En el sudeste peninsular, un rincón olvidado por el frío y el
invierno (y habitualmente las lluvias) en el levante de la provincia
de Almería, el intrépido alcaudón, la gravemente amenazada
malvasía cabeciblanca, el incansable correlimos, el vistoso ánade,
el elegante flamenco, la imprescindible gaviota y la omnipresente focha, han
encontrado un enclave idóneo para desarrollar, con grandes
posibilidades de éxito, todas sus funciones vitales. Este Salar de
los Cano (o de Vera), de más de 100 hectáreas, es un humedal
natural que ocupa una depresión endorreica cuaternaria, en la
desembocadura de una antigua rambla.
La vida brota allí donde hay agua. Un terreno bajo y salino se
inunda, y en pocas semanas se convierte en un auténtico vergel,
hábitat ideal de plantas halófitas, invertebrados, algunos anfibios
y decenas de especies de aves diferente; algunas de ellas se
establecerán aquí y construirán sus nidos, mientras muchas otras,
simplemente, estarán de paso.
Junto a las aguas poco profundas proliferan carrizos, juncos y
cañas, creando el ambiente propicio para agachadizas, zampullines,
alcaravanes, porrones, bisbitas, cigüeñelas, además de sus
potenciales depredadores como el aguilucho lagunero. Todo un complejo
ecosistema situado a escasos metros del mundo moderno y urbanizado (y
lamentablemente urbanizable).
En las zonas próximas a las concurridas playas de Vera surge el
Saladar de los Cano, un hervidero de animales y plantas, donde
reverbera la vida en todas su múltiples formas y adaptaciones.
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