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sábado, 7 de abril de 2018

LA INDIA.


VIDA Y COLOR 2
(Colección de Cromos de 1968).



La enorme península asiática del Indostán constituye uno de los más antiguos e importantes focos de civilización de la Humanidad; la brillantez y la originalidad de su cultura se manifiestan especialmente en su pensamiento y en sus formas artísticas. La India ha sido cuna de dos religiones de gran contenido filosófico y moral; el brahmanismo y el budismo; su literatura, que se inicia hace más de 3000 años, con la redacción de unos libros sagrados, los Vedas, con celebradas epopeyas como el Mahabbarata y el Ramayana, y prosigue con gran brillantez hasta nuestros días, está marcada por su carácter profundamente religioso y poético, y abarca los más variados géneros: teatro, cuentos, novelas, poesía... Su arte espléndido nos ha dejado maravillosas muestras a través de los tiempos, desde las graciosas figurillas que realizaron hace más de tres milenios las gentes de Mohenjo-Daro, o las bellas esculturas de los siglos IV y V d.C. que muestran la influencia de los griegos, que llegaron hasta allí guiados por Alejandro Magno, o los templos brahmánicos de los siglos XIII a XV, o las filigranas de mármol del fabulosos Taj-Mahal, la bella tumba de la favorita de un rajah del siglo XVIII.


Pero si la cultura de la India puede ser considerada en su conjunto, en cambio es muy difícil trazar la historia de aquel gran país, ya que por su enorme tamaño (casi cinco millones de km2), por la diversidad geográfica y climática de sus regiones, por la variedad de las razas que la prueban, por las múltiples invasiones que ha sufrido, ha carecido durante siglos de unidad política. En efecto, la única cosa invariable en su historia ha sido la fragmentación en pequeños reinos independientes, de características muy parecidas, pero en constante variación. En estos reinos de extensión y duración muy diversas reinaban monarcas que se rodeaban de costes fastuosas, poseían fuertes ejércitos, y dominaban con dureza a las clases humildes. Elemento imprescindible en estas cortes era el elefante, los grandes paquidermos eran utilizados en la guerra como fuerza de choque, en la paz como vehículo que expresaba la riqueza del monarca, visible en los ricos atalajes con los que revestían.



La Aldea hindú. La base de la economía de la India es la agricultura, cuya práctica varía en las distintas regiones según sean las condiciones climáticas. La población agrícola vive agrupada, en general, en poblados de pequeño tamaño, que comprenden de 50 a 200 familias con un total de 200 a 800 individuos. Las casas de estos villorrios son de madera y barro seco, con techo de paja de arroz y ramaje, o de tejas; suelen tener dos habitaciones y una galería exterior cubierta, detrás de la casa hay un pequeño patio en el que cocinan las mujeres, juegan los niños, hozan los cerdos y picotean las gallinas. En el pueblo hay alguna casa de mayor tamaño, mejor construida, a veces con un par de pisos y grandes patios, en las que viven los hombres importantes. Pero la construcción mejor es siempre el templo consagrado a alguno de los dioses del panteón hindú.


Purificación en el Ganges. El pueblo de la India se caracteriza por la profundidad de su sentimiento religioso que impregna hasta los menores actos de la vida cotidiana. El budismo, una de las dos grandes religiones que tuvieron su origen en aquella nació, no alcanzó allí gran arraigo, pero en cambio se extendió por otras naciones (China, Japón, Indonesia, Tibet) y actualmente tiene más de 390 millones de practicantes.

La religión propia de la India es el brahmanismo o hinduísmo, religión muy compleja en la que se mezclan conceptos filosóficos de gran profundidad, con prácticas y ritos de tipo mágico. Uno de estos ritos incluye la diaria ablución en las aguas purificadas del gran río sagrado. Pocos espectáculos resultan más sorprendentes en la India, ante los ojos de un europeo, que las grandes gradas de ciudades como Benarés por las que descienden hasta el río millares de peregrinos que se bañan y toman sorbos de agua mientras recitan sus plegarias.


Tres troncos raciales. Habitan en la India más de 400 millones de personas, que pertenecen a tres troncos raciales distintos: negro, blanco y amarillo. Los primeros constituyen las poblaciones más antiguas, son los vedoides que habitan en las zonas montañosas del Decán, y cuya cultura es de tipo bastante primitivo, y los melano-hindúes que viven en Ceylán, en la llanura del Ganges, y en amplias zonas de la costa, y forman en estas regiones la gran masa de agricultores y artesanos. Las gentes de raza amarilla viven especialmente en el Norte, en Birmania, y en el valle del río Brahmaputra. Finalmente los blancos pertenecen a la raza indoafgana, son gentes de elevada estatura, bien proporcionados, de cabellos ondulados y ojos oscuros; en general, se parecen bastante a los europeos de la cuenca del Mediterráno. Aunque algunos de los más importantes elementos culturales de la India se deben a los blancos, el genio del país reside en la armoniosa mezcla de las aportaciones de las diversas razas.


Las mujeres de la India con su belleza, la gracia de su porte, y sus hermosas túnicas de algodón o sera – sari – causan la admiración de cuantos las contemplan; sin embargo, hasta hace poco su suerte no era envidiable, sometidas enteramente a la voluntad de su padre y luego a la de su esposo eran consideradas como seres desprovistos de derecho alguno. Su matrimonio era tramitado por sus padres, cuando aún se hallaban en la infancia, prescindieron por completo de su voluntad. Si enviudaban, dejaban de poseer un lugar en la sociedad, ya que ni siquiera podían regresar junto a sus padres. En general los matrimonios eran monógamos, pero los hombres ricos practicaban la poligamia.

A pesar de esta situación de inferioridad de la mujer, siempre existió en la India una cierta tendencia de respeto hacia ella, y de reconocimiento de sus virtudes y de su talento, tendencia evidente en la poesía, y que ha tenido su plasmación en la época actual, en la que las mujeres han logrado ocupar puestos importantísimos, hasta el punto de que una mujer, Indira Gandhi, llegó a ocupar el cargo de primer ministro en la India


La castas. La sociedad de la India posee una característica propia que le confiere una personalidad única: la división en castas. La casta es un grupo de individuos, dedicados a las mismas ocupaciones, que deben su origen a un remoto antepasado común, al que generalmente consideran como un ser divino, y que están ligados entre sí por un conjunto de derechos y deberes. Se nace dentro de una casta, y forzosamente se pertenece a ella toda la vida, sin posibilidad de variación; se debe contraer matrimonio dentro del mismo grupo y no se puede establecer contactos con individuos de castas inferiores porque esto provoca la impureza. El cumplimiento de las múltiples reglas y deberes que hay que observar dentro del sistema de castas es vigilado por una especie de tribunal formado por los miembros más influyentes de cada casta; este tribunal impone sanciones a los que quebrantan las leyes. La casta superior es la de los brahmanes, los sacerdotes; la segunda la de los ksatriyas, su misión es el mando, la jefatura, a esta casta pertenecen los reyes, la nobleza y los guerreros. La tercera casta de hombres libres es la de los vaisyas, a ella pertenecen los agricultores y los comerciantes.


