Esclavos, prisioneros de guerra,
súbditos leales y todo tipo de trabajadores sin cualificación,
dejaron sus fuerzas y su vidas para levantar estos recios muros.
Esforzados albañiles dirigidos por exigentes capataces, domeñaron
la naturaleza y fortificaron (aún más) la roca, con piedra y
argamasa.
Desde el Pacífico al Gobi, el
chino conquistó las montañas con esta obra de ingeniería ciclópea,
una empresa colosal que mantuvo ocupado a miles de hombres durante
cientos de años. Por merecimiento propio una de las Siete Maravillas
del mundo moderno, el primer emperador Qi Shi Huang Ti, unificó el
territorio y todas las murallas existentes para crear este monumento
a la constancia y determinación. Maltrecha por el paso de los años,
los soberanos Ming le confirieron su aspecto definitivo.
La muralla se encresta mientras
la bruma cubre la montaña.
Las almenas siempre miran hacia
el Norte, más allá es tierra de bárbaros.
Hacia septentrión se
extiende la inhóspita Mongolia, la patria de los rudos jinetes
nómadas de las estepas, tan diferentes del civilizado chino. Eterna
disputa entre pastor y campesino, entre nómada y sedentario, entre
guerrero y soldado.
Y aunque los chinos siempre
miraron hacia el exterior vigilando las fronteras, la mayoría de las
veces el enemigo ya se encontraba en casa, a espaldas de la Gran
Muralla.
En una ocasión dijo Mao “para
ser un hombre de verdad, hay que subir esta muralla”. Un monolito,
en el que se fotografía todo el mundo, recuerda la frase, el
momento, y como no, al estadista.
La guarnición defiende cada
fortín, los centinelas encienden hogueras para comunicarse con el
resto de las torres. Esta es la primera línea de contención para
mantener alejados a los peligrosos y molestos nómadas esteparios:
hunos, turcos, mongoles, pueblos salvajes como perros a ojos de los
sofisticados chinos.
Escaleras y rampas de pronunciada
pendiente unen una torre con otra. Forman un camino de ronda que se
pierde más allá de donde alcanza la visión. Salvan, a veces
bruscamente, colinas, picos y repechos, o se precipitan
vertiginosamente sobre valles y llanuras.
Una de las grandes ilusiones de
mi vida era subir esos escalones y asomarme por las almenas. Allá a
lo lejos, el desierto y la vastísima Mongolia. De la niebla surge la
muralla misma, construida con tesón (y una cuadriculada
organización). Su función, como la de los pirámides de la Meseta
de Gizeh, era configurar un estado centralizado. Más allá de
defender una frontera – por otro lado indefendible – la cuestión
era implicar a todos los súbditos (directa o indirectamente) en la
tarea.
La más truculenta de las
tradiciones sostiene, que todos las personas que morían mientras
trabajaban en su construcción, eran emparedadas en sus muros, de
forma que se convirtieran en eternos guardianes de la Gran Muralla
China.
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