancio, comerciantes y cónsules gaditanos abanonan el Cuerno de Oro, dejan a merced de los otomanos el Bósforo y huyen (sabiamente) de la ciudad antes que Mehmet II cerrase el cerco.

Exploradores gaditanos competían con los portueses por ser los primeros en conquistar las Islas Canarias, circunnavegar África y llegar a la India a través del Océano Meridional. Marineros enrolados en sus naves y banqueros del Pópulo financiaron el viaje de un desconocido almirante Cristobal Colón, dispuesto a unir dos mundos que se ignoraban. También proporcionaban artillería a los Reyes Católicos para sus campañas granadinas, al mismo tiempo que vendían armas y víveres a los nazaríes que resistían en su reino. Durante siglos monopolizaron el comercio con América, y pagaban a los corsarios ingleses para que defendieran los intereses gaditanos en aguas de los siete mares. Nunca rindió pleitesía a los Austria, nunca firmó la adhesión a la monarquía borbónica. Resistió a Napoleón, y puso en marcha la primera constitución española.

Bajo el lema "el gaditano nace dónde le da la gana" la ciudad prosperó gracias a la colaboración, al empuje y al trabajo común de gentes de toda condición, venidas de todo lugar: judíos, musulmanes, cristianos, italianos, normandos o eslavos, todos eran bien recibidos.

Cuando llega febrero, el Parlamento Popular, habla, los políticos ineficaces y los gerentes corruptos nunca subieron al patíbulo. El castigo era mucho peor; el ostracismo, castigado para siempre sin volver a pisar la Tacita.


La privilegiada situación de su puerto, protegido por una bahía natural, otorgó a los gaditanos la hegemonía sobre sus vecinos. En los siglos XVI y XVII, el Imperio terrestre gaditano se extendía más allá del Campo de Jerez, cuya capital fue vasalla de Cádiz durante centurias, e incluso a finales de 1600, la próspera metrópoli sevillana fue anexionada por la República Gaditana después de una larga y victoriosa guerra.

Por la Universidad Gaditana pasaron grandes genios para tratar de captar el alma de Cádiz: Galileo, Kepler o Newton. Incluso Dante residió aquí durante su exilio, y si en Verona escribió sobre el infierno, junto a la Caleta, pudo imaginar el Paraíso.

Y llegó Napoleón, y los vastos dominios gaditanos, quedaron reducidos a su capital. Sevilla, Jerez, Puerto Real, San Fernando fueron cayendo en poder del francés, pero jamás llegaron a ocupar el corazón de Cádiz. La capital pudo salvarse pero poco a poco, su gloria quedó sepultada. Las bombas tornaron en coplas y el gaditano buscó refugio en carnaval.

Pasaron los días, los años y las décadas, y entre bromas e ironías, risas y broncas, los gaditanos soñamos haber conocido el mundo sin movernos de casa, sentimos que pudimos haber sido dueños de nuestro destino, y que dejamos escapar la oportunidad. Como los venecianos, vimos que Cádiz se hundía en el lodo del olvido y la desesperanza, que extranjeros y advenedizos cercenaban nuestras ilusiones, y contra todo eso los gaditanos aprendimos algo, que en pocos sitios enseñan: reírnos de nuestras desgracias y ser felices por encima de cualquier circunstancia.

De San Marcos a San Antonio, de Lisboa a Santa María, de Brujas a La Caleta, de Génova al Pópulo, o de Ragusa, la Perla del Adriático, a Cádiz, Tacita de Plata. Ciudades bendecidas por el mar y por la luz, portuarias y canallas, marineras y contrabandistas, orgullosas y eternas. Caminamos por Europa, pero nunca dejaremos de regresar a la Bahía.



Vuelvo a pasear, desde la Caleta al Campo del Sur, y mientras contemplo el mar, mi mar, me asalta una duda ¿fue todo una fantasía?.  

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