Sudras y parias. La gran masa del pueblo indio pertenece a la cuarta casta, la de los sudras, que se ocupan en los más humildes trabajos manuales y que incluyen a su vez numerosas clases bien diferenciadas, así hay grupo relativamente elevados que realizan servicios a los brahmanes y a los ksatriyas, por ejemplo, los tejedores, barberos, lavanderos y maestros. Los restantes grupos son “intocables”, so pena de incurrir en impureza, para las castas superiores, e incluyen pescadores, cazadores, ceramistas, herreros, etc; por debajo de esta casta, aún hay otras inferiores, las de los parias que carecen de libertad, pueden ser comprados y vendidos y se dedican a las más bajas tareas agrícolas; la sola presencia de un paria contamina de impureza, por ello no pueden andar por los mismos senderos que los individuos de las castas superiores y tienen prohibido penetrar en los templos de los brahames, así que deben contentarse con frecuentar templos exclusivamente para ellos.


Arte monumental. El arte de la India es uno de los más interesantes del mundo y nos ha legado obras de impresionante belleza tanto en el campo de la arquitectura, como en los de la escultura y la pintura. La arquitectura se caracteriza, a través de los tiempos, por el gusto por la decoración esculpida: fachadas, torres, cúpulas y terrazas quedan cubiertas por esculturas, altorrelieves y bajorrelieves, en los que se patentiza la habilidad y maestría de los escultores indios, que trabajaron la piedra con sin igual destreza: así, en donde mejor se muestra la personalidad del idio es en las imágenes de Buda, llenas de majestad y recogimiento, en los grandes relieves en los que aparece representada la trinidad de dioses hindúes, bajo la forma de cuerpo con tres caras (Brahma, Vishnú y Shiva), en los frisos que representan desfiles de elefantes, monos o serpientes, en los paneles esculpidos representando hombres y mujeres en graciosas escenas de la vida cotidiana. Los interiores de templos y palacios muestran asimismo el fruto del genio de los escultores indios en la talla de la madera del marfil o del metal.


Riqueza de los tejidos. Una de las más antiguas industrias de la India es la del tejido; Herodoto ya habla de las telas de algodón que vestían los soldados indios y la confección de tejidos de lana se remonta a la época de las invasiones de los indoafganos; al parecer fueron éstos los que introdujeron o descubrieron las cualidades del algodón como fibra textil. A lo largo de la historia del gran país se logró una extraordinaria variedad de tejidos (brocados, bordados, muselinas, gasas) tanto en lana y algodón como en seda (importada en parte de China)
La artesanía de la India alcanza un extraordinario nivel en muchos otros órdenes; así en la metalurgia del bronce (vasijas, esculturas), en la del hierro (armas, instrumentos agrícolas) en la de los metales preciosos (orfebrería); también en la cerámica (placas con relieves, figurillas, recipientes).
Actualmente el país se halla en un creciente proceso de industrialización que seguramente permitirá solucionar muchos de los grandes problemas económicos y sociales que tiene planteados.


El Tigre. En las abundantes zonas de selva tropical de la India vive uno de los mayores y más feroces felinos existentes, el tigre. Es un hermoso animal de gran tamaño; el llamado tigre de Bengala sobrepasa los 3 metros de longitud de cabeza a cola, su piel de un tono leonado ostenta finas rayas negras y la cola anillos asimismo negros: dotado de potentes garras y de colmillos de más de 7 cms de largo, es un animal temible, debido especialmente a su ferocidad. Los indígenas sienten verdadero terror hacia los tigres todavía muy abundantes en las grandes llanuras selváticas del estado de Bengala; en general, los tigres se limitan a atacar a los rebaños de los pacíficos agricultores, pero de vez en cuando los machos viejos hacen presa de algún niño y una vez han probado la carne humana se convierten en devoradores de hombres y las gentes de los poblados atacados se ven obligados a realizar batidas hasta lograr darles muerte.


La cobra. Otro de los temibles animales que abundan en las zonas más cálidas de la India, es la serpiente cobra, uno de los más venenosos reptiles de la tierra. Aunque algunas cobras pueden alcanzar hasta cuatro metros de longitud, la de la India suele medir unos dos metros. Se caracterizan por unos ensanchamientos a modo de aletas que se le forman junto a la cabeza cuando se dispone a atacar. Normalmente se alimenta de roedores, pájaros y pequeños animales: conejos, polluelos y cachorrillos, pero como gusta del calor, suele invadir las casas de los agricultores, y busca refugio bajo las maderas del suelo o en el techo, lo cual representa un terrible peligro para los habitantes ya que su picadura es mortal. La cobra cuando se dispone a atacar adopta una postura característica, levantando verticalmente la parte superior del cuerpo y ejecutando un balanceo que hipnotiza a sus presas: de repente salta hacia adelante y clava sus afilados incisivos, inoculando el veneno en el cuerpo de su infeliz víctima.


miércoles, 4 de noviembre de 2015

ALBORES DE LA VIDA.

VIDA Y COLOR 2
(Colección de Cromos de 1968).


