En los
confines boreales de Europa se extiende Finlandia, la Tierra del Fin
del Mundo, cuyo territorio ha sido históricamente un campo de
batalla, donde las potencias regionales (Suecia y Rusia) han
dirimido, con frecuencia, sus diferencias. Un país que siempre ha
pretendido desligarse tanto de Escandinavia como de Rusia.
Cuentan que
sus primeros habitantes fueron los saamis, también conocidos (mal
llamados dicen) como lapones, que basaban su existencia en la caza,
la pesca y el pastoreo de renos. A comienzos de la Era Cristiana
fueron desplazados a las regiones más septentrionales por la
progresiva penetración de los fineses que procedían de Estonia. En
el siglo XI se produjeron algunos choques violentos con los vikingos
que comerciaban en el golfo de Finlandia, y en esa misma centuria fue
introducida la religión cristiana, que poco a poco lograba alcanzar
los puntos más inaccesibles de Europa.
En 1150 el
rey de Suecia Erik IX lanzó una cruzada contra los fineses, cuya
consecuencia fue la ocupación sueca de Finlandia. A partir de ese
momento Finlandia se convirtió en la disputada frontera entre los
suecos y el principado ruso de Novgorod, y por tanto, en el escenario
de continuas luchas, que concluyeron en 1323 con la victoria sueca y
la conversión de Finlandia en un Ducado.
En el siglo
XV se extendió por el país la Reforma protestante, y en 1527
Gustavo Vasa, monarca sueco, extendió sus dominios en Laponia y
fundó Helsinki (1550), transformándose en Gran Ducado. A finales
del siglo XVI ese Gran Ducado fue suprimido, la nobleza local
diezmada y Finlandia totalmente sometida a Suecia. Y en esas estaba
cuando el zar Alejandro I conquistó el país en 1809. Desde ese
momento y hasta finalizada la Segunda Guerra Mundial, Finlandia, más
o menos vinculada y/o sometida a Rusia, no consiguió la
independencia plena.
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