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lunes, 9 de enero de 2017

RONCAL EL SALTEADOR.



“Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela...” es el inicio de uno de los poemas mas famosos y recitados de la literatura en lengua castellana, la Canción del Pirata, escrita por José de Espronceda. Los románticos del siglo XIX y los cineastas del XX – Contado y Jack Sparrow respectivamente – convirtieron la figura del pirata en un anhelo, un auténtico sueño adolescente de poder, libertad y aventuras. Antes que Henry Morgan y Sir Francis Drake, y compartiendo escenario con Jeriddim Barbarroja, el navarro Roncal el Salteador, marinero e ingeniero, hizo del corso un digno oficio.

Pedro – su auténtico nombre de pila – era hijo de un hidalgo navarro, y durante sus primeros años pastoreó rebaños en los montes de Navarra, su patria natal. El afán de aventuras lo llevaron hasta Italia, donde luchó como mercenario para la poderosa ciudad de Florencia. Con lo conseguido armó un barco y comenzó a asaltar barcos por el Mediterráneo. En esta época le pusieron el apodo de “Roncal el Salteador”.

Su destreza como ingeniero, se le atribuye la invención de minas de pólvora, hizo que Fernando Gonzálo de Córdoba se fijara en él y lo reclutase para su ejército. Junto al Gran Capitán, un militar el que Pedro admiraba por encima de todo, participó en las campañas en el Norte de África y en las guerras de Italia.

Durante la batalla de Rávena fue hecho prisionero por las tropas francesas. Fernando el Católico se negó a pagar su rescate, el rey Francisco I le hizo una oferta y Pedro Navarro se pasó al bando francés. Roncal el Salteador combatió a los piratas del Mediterráneo en nombre de los Reyes Católicos y acabó convertido en corsario al servicio de la corona de Francia.

En 1538 fue capturado por los españoles y sentenciado a muerte por traición. El carcelero del castillo napolitano de Castelnuovo, se apiadó del veterano militar y lo estranguló una noche en su celda para evitarle la humillación de subir al cadalso.



domingo, 18 de octubre de 2015

LA GUARDIA VAREGA.



Monarcas, emperadores y soberanos de todo tiempo y lugar, olvidaron el atávico origen de los reyes guerreros que guiaban a sus ejércitos, suelen recurrir a la contratación de soldados foráneos para que luchen sus batallas. 


En el año 988, el emperador bizantino Basilio II padecía una complicada revuelta interna que no era capaz de solucionar, y decidió pedir ayuda al príncipe varego (forma que usan las fuentes bizantinas para referirse a los vikingos) Vladimir de Kiev. Vladimir le envió 6.000 mercenarios que sofocaron las rebelión a golpe de hacha


Visto el éxito, y ciertamente impresionado por el poderío escandinavo, Basilio II decidió fundar con estos formidables guerreros una escolta personal, la guardia varega. Más tarde los integrantes de esta especie de guardia pretoriana bizantina eran reclutados entre los jóvenes escandinavos de Kiev y Novgorod, o directamente de su patria original: Dinamarca, Suecia y Noruega.

miércoles, 30 de junio de 2010

HONDEROS BALEÁRICOS




Armados con tres hondas de diferentes tamaños, según una descripción de Diodoro Sículo, los habitantes de las Illers Balears, expertos y reputados honderos, fueron utilizados como mercenarios desde muy antiguo, formando parte imprescindible de los ejércitos cartagineses, en especial de aquel, que guiado por el general Aníbal marchó a Italia, con el firme propósito de conquistar Roma. 

"Próxima a ellos situó la tercera parte de su ejército, compuesta por celtas y ligures, y mezclados con éstos, en todas partes, arqueros y honderos mauritanos y baleares".
Apiano. Sobre África  40  

Desde niños, los baleáricos eran adiestrados en el buen uso de la honda, como parte del entrenamiento, las madres colocaban la comida en la copa de un alto árbol, siendo la única manera de conseguir el alimento, lanzando proyectiles con la honda.

"Su equipo de combate consta de tres hondas, una de las cuales llevan en la cabeza, otra en la cintura y una tercera en la mano; utilizando esta arma son capaces de arrojar proyectiles mayores que los lanzados por otros honderos y con una fuerza tan grande que parece que el proyectil ha sido lanzado por una catapulta. Por ello en los ataques a las ciudades son capaces de desarmar y derribar a los defensores que se encuentran en las murllas y, si se trata de combates en campo abierto, consiguen romper un número enorme de escudos, yelmos y toda clase de corazas"
Diodoro de Sicilia V, 18,3. 
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