Nunca sabremos con certeza absoluta cuáles fueron las primeras formas de vida que se desarrollaron en el planeta Tierra. Paleontólogos, geólogos, astrónomos, biólogos, químicos y filósofos han elaborado múltiples teorías a explicar la aparición de los Seres Vivos; todas ellas, por coherente que sea su enunciado, dejan un amplio margen al factor de incertidumbre. En un principio nuestro planeta era una masa amorga e informe de átomos libres que giraban unos en torno a otros sin dar lugar a combinaciones químicas, que no podían producirse a la temperatura de 7.000ºC a la que hervía nuestro mundo. Aquella bola incandescente de gases se fue enfriando poco a poco y, al cabo de varios millones de años alcanzó la temperatura de 300º, operándos en ella una serie de transformaciones químicas; la vida ya era posible. La primera fase de la vida sobre el planeta Tierra consistió en la síntesis de materias orgánicas a partir de elementos minerales: el proceso se realizó con el concurso de cuatro tipos de energía: el calor emitido por el planeta al enfriarse, la luz solar, la electricidad terrestre y la radiactividad. La suma de todas estas circunstancias dio lugar a la aparición de centros víricos que en una etapa posterior generaron membranas (estado bactérico), las cuales fueron pigmentadas algo más tarde (estado cianofíceo). La diferenciación definitiva del núcleo y del citoplasma tuvo por consecuencia la aparición de protozoos. Estos formaban grandes bancos marinos de materia gelatinosa, que en el transcurso de muchos millones de años fue perfeccionándose hasta producir variadas formas de vida. En los fondos marinos del período cámbrico encontramos medusas, esponjas, trilobites, anélidos.....Por aquel entonces, los continentes, áridos y desolados, no habían sido conquistados por ningún genero de vida. 


Durante el período ordovícico las criaturas marinas continuaron multiplicándose y perfeccionándose. Contribuyó a ello la benignidad del clima y el aumento de nivel de las aguas, las cuales inundaron extensos territorios continentales. Los invertebrados ordovicienses, por un fenómeno de adaptación al medio ambiente, se cubrieron con corazas calcáreas o conchas que los protegían de la voracidad de sus congéneres. Los fondos marinos se poblaron en este período de corales agrupados en colonias, de equinodermos y ostracodermos. La lucha por la subsistencia tuvo dos antagonistas: la estrella de mar y la almeja; pero el señor absoluto de las cálidas aguas del Ordovício fue una especie de calamar gigante de la familia de los nautilóideos, cuyo caparazón llegaba a tener hasta 4'75 metros de longitud, que se alimentaba indistintamente de caracoles, briozoos y toda clase de lamelibranquios. Los trilobites del período cámbrico continuaron viviendo en el ordovícico, si bien amedrentados por el poder de esta nueva criatura. 


El período silúrico (360 – 325 millones de años) sucedió al ordovícico. El medio marino no sufrió un cambio sustancial; continuó siendo el refugio de equinodermos, braquiópodos, esponjas, almejas, corales, briozoos y caracoles. Aunque la especie más llamativa del silúrico fue el escorpión gigante, un ser de aspecto ciertamente terrorífico que llegaba a medir 2'75 metros de longitud. Este período es importante, sobre todo, por la aparición de los primeros peces vertebrados, que los paleontólogos suponen procedían de los lagos y los ríos, desde los cuales pasaron a poblar el mar. El tipo más primitivo poseía una fuerte coraza calcárea y carecía de mandíbulas, por lo que nadaba con la boca permanentemente abierta, alimentándose de los millares de organismos microscópicos que pululaban en las aguas. A finales del silúrico apareció un pez con mandíbulas, el acantodo, de aspecto muy similar al tiburón. A pesar de su pequeño tamaño era un temible carnicero de los mares. Por último, algunos artrópodos dejaron en esta época las aguas y pasaron a poblar los continentes. 


Las fuerzas endógenas de la Tierra ocasionaron, inmediatamente antes de finales del silúrico, un combamiento de la corteza del planeta. Consecuencia de este hecho fue el retroceso de las aguas marinas en muchas costas; la regresión dejó depósitos de sal y una gran cantidad de sedimentos orgánicos. Estas circunstancias favorables determinaron la aparición de una flora que pronto se extendería por toda la tierra firme. Durante el devónico (325 – 280 millones de años), los vegetales, simples algas marinas hasta entonces, se transformaron en grandes coníferas, en helechos y plantas con hojas. Las psilofitas, predecesoras de la actual flora terrestre, a excepción de los musgos y los hongos, comprendían múltiples especies, algunas de ellas carentes de auténticas hojas y raíces y otras, por el contrario, de aspecto arborescente y gran altura. El cambio del paisajes terrestre trajo consigo un trastorno de las condiciones vitales: los seres marinos podrían encontrar su alimento, a partir de entonces, fuera del elemento acuoso. Los peces pulmonares (dipneustos), y sus parientes los crosopterigios, iniciaron la conquista de la tierra firme. 


El veloz desarrollo de las especies vegetales en un clima húmedo y suave convirtió la faz del planeta en un manto de verdor salpicado por terrenos pantanosos. En ese medio ambiente brotaban los helechos, los equisetos y grandes árboles de madera muy balnda que tenían un rápido crecimiento y vida efímera. Durante el período carbonífero el mundo se asemejaba a una inmensa ciénaga maloliente repleta de vegetales putrefactos; los yacimientos de petróleo y carbón que se explotan en la actualidad son los residuos fosilizados de este paisaje nauseabundo. En él crecían tres tipos de árboles: las sigilarias, provistas de curiosos penachos de follaje, los lepidodendros, de tronco esbelto que llegaba a alcanzar hasta cuarenta metros de altura, y los cordaites, predecesores de las actuales coníferas. El ambiente fue propicio para que se desarrollaran en el más de ochocientas mil especies de insectos, algunas de las cuales, como el maganeurón de aspecto de libélula, fueron de dimensiones extraordinarias (73,6 cm de envergadura). 


El periodo pérmico (230 – 205 m.am), al que corresponde el animal de nuestra lámina – el edafosaurio -, constituye la última fase de la era paleozoica, cuya duración global fue de 300 millones de años. Los fenómenos geográficos que se produjeron durante el pérmico y fueron de gran importancia: los mares retrocedieron y pusieron al descubierto una gran superficie de tierras, los pantanos se desecaron, avanzaron los casquetes polares y surgieron nuevas cadenas montañosas como los Urales y los antiguos Apalaches. Por su parte, el clima se hizo riguroso y extremado, lo cual determinó la sustitución de las débiles plantas carboníferas por otras especies vegetales más resistentes a las circunstancias adversas. Éste fue el momento en que los anfibios se convirtieron en reptiles, iniciando una nueva forma de vida. El edafosaurio, gigantesco animal dotado de una enorme aleta dorsal, fue un reptil herbívoro de la rama de los pelicosaurios, de la cual proceden los primeros mamíferos. 


