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sábado, 13 de febrero de 2016

HELSINKI, LA CAPITAL BLANCA DEL BÁLTICO.



Desde el soleado puerto de Helsikinki - Helsingfors fue su nombre original en lengua sueca – destaca la blancura y claridad de sus edificios. Históricamente Finlandia ha sido campo de batalla donde las potencias regionales, Suecia y Rusia, han dirimido sus diferencias, y en ese contexto, los suecos fundaron la actual capital finlandesa para tener una proyección segura sobre el mar Báltico.



Gustavo Vasa, el enérgico rey de Suecia, fundó Helsinki para hacer la competencia a Reval (actual Tallin) y a la próspera Liga Hanseática. Hoy día es una animada ciudad de preciosos edificios de Art Noveau.


Durante los primeros años de su existencia Helsinki fue un enclave costero de escasa importancia eclipsado por los centros comerciales tradicionales del mar Báltico. No sería hasta la proclamación del Gran Ducado de Finlandia, que Helsinki comienza su espectacular desarrollo. El tiempo, la constancia y el bien hacer finé han convertido a Helsinki en una capital de referencia en el Norte de Europa.


La catedral neoclásica y la catedral ortodoxa, situadas una enfrente de la otra, se vigilan mutuamente, y cuando pueden, se sisan los fieles.


Para muchos viajeros, Helsinki es el puerto de entrada a Finlandia, para nosotros que veníamos desde Inari, en Laponia, fue el puerto de salida.


Ecos del legendario pasado finlandés.



El mar es un elemento que une a los pueblos. El Báltico lleva siglos poniendo en contacto a daneses, suecos, finlandeses, rusos, polacos y alemanes. Pequeños barcos surcan los canales y los brazos de mar, y comunican las islas e islotes que configuran Helsikinