Esta
etapa abarca los siglos clásicos del Medievo, del XI al XIII.
Durante la Plena Edad Media asistimos al desarrollo de determinadas
realidades políticas, que englobamos dentro del nombre genérico de
Monarquías Feudales. Básicamente y ciñéndonos a sus
características (teóricas) en Occidente fueron Francia e
Inglaterra.
Al
frente de este sistema monárquico se sitúa el rey, que no obstante,
encuentra su poder limitado debido al desarrollo de los grandes
señores, de los que el monarca únicamente es un “primus inter
pares” (el primero entre los iguales). Estos grandes señores,
duques, condes y marqueses dependen institucionalmente del rey, en
virtud de las relaciones feudovasalláticas. En ocasiones un vasallo
podía ser más poderoso que el propio rey. Esto fue lo que ocurrió
entre el rey de Inglaterra, Enrique II que era vasallo del monarca
francés, pero era más poderoso, al menos territorialmente. Enrique
II era vasallo de su homólogo francés porque tenía propiedades en
suelo francés.
El
desarrollo de la autoridad real, primitiva etapa de las Monarquías
Autoritarias, se produce a partir de la segunda mitad del siglo XIII,
cuando los reyes empiezan a ir asumiendo más poder, en detrimento de
los señores feudales.
Junto
a las monarquías feudales, en la Plena Edad Media continua vigente
la idea imperial, heredada de los imperios romano y carolingio, y
siguen existiendo emperadores. En la Plena Edad Media, el denominado
Sacro Imperio Romano Germánico, está focalizado en la zona de
Alemania, la antigua Francia Orientalis, cuyo primer emperador fue
Otón I.
Una
tercera realidad política que se va a desarrollar, con gran éxito
por cierto, en el Occidente Cristiano durante la Plena Edad Media,
son las ciudades estado, especialmente en la península italiana;
Venecia, Pisa, Florencia... que deberán su prosperidad, en gran
medida, las actividades comerciales. Precisamente los beneficios
obtenidos por el comercio le ofrecen la posibilidad del autogobierno.
Un
cuarto poder fáctico lo constituye el Papado, como autoridad
religiosa suprema, pero también como un influyente agente temporal.
Será en el siglo XIII cuando el Papa Inocencio III en el IV Concilio
de Letrán (1215) elabore la teoría de la Teocracia Pontificia, en
virtud de la cual, el poder espiritual está por encima del poder del
Emperador.
Desde
un punto de vista estrictamente económico, la Plena Edad Media se
caracteriza por el desarrollo y auge que se manifiesta en todos los
aspectos de la sociedad y la economía. La roturación de nuevas
tierras es la materialización de los nuevos tiempos. Estas tierras se
dedicaban fundamentalmente al cereal (trigo y cebada) y al viñedo.
Los productos que se obtienen de ellos, pan, cerveza y vino
constituirán la base alimenticia de la población, pero también
tenían una carga simbólica en las ceremonias eclesiásticas
(excepto la cerveza, claro está).
En
ese sentido, la fundación de monasterios exigía un desarrollo
paralelo de campos de cultivo para la vid y el cereal, es decir, para
obtener el pan y el vino necesarios para celebrar la Eucaristía.
Por
otro lado, la ganadería tendrá también un papel notable en la
época, pero secundario con relación a la agricultura.
Todo
este proceso de roturación provoca cambios en el paisaje, los
bosques van retrocediendo, lo mismo que las zonas pantanosas. En
cualquier caso, agricultura, ganadería o zonas incultas, la tierra
sigue siendo la fuente principal de riqueza en la Plena Edad Media.
Paralelo
a este crecimiento económico agropecuario, también se produce un
creciente desarrollo comercial centralizado en el mundo urbano, a
partir de la celebración de mercados y ferias, y la aparición de la
banca y las letras de cambio, todo ello en estrecha relación con la
ciudad.
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