Durante la primera etapa de la era secundaria, en el período triásico (205 – 165 millones de años), se produjo un mejoramiento de las circunstancias geográficas y climatológicas. Ello permitió que las laderas de las montañas se poblasen con bosques de coníferas, con cicadáceas y cicadeoides. Mientras tanto, los seres marinos, en especial los amonites y los corales, experimentaron un tremendo desarrollo; las criaturas terrestres, es decir, los reptiles se multiplicaron en número y también se diferenciaron en ramas distintas. Una de las que adquirió un pronto desarrollo fue la de las tortugas o quelonios, cuyas características físicas no han variado desde el triásico hasta nuestros días. En los cursos fluviales, en las charcas y en las lagunas proliferaron los anuros, los urodelos (anfibios de los que desciende la salamandra) y toda clase de batracios. Los terrenos secos y soleados se vieron poblados por innumerables lagartos y lagartijas que caminaban erguidos sobre sus largas patas traseras. 


A pesar de la conquista de los continentes emprendida por los reptiles, muchos de ellos retornaron a las acogedoras aguas marinas durante el período jurásico (165 – 135 millones de años). La especie que mejor se adaptó al nuevo medio ambiente fue el ictiosaurio, animal de aspecto psiciforme – similar en cierto modo al delfín - , y reproducción vivípara que llegaba a alcanzar los 8 metros de longitud. Era un pez rapidísimo, saltarín y juguetón, que se movía en aguas poco profundas, alimentándose de los moluscos que hallaba en ellas. Durante algunos millones de años se enseñoreó de los siete mares, pero desapareció de la faz del planeta mucho antes que otros seres marinos contemporáneos suyos sin duda aniquilado por un feroz enemigo que desconocemos. 


Los reptiles acuáticos de mayores dimensiones fueron los pleisosaurios, que vivieron en los períodos jurásico y cretácico y cuyos restos fósiles se hallan en abundancia en los estratos de pizarra del Jura y en las formaciones yesosas del oeste de Kansas. Estos animales marinos alcanzaban hasta 15 metros de longitud y, a diferencia de los ictiosaurios que se impulsaban por medio de aletas, se movían en el líquido elemento por medio de grandes paletas, similares a las partas de las tortugas de mar. La familia de los plesiosaurios comprendía diversos tipos: el cronosaurio y el brachauquenio, ambos de cráneo alargado, y el elasmosaurios, que vemos en nuestra lámina, del cual se ha dicho que parecía una serpiente ensartada en el cuerpo de una tortuga, puesto que tenía un larguísimo cuello (de hasta 7 metros de longitud) rematado por un cráneo muy pequeño. Era un animal muy voraz que apresaba los peces de que se alimentaba con rápidos movimientos. 


A fines del período jurásico se produjo una nueva subida de nivel de las aguas marinas que tuvo por consecuencia la inundación de gran parte de Europa y de América. El clima fue por aquel entonces muy cálido y las especies animales y vegetales conocieron óptimas circunstancias para enseñorearse de los más remotos rincones de la Tierra, incluso de aquellos lugares que en épocas anteriores habían estado cubiertos por hielos. El paisaje de pantanos y aguas estancadas se pobló de una vegetación exhuberante y favoreció el desarrollo de animales gigantescos, uno de los cuales fue el brontosaurio (del griego bronto, trueno, y sauros, lagarto) que pesaba alrededor de las 28 toneladas y tenía casi 20 metros de largo. Esta mole de carne y hueso chapoteaba enlas charcas y lagunas, por cuyo fondo caminaba lentamente apoyándose, como los hipopótamos actuales, en sus patas traseras. Su cabeza, pequeñísima, poseía un cerebro rudimentario que sólo permitía al animal la percepción de impresiones primarias, activaba el movimiento de las mandíbulas y le facilitaba la localización de los vegetales que le servían de alimento.


El período cretácico (135 – 75 millones de años) fue el momento de apogeo de los grandes dinosaruios. La evolución de este tipo de animales condujo al tiranosaurio, el más grande y aterrador reptil que ha vivido sobre el planeta Tierra. Tenía unas robustas patas traseras, mucho más largas que las delanteras, y caminaba erecto en ellas a grandes zancadas. Sus pies estaban armados con poderosas uñas y espolones; por el contrario, sus extremidades anteriores eran apenas unos muñones, atrofiados e inútiles. La boca de este dinosaurio estaba provista de varias hileras de dientes en forma de sable que medían 15 centímetros de longitud. La cabeza del animal se hallaba a una altura de 5 ó 6 metros del suelo, por lo que resultaba invulnerable a los ataques de otras criaturas; sólo los de sus especie y sus dimensiones (15 metros de longitud) podían combatir con él. A pesar de ello, esta especie de carnívoros tuvo una vida muy corta si la comparamos con la de otros animales de su tiempo. 


La familia de los dinosaruios (nombre inventado por el paleontólogo Richard Owen con dos palabras griegas: deinós, enorme o terrible, y sauros, saurio, lagarto) que alcanzó su máximo desarrollo en el Cretácico, procedía de la evolución de la especie de los thecodontos, animales de fines del período pérmico. Uno de los seres más representativos de esta rama zoológica fue el saltoposuco; media sólo 1.20 metros de cabeza a cola, caminaba erecto sobre sus patas posteriores, más largas que las anteriores, y era un animal voraz cuyo aspecto recordaba un poco al del canguro actual. El estudio de los restos fósiles del saltoposuco inducen a los paleontólogos a suponerlo remoto predecesor de las aves y también de los cocodrilos. Los dinosaurios, que se enseñorearon del planeta Tierra durante un período de 75 millones de años de duración, comprendían dos órdenes principales: el de los saurisquios y el de los ornitisquios. Los primeros tenían los huesos de la pelvis parecidos a los de los saurios actuales y eran, en general, temibles carnívoros; los segundos tenían la región pelviana dispuesta de forma similar a la de las aves, orden zoológio que procede de esta clase de dinosaurios. Los onitisquios poseían un cerebro muy pequeño y se alimentaban de vegetales; las especies de pequeño tamaño fueron aniquiladas por los feroces saurisquios, a los que sirvieron de alimento. El iguanodon que aparece en nuestra lámina fue uno de los ornitisquios de mayores dimensiones; su cabeza se hallaba a 6 metros de altura del suelo y el animal tenía una longitud de casi 10 metros. Sus costumbres eran pacíficas, pero si algún carnívoro de grandes dimensiones se atrevía a atacarlo el iguanodon hacía uso del mortífero espolón que poseía en sus patas anteriores. El primer fósil de este animal fue hallado por la señora Mantell en la población de Lewes (Sussex, Inglaterra) el mes de marzo del año 1822. Hasta nuestros días, los descubrimientos de huesos de dinosaurios se han multiplicado especialmente en Norteamérica (Utah, Wyoming, Montana, colorado, Nuevo Méjico y la provincia canadiense de Alberta) y en Europa (Francia, Alemania, Bélgica e Islas Británicas), lo cual demuestra la enorme difusión geográfica que alcanzó este orden zoológico de la era secundaria. 


