Aguerridos
y disciplinados combatientes, un auténtico martillo que golpea con
una fuerza terrible en el campo de batalla, los mamelucos, gente
práctica, hombres acostumbrados a durísimas condiciones de vida,
rompieron las cadenas de la esclavitud, para sentarse en el trono de
sultán y dirigir un poderoso imperio.
Los
“mamalik” esclavos, comprados, regalados o cautivos de guerra de
diferente procedencia eran habituales en el mundo islámico (donde
solían desempeñar funciones marciales) y a comienzos del siglo XIII
un sultán egipcio, de la dinastía descendiente del gran Saladino,
decidió organizar con ellos un auténtico cuerpo de élite, a
imitación de los laureados jenízaros otomanos. A tal fin importó
1.200 esclavos, en su mayoría procedentes del Cáucaso, a los que
transformó en su guardia personal. La idea del sultán egipcio era
utilizarlos para hacer frente a los salvajes cruzados.
En
poco tiempo los mamelucos se convirtieron en una élite guerrera y ya
que decidieron rebelarse, tomar el poder, derrocar a los ayubíes y
proclamarse sultanes. Trabajando unidos y manteniendo una férrea
disciplina, los 1.200 mamelucos y sus descendientes dominaron Egipto
durante más de dos centurias, conquistando también las vecinas
Siria y Palestina. Además consiguieron conjurar las dos grandes
amenazas que se cernían sobre el mundo islámico: los mongoles en
Oriente y los cruzados desde el Poniente.
Para
asegurarse la legitimidad religiosa contaron con la colaboración
(más o menos voluntaria) de los califas abbasíes. Por otro lado
patrocinaron las artes, aprovechando para ello el enorme legado
cultural que les proporcionaba Egipto.
Durante
su reinado los mamelucos convirtieron Egipto en una potencia
regional, cuyas fronteras llegaban hasta los límites de otra
potencia en ciernes; el estado otomano. En esta época El Cairo era
el centro neurálgico y el motor del comercio asiático en el
Mediterráneo, llegando a ser el modelo ideal para todas las ciudades
del mundo islámico. El lujo y el boato reinaban en la corte
mameluca. Hasta aquí llegaron artistas, eruditos y viajeros, como el
famoso Ibn Batutta, o Ibn Jaldún, que extasiado ante la belleza
cairota escribió:
“Quién
no haya visto El Cairo no ha visto la magnitud del Islam, pues ella
es la capital del mundo, el jardín del orbe, la asamblea de las
naciones, el comienzo de la tierra, el origen del hombre, el iwan del
Islam y el trono del reino”.
Pero
todo tiene su fin, todo imperio sufre su declive, y el de este
Imperio comenzó en 1450. Fueron otros musulmanes, los otomanos de
Selim I los que sepultaron bajo las arenas del desierto el glorioso
pasado mameluco. Era el año 1517 y tras ser derrotado en batalla, el
poder mameluco dejó de existir.
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