VIDA Y COLOR 2
(Colección
de Cromos de 1968).
Dos milenios antes del nacimiento de Cristo, la llanuras de la Costa Sirio-Palestina comenzaron a poblarse densamente y nacieron pequeñas ciudades autónomas rodeadas por campos de cultivo. Los habitantes de estas tierras eran cananeos, y los griegos les dieron el nombre de Fenicios. Ante la creciente inestabilidad política de la región que provocaban las invasiones que asolaron Próximo Oriente, surgieron en el país ciudades edificadas en lugares fáciles de defender, en islas próximas a la costa, como Tiro, o en promontorios, como Biblos y Sidón. El cotidiano contacto de sus moradores con el mar Mediterráneo insufló en los fenicios una clara vocación marinera y aventurera. Poco a poco la primitiva navegación de cabotaje se fue transformando en una arriesgada navegación de altura, que llevó a los fenicios a dominar todo el Mediterráneo hasta el estrecho de Gibraltar. Es muy probable que aprovechasen la decadencia de los pueblos que habitaban las islas del Egeo y los micénicos, para controlar los mercados de Egipto, Chipre y Asia Menor, y lanzarse a fundar factorías en el Norte de África, la Península Ibérica y las islas del Mediterráneo Occidental.
A pesar de las prosperidad de sus ciudades, los fenicios carecieron de un arte con personalidad propias. No obstante la continua acumulación de riqueza hizo posible contratar a múltiples artistas extranjeros – arquitectos, pintores o escultores -. Por otro lado, los dinámicos marineros fenicios, acostumbrados como estaban a visitar países diversos, aprendieron a apreciar las artes de otros pueblos, en especial las de Egipto y Chipre. En definitiva el arte que podemos considerar propiamente fenicio se nutrió de una serie de variopintas influencias.
Las casas estaban decoradas por pinturas murales ejecutadas con tonos vivos, como muestra la lámina y reproducían motivos ornamentales complicados y caprichosos. Un adorno compuesto por volutas coronadas por una especie de flor de loto que recuerda las obras egipcias. Los faraones egipcios importaban cedros de los Montes del Líbano en grandes cantidades y pagaban las mercancía con oro u otros objetos artísticos. Tanta fue la influencia egipcia que era frecuente que los personajes importantes se enterrasen en bellos sarcófagos de piedra tallados en el país del Nilo.
Este personaje con su barbita recortada y mirada avispada es un comerciante fenicio que sabe escribir con unos signos muy simples mediante los cuales puede extender recibos de la mercancía vendida, sellar contratos o listar todo cuanto posee. La forma de escribir de los fenicios fue imitada en muchos puntos del Mediterráneo y de ella deriva nuestro abecedario. A los fenicios se debe uno de los descubrimientos más trascendentales para la historia de la Humanidad: el alfabeto.
La mujer fenicia presenta bellas facciones, grandes ojos oscuros y labios carnosos. Su cabello era moreno, y según la Biblia, las mujeres cananeas tenían costumbres disolutas y adoraban a una gran multitud de dioses paganos. Un de estas mujeres, que pertenecía a la realeza, huyó de su país al ser asesinado su esposo Aquerbas y fundó la ciudad de Cartago, que al correr del tiempo se convirtió en la capital de un próspero emporio comercial.
Las empresas marineras de los fenicios nunca tuvieron un carácter militar. Su interés en tierras extrañas se limitaba a la fundación de una factoría comercial, emplazada normalmente en un lugar aislado que fuera fácil de defender y desde la que se pudiesen realizar intercambios de productos indígenas. Las operaciones de intercambio se hacían mediante el comercio silencioso: los fenicios depositaban en la playa sus mercancías y se retiraban. Luego los aborígenes las observaban y ponían junto a ellas la cantidad de oro, o cualquier otro metal precioso, que consideraban justo. Si los fenicios veían que el trato era satisfactorio, recogían los bienes y los embarcaban en sus naves para transportarlos a nuevos mercados.
La necesidad de una gran flota comercial obligó a los fenicios a disponer de numerosos artilleros en los que trabajaban miles de carpinteros. La materia prima, es decir la madera, la obtenían de los cercanos bosques de cedros situados en las tierras del Líbano. Tal era la calidad de esta madera, que se exportaba en ingentes cantidades a Egipto, a Judea y a otros estados del mundo antiguo. Los carpinteros navales fenicios ganaron merecida fama, pues sus barcos, soportaban fácilmente las tempestades. Por otra parte la flota fenicia participó en numerosas campañas militares, normalmente como aliados o como mercenarios de otros reinos.
Además del comercio, los fenicios destacaron en la metalurgia. Sus expediciones les proporcionaron grandes cantidades de mineral en bruto de calidad: la isla de Chipre y el desierto del Negev suministraban cobre, de Asia Menor, la Península Ibérica y ls islas Casitérides, obtenían estaño, oro y plata. La fundición de todos estos metales, y su aleación se realizaban en enormes factorías que poseían hornos, crisoles y almacenes donde se custodiaban los lingotes. Estos lugares eran vigilados con celo y su existencia se mantenía en el mayor de los secretos. Los artesanos fenicios transformaban estas materias primas en objetos manufacturados que alcanzaban altos precios en los mercados. Los broncistas de la ciudad de Tiro gozaban de fama y reputación.
Además de los trabajadores del metal y los constructores de barcos, Fenicia contaba con numerosos artesanos que fabricaban los objetos destinados al consumo interior o a la exportación. Todos ellos llevaban una existencia sedentaria entre sus casas y sus talleres, en ciudades y aldeas. Las cerámicas eran muy cotizadas en todo el mar Mediterráneo.
Sobre el trabajo del marfil también ejercieron los fenicios su monopolio. La materia prima les llegaba desde muy lejos, tras pasar por las manos de múltiples intermediarios, encareciéndose siempre, y recorrer miles de kilómetros por los medios de transporte más variados. Los colmillos de elefante procedían del África Negra, de las lejanas regiones del sur del Sudán. Debido a la dificultad con que se obtenía, el marfil era un producto de lujo sólo al alcance de los bolsillos de los más potentados. Los escultores elaboraban pequeñas placas decoradas con figuras de animales o de dioses que se colocaban en las paredes de las viviendas aristocráticas.
El pavo real, de la familia de los faisánidas, una de las aves más espectaculares del mundo, por su plumaje suntuoso y multicolor era muy apreciado entre los fenicios. Éstos los utilizaron para decorar los jardines de sus palacios, convirtiéndola en ave doméstica, de tal forma que pronto se convirtió en una lucrativa actividad económica, encaminada a la venta de sus vistosas plumas.
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