Otro miembro de la familia de los dinosaurios fue el estegosaurio, animal cuyas características más acusadas fueron las de poseer el lomo coronado por una sucesión de placas óseas – prolongación monstruosa de las apófisis vertebrales – y tenes la cola armada por cuatro poderosos espolones. Éste era el miembro que utilizaba para defenderse al ser atacado por un carnívoro. La formidable coraza del estegosaurio se completaba con multitud de pequeños nódulos óseos de forma anillada que se distribuían profusamente sobre toda la superficie de su piel, en especial en la parte del cuello, punto más vulnerable de su anatomía. La cabeza, alargada y menuda, estaba protegida por robustas placas de hueso, y la totalidad del cuerpo aparecía recubierta por una capa córnea. El estegosaurio, auténtico tanque blindado, era a causa de su peso un animal de movimientos lentos y andar vacilante. Para combatir se alzaba sobre sus patas posteriores, más largas que las anteriores, de modo parecido a como lo hacen los osos en la actualidad. 


La lucha por la subsistencia obligó a diversos subórdenes de cuadrúpedos ornitisquios a perfeccionar sus defensas. En cierto momento del período cretácico, la temperatura descendió y la vegetación de los pantanos se fue empobreciendo paulatinamente. Los herbívoros tuvieron que adaptarse entonces a la vida en las llanuras, en grandes espacios abiertos donde se veían expuestos a toda clase de peligros; para arrostrarlos, algunos dinosaurios se convirtieron en verdaderas fortalezas ambulantes. El triceratops que aparece en la lámina es uno de ellos: medía unos 6 metros de longitud, 2.5 de altura, y poseía un cráneo, de enormes dimensiones con respecto al cuerpo (2 metros), armado con tres poderosos cuernos. La cabeza en sí era una especie de yelmo óseo de forma cóncava que se prolongaba hacia atrás para cubrir el cuello. El hocico del animal tenía el aspecto de un pico de ave. Como el rinoceronte actual, el triceratops debía atacar embistiendo con la cabeza gacha para ensartar al enemigo con sus cuernos....


Los reptiles se habían enseñoreado de los mares y de los continentes: solo les restaba ya adueñarse de los cielos. Y eso fue posible en el período jurásico, momento en que diversos animales terrícolas desarrollaron amplias membranas entre sus dedos y entre sus patas, iniciando con su ayuda audaces vuelos planeados. Los pterosaurios (del griego pteros ala, y sauros, saurio, lagarto) constituyeron una gran familia de seres alados que fue especializándose cada vez más para lograr la conquista del medio eétero. El más antiguo de sus miembros fue el ranforrinco, el cual poseía aún una cola desproporcionada a su tamaño y no alcanzaba más de 50 centímetros de envergadura. Pero los pterosaurios evolucionaron con la misma rapidez de los dinosaurios y así, a fines del período cretácico, uno de ellos, denominado pteranodon por los paleontólogos, había llegado a alacanzar los 8 metros de envergadura. Todas estas criaturas voladoras carecían de plumas y poseían mandíbulas alargadas y provistas de afilados dientes. 


Una de las ramas del orden de los reptiles voladores fue el Archaeopteyrx, del que descienden las aves actuales. A pesar de su aspecto de reptil, este animal tenía el cuerpo cubierto por plumas, poseía dientes y se adornaba con una larga cola que, al propio tiempo, le servía de estabilizador del vuelo. Uno de los mayores misterios de la Paleontología estriba en saber cómo la piel de los reptiles se cubrió de plumaje. Los investigadores sostienen la teoría de que el cambio fue debido a que el corazón de los seres de sangre fría, adaptado a un sistema de circulación variable,se transformó a lo largo de un proceso evolutivo en un órgano dividido en cuatro compartimentos, es decir, en la víscera cardíaca propia de los animales de sangre caliente. Las alteraciones químicas resultantes de la sustitución del órgano tuvieron por consecuencia que las escamas se convirtieran en plumas. Gracias a ellas el Archaeopteyrx tuvo excepcionales condiciones voladoras y sobrevivió a los restantes reptiles alados. 


Durante toda la era secundaria, el temible poder de los dinosaurios había hecho medrar penosamente y en el olvido a un grupo de animales de pequeño tamaño; éstos habían buscado elrefugio de las copas de los árboles o se habían lanzado a surcar el espacio aéreo: eran las aves y los primeros mamíferos. Los fósiles del período jurásico permiten reconocer la existencia de cuatro grupos de mamíferos, descendientes todos ellos de los reptiles terápsidos del triásico. Cuando se extinguieron los dinosaurios a fines del cretácito, estos seres humildes pasaron a ser señores absolutos del planeta. A principios de la era terciaria, en el período paleocénico, la Tierra ofrecía paisajes desolados; habían surgido las grandes cordilleras y los mares interiores se habían desecado, formándose vastas llanuras en las antiguas cuencas. En este terreno vivían grandes aves corredoras, como el Phororhacos que vemos en la lámina, que daban caza a los pequeños mamíferos insectívoros que convivían con ellas. 


El mundo terciario en transformación se convirtió en un campo de batalla donde luchcaban por su supervivencia dos bandos antagónicos. Por una parte, los mamíferos, orden zoológico todavía poco preparado, compuesto por animales de pequeño tamaño y escasas defensas; de otra, las gigantescas aves corredoras, carniceras y sanguinarias. Una de ellas la diatrima, que poseía una cebeza voluminosa armada con un fuerte pico, piernas musculosas y aceradas garras. El resultado final de este combate que se inició en el terciario fue desfavorable para las aves. Su descendencia se halla prácticamente extinguida en la actualidad, si se exceptúan el casuario, que vive en el archipiélago índico, el emú, propio de Australia, y el kiwi de Nueva Zelanda, especie que alcanza apenas el tamaño de un gallo. Nuestra lámina muestra al moa, ave que desapareció de la Tierra hace unos doscientos años; tenía más de dos metros de altura, pesaba unos 180 kilogramos y ponía enormes huevos. 


Durante el pleistoceno la Tierra experimentó importantes fenómenos glaciares que tuvieron una decisiva influencia sobre la vida de los animales. Los casquetes polares avanzaron y retrocedieron cuatro veces sucesivas en este período, llegando a cubrir en su momento de máxima extensión un tercio de la superficie del globo. El movimiento de las masas de hielo modeló la corteza terrestre, ahondó valles en las llanauras, vitalizó los ríos y creó lagos; la fauna respondió a este fenómeno dando muestras de gran vitalidad. El pleistoceno fue la edad dorada de los grandes mamíferos, del mastodante y del mamut, los cuales realizaron migraciones periódicas que seguían el ritmo impuesto por los glaciares en movimiento. Los restos fósiles permiten comprobar el viaje emprendido por tres especies de animales desde América del Sur a América del Norte. Se trata del boreoastracón, un armadillo de grandes dimensiones, del milodonte y del megaterio, antecesor del oso hormiguero, que medía más de 6 metros cuando se alzaba sobre sus patas traseras.


La vida de los animales de eras pasadas estuvo sometida a circunstancias que desconocemos. Sólo conjeturas pueden hacerse acerca del por qué de la desparición de los dinosaurios; igual sucede con los grandes mamíferos de la era cenozoica, que se extinguieron de la faz del planeta Tierra al advenimiento de la primavera, tras un invierno – el invierno glaciar – que había durado un millón de años. Sólo la fauna de pequeño tamaño, los rumiantes, los insectívoros y los carniceros, pudo superar el cambio climático. La gran familia de los mastodontes, compuesta por el mastodonte, compuesta por el mastodonte propiamente dicho, el ambelodón, el gonfoterio de Egipto, el tetrabelodonte y el trilofodon, que aparece en el grabado, se desvaneció sin dejar más huellas que unos huesos fosilizados en determinadas formaciones geológicas. Sin embargo, en algunas regiones de la Tierra, principalmente en África y en Asia, los gigantescos mamíferos tuvieron una descendencia que ha perdurado hasta nuestros días. Tampoco sabemos a qué fue debido este milagro. 


Hemos visto a lo largo de la historia que los restos fósiles nos narran cómo cada orden zoológico y cada especie animal experimentó una evolución que condujo desde las formas de vida más elementales a los seres más complejos. Parece como si la sabia naturaleza hubiera dirigido una serie de intentos destinados a lograr como resultado final los animales más aptos para desenvolverse en cada período geológico, en un paisaje determinado y bajo ciertas circunstancias climáticas. Esta gran empresa de la vida conoció diversos grados de perfección y, en el caso concreto de cada uno de los animales, múltiples formas de desarrollo. El elefante actual es resultado de una larga cadena de intentos, que se inicia con el Moeritherium y sigue con el paleomastodonte, el mastodonte y el mamut. Pero de cada uno de estos tipos existieron variantes, es decir, ensayos biológicos que no llegaron a fructificar. Fueron especies, como el dinoterio de nuestra lámina, que tuvieron vida efímera y exigua descendencia. 


En sus orígenes, las especies zoológicas estuvieron poco diversificadas, pero, a medida que transcurrían las etapas geológicas, se hizo necesaria una adaptación al medio que tuvo por consecuencia la división del conjunto biológico y la individualización de los múltiples tipos que lo integran. Así, un animal como el brontoterio que aparece en el grabado, representante de la familia de los titanoterios, puede considerarse antecesor y pariente a la vez del rinoceronte, el tapir y el caballo, seres que en su forma actual no presentan grandes similitudes. La compleja obra de la vida, conocida científicamente a través de los vestigios fósiles, las criaturas vivientes y la experimentación en el laboratorio, es tan perfecta y coherente que deja asombrado al hombre, ser racional situado en la cúspide de la pirámide zoológica. 



martes, 6 de octubre de 2015

LOS CRETENSES.

VIDA Y COLOR 2
(Colección de Cromos de 1968).


Las tierras que bordean el mar Egeo y las numerosas islas que lo salpican abandonaron la Prehistoria entre el tercer y el segundo milenio a.C. Hasta ese momento todos esos territorios estaban habitados por pueblos que desconocían el metal, utilizaban herramientas de piedra pulimentada, poseían unos pocos animales domésticos y practicaban una agricultura muy rudimentaria. Su entrada en la historia coincidió con la llegada de grupos y tendencias culturales desde Oriente, gracias a los fructíferos intercambios comerciales. La isla de Creta se convirtió en la cuna de una civilización esplendorosa cuyos destellos iluminaron los rincones más recónditos del mar Mediterráneo. Los arqueólogos han desenterrado palacios en Cnossos, Gurnia, Faistos y Mallia, cuya suntuosidad prueba el poderío alcanzado por quienes los edificaron. A partir de estos vestigios podemos entrever una civilización que se basaba en una economía sólida, dirigida por los propios monarcas y administrada por un gobierno perfectamente estructurado. La sociedad cretense fue de gustos refinados, como vemos en las pinturas murales que se han conservado, el deporte favorito de la aristocracia era una forma de tauromaquia que consitía en saltar por encima de la res, volteando el cuerpo con agilidad en el momento de producirse la embestida.


Las ciudades cretenses fueron edificadas en la cima de las colinas de la isla. En la cúspide se alzaba el palacio, morada del rey, de la corte y de los funcionarios que trabajaban para la administración. Este palacio se rodeaba de terrazas en las que se plantaban cipreses y olivas, y contaba también con graneros para almacenar trigo. La población artesana y mercantil vivía en casas de uno o dos pisos, agrupadas en barrios que se desparramaban por la ladera de la colina. Las fachadas de las casas eran muy simples y presentaban una decoración formada porfranjas de colores oscuros. En cada área de la ciudad se agrupaban los trabajadores de una profesión determinada (barrios de campesinos, de mercaderes, de artesanos). El núcleo urbano estaba cercado por un recinto de murallas, al exterior de las cuales, en la llanura se extendían campos de cultivo, viñedos y olivares.


Conocemos muchos elementos de la religión cretense, pero muy poco acerca de su significado. Se han hallado numerosas figurillas de toros, imágenes femeninas y hachas de doble filo. Lamentablemente desconocemos los significados que los habitantes de la isla daban a tales representaciones. Lo que si parece seguro es que los cretenses adoraban a una diosa madre, de la cual dependía la fertilidad de los campos y la continuidad de la especia humana. Se trataba de una religión naturista propia de un pueblo de pastores y campesinos que buscaban ganar el favor de un ser supremo y conseguir así la prosperidad. En los ritos cretenses, el culto tenía un papel fundamental la sacerdotisa, cuya imagen fue plasmada por pintores y escultores de Creta. En la lámina podemos ver a una mujer que realiza extrañas ceremonias empuñando en cada mano una serpiente, animal que al igual que la paloma y el toro se consideraba sagrado.


El cretense, como el del retrato, obligado por las circunstancias, llevaba una vida nómada y aventurera. Gran parte de la población de la isla estuvo encuadrada en el ejército real y tomó parte en numerosas campañas que tuvieron por escenario los territorios del mar Egeo. Los griegos del siglo V mantenían vivo el relato de sus gestas, Tucídides escribe: “Minos es el personaje más antiguo conocido por la tradición. Tuvo una flota poderosa con la que conquistó casi todo el mar que hoy es grigo, estableció su dominio en las Cícladas y fundó colonias en ellas, expulsó a los carios y puso como jefes de los territorios conquistados a sus propios hijos. Trabajó con todas sus fuerzas para purgar el mar de piratas y asegurar así la recogida de sus impuestos”. El guerrero cretense, especialista en el combate naval y la lucha en tierra firme, recorrió todas las islas egeas y las sometió a la voluntad de su rey.


La talasocracia – o dominio del mar – establecida por los cretenses les abrió todos los puertos comerciales del antiguo Oriente y les proporcionó pingües beneficios a través del fluido intercambio comercial de los productos. Los navíos mercantes arribaban frecuentemente a los puertos egipcios en la época del Imperio Nuevo, y a cambio de vino, aceite, cerámica y metales labrados, los cretenses obtenían papiro, vasos de alabastro, esclavos, plantas medicinales y objetos de adorno personal, como collares, brazaletes o diademas con las que se engalanaban las mujeres de la aristocracia.


La expansión cretense alcanzó la península de los Balcanes, en la que acababan de irrumpir una serie de pueblos procedentes del Danubio, que conocemos por el nombre de Aqueos. Su asentamiento en estas tierras se consiguió a costa de la destrucción de algunas ciudades, utilizando para ello una nueva arma de guerra: el caballo. Hacia el 1800 a.C. cretenses y aqueos compartían pacíficamente la isla de Melos, en la que existían importantes yacimientos de obsidiana. La fusión entre los recién llegados desde Grecia y la población cretense se realizó poco a poco, pacíficamente. Los jinetes aqueos, divididos en diminutos principados, reconocieron la soberanía cretense y comenzaron a admirar los logros de su refinada civilización.


Como no podía ser de otra manera, la coexistencia pacífica entre cretenses y aqueos no fue duradera. Los recién llegados construyeron ciudades fortificadas – como Micenas y Tirinto – y prepararon a toda su población para hacer la guerra. La sociedad aquea estaba dirigida por una aristocracia militar que vivía en palacios fortificados, que incluso poseían un sistema de conducción de aguas. Los artesanos aqueos se especializaron en el arte bélico, y consiguieron perfecionar la espada, dando a su hoja mayor longitus y corte para que pudiera utilizarse como estoque y como sable, y también crearon un poderoso carro de guerra tirado por cuatro caballos. Estos dos elementos dieron a los aqueos la superioridad militar suficiente para acometer la conquista de Creta.


Las circunstancias geográficas del mundo egeo obligaron a sus habitantes a especializarse en las artes de la mar. La hegemonía cretense se basó en una flota bien armada y pilotada por expertos marinos. Por otro lado, en los puertos era necesaria la existencia de astilleros, donde los carpinteros se dedicaban a construir y a reparar navíos comerciales, de pesca y de guerra. Cada tipo de navío tenía características especiales de acuerdo a su función: para el comercio se necesitaban barcos con grandes bodegas, para la guerra bajeles velocres y para la pesca pequeñas embarcaciones que permitiesen fondear en las playas y adentrarse por los estrechos pasos. Tras la destrucción de las ciudades cretenses, el Mediterráneo se convirtió en un mar fenicio.


A través del arte conocemos el aspecto que debían tener algunas ceremonias religiosas. La lámina reproduce una procesión ritual celebrada en el palacio de Cnossos. Un sacerdote que enarbola una palma abre la comitiva, seguido de varios músicos semidesnudos, mientras el público se agolpa en la terraza de palacio. La ceremonia tendría como finalidad festejar la recogida de la cosecha de cereales o de aceitunas. Homero, en la Ilíada describe una de estas ceremonias, a las que tan aficionados eran los miembros de la aristocracia: “Los mancebos y las vírgenes...de las manos cogidos danzaban y se divertían. Ellas iban vestidas con telas sutiles de lino, y ellos con túnicas muy bien tejidas brillantes de aceite; muy hermosas guirnaldas ceñían las frentes de aquéllas, dagas de oro y tahalíes de plata llevaban los jóvenes....”


El habitante de la isla supo sacar el máximo provecho del mar que le rodeaba por todas partes. La pesca fue una actividad económica de primer orden, en la que se especializó buena parte de la población isleña. Se practicó con redes, ya fuera en el litoral o en mar adentro, por medio de embarcaciones de vela y remo, que formaban flotillas muy numerosas. Todas las especies de peces que viven en el Mediterráneo fueron capturadas por los cretenses que aprendieron a adobarlas o salarlas en grandes tinajas, un sistema que aseguraba una conservación prácticamente indefinida. En lugares poco profundos expertos buceadores practicaban la pesca de esponjas.


En sus travesías los barcos cretenses, dominadores del Mare Nostrum, eran seguidos de cerca por bandas de delfines que brincaban sobre las olas mientras esperaban los suculentos desperdicios que los marineros tiraban por la borda. Este espectaculo de cetáceos voladores entusiasmó a los navegantes, que quisieron inmortalizar la escena en los muros de las casas. Los pintores cretenses elaboraron maravillosos frescos policromos en los palacios, reproduciendo con maestría y fidelidad a los delfines en su hábitat. Los delfines que decoran el palacio de Cnossos siguen sorprendiendo por su dinamismo: el delfín en movimiento, con su cola en forma de media luna, la aleta erguida sobre el lomo oscuro y el simpático morro picudo. A los antiguos cretenses estos frescos ejecutados con vivos colores sobre la pared les tuvo que sugerir una imaginaria ventana abierta al mar.


lunes, 5 de octubre de 2015

FENICIOS.

VIDA Y COLOR 2
(Colección de Cromos de 1968).


Dos milenios antes del nacimiento de Cristo, la llanuras de la Costa Sirio-Palestina comenzaron a poblarse densamente y nacieron pequeñas ciudades autónomas rodeadas por campos de cultivo. Los habitantes de estas tierras eran cananeos, y los griegos les dieron el nombre de Fenicios. Ante la creciente inestabilidad política de la región que provocaban las invasiones que asolaron Próximo Oriente, surgieron en el país ciudades edificadas en lugares fáciles de defender, en islas próximas a la costa, como Tiro, o en promontorios, como Biblos y Sidón. El cotidiano contacto de sus moradores con el mar Mediterráneo insufló en los fenicios una clara vocación marinera y aventurera. Poco a poco la primitiva navegación de cabotaje se fue transformando en una arriesgada navegación de altura, que llevó a los fenicios a dominar todo el Mediterráneo hasta el estrecho de Gibraltar. Es muy probable que aprovechasen la decadencia de los pueblos que habitaban las islas del Egeo y los micénicos, para controlar los mercados de Egipto, Chipre y Asia Menor, y lanzarse a fundar factorías en el Norte de África, la Península Ibérica y las islas del Mediterráneo Occidental. 


A pesar de las prosperidad de sus ciudades, los fenicios carecieron de un arte con personalidad propias. No obstante la continua acumulación de riqueza hizo posible contratar a múltiples artistas extranjeros – arquitectos, pintores o escultores -. Por otro lado, los dinámicos marineros fenicios, acostumbrados como estaban a visitar países diversos, aprendieron a apreciar las artes de otros pueblos, en especial las de Egipto y Chipre. En definitiva el arte que podemos considerar propiamente fenicio se nutrió de una serie de variopintas influencias. 


Las casas estaban decoradas por pinturas murales ejecutadas con tonos vivos, como muestra la lámina y reproducían motivos ornamentales complicados y caprichosos. Un adorno compuesto por volutas coronadas por una especie de flor de loto que recuerda las obras egipcias. Los faraones egipcios importaban cedros de los Montes del Líbano en grandes cantidades y pagaban las mercancía con oro u otros objetos artísticos. Tanta fue la influencia egipcia que era frecuente que los personajes importantes se enterrasen en bellos sarcófagos de piedra tallados en el país del Nilo.


Este personaje con su barbita recortada y mirada avispada es un comerciante fenicio que sabe escribir con unos signos muy simples mediante los cuales puede extender recibos de la mercancía vendida, sellar contratos o listar todo cuanto posee. La forma de escribir de los fenicios fue imitada en muchos puntos del Mediterráneo y de ella deriva nuestro abecedario. A los fenicios se debe uno de los descubrimientos más trascendentales para la historia de la Humanidad: el alfabeto. 


La mujer fenicia presenta bellas facciones, grandes ojos oscuros y labios carnosos. Su cabello era moreno, y según la Biblia, las mujeres cananeas tenían costumbres disolutas y adoraban a una gran multitud de dioses paganos. Un de estas mujeres, que pertenecía a la realeza, huyó de su país al ser asesinado su esposo Aquerbas y fundó la ciudad de Cartago, que al correr del tiempo se convirtió en la capital de un próspero emporio comercial. 


Las empresas marineras de los fenicios nunca tuvieron un carácter militar. Su interés en tierras extrañas se limitaba a la fundación de una factoría comercial, emplazada normalmente en un lugar aislado que fuera fácil de defender y desde la que se pudiesen realizar intercambios de productos indígenas. Las operaciones de intercambio se hacían mediante el comercio silencioso: los fenicios depositaban en la playa sus mercancías y se retiraban. Luego los aborígenes las observaban y ponían junto a ellas la cantidad de oro, o cualquier otro metal precioso, que consideraban justo. Si los fenicios veían que el trato era satisfactorio, recogían los bienes y los embarcaban en sus naves para transportarlos a nuevos mercados. 


La necesidad de una gran flota comercial obligó a los fenicios a disponer de numerosos artilleros en los que trabajaban miles de carpinteros. La materia prima, es decir la madera, la obtenían de los cercanos bosques de cedros situados en las tierras del Líbano. Tal era la calidad de esta madera, que se exportaba en ingentes cantidades a Egipto, a Judea y a otros estados del mundo antiguo. Los carpinteros navales fenicios ganaron merecida fama, pues sus barcos, soportaban fácilmente las tempestades. Por otra parte la flota fenicia participó en numerosas campañas militares, normalmente como aliados o como mercenarios de otros reinos. 


Además del comercio, los fenicios destacaron en la metalurgia. Sus expediciones les proporcionaron grandes cantidades de mineral en bruto de calidad: la isla de Chipre y el desierto del Negev suministraban cobre, de Asia Menor, la Península Ibérica y ls islas Casitérides, obtenían estaño, oro y plata. La fundición de todos estos metales, y su aleación se realizaban en enormes factorías que poseían hornos, crisoles y almacenes donde se custodiaban los lingotes. Estos lugares eran vigilados con celo y su existencia se mantenía en el mayor de los secretos. Los artesanos fenicios transformaban estas materias primas en objetos manufacturados que alcanzaban altos precios en los mercados. Los broncistas de la ciudad de Tiro gozaban de fama y reputación.


Además de los trabajadores del metal y los constructores de barcos, Fenicia contaba con numerosos artesanos que fabricaban los objetos destinados al consumo interior o a la exportación. Todos ellos llevaban una existencia sedentaria entre sus casas y sus talleres, en ciudades y aldeas. Las cerámicas eran muy cotizadas en todo el mar Mediterráneo. 


Sobre el trabajo del marfil también ejercieron los fenicios su monopolio. La materia prima les llegaba desde muy lejos, tras pasar por las manos de múltiples intermediarios, encareciéndose siempre, y recorrer miles de kilómetros por los medios de transporte más variados. Los colmillos de elefante procedían del África Negra, de las lejanas regiones del sur del Sudán. Debido a la dificultad con que se obtenía, el marfil era un producto de lujo sólo al alcance de los bolsillos de los más potentados. Los escultores elaboraban pequeñas placas decoradas con figuras de animales o de dioses que se colocaban en las paredes de las viviendas aristocráticas.


El pavo real, de la familia de los faisánidas, una de las aves más espectaculares del mundo, por su plumaje suntuoso y multicolor era muy apreciado entre los fenicios. Éstos los utilizaron para decorar los jardines de sus palacios, convirtiéndola en ave doméstica, de tal forma que pronto se convirtió en una lucrativa actividad económica, encaminada a la venta de sus vistosas plumas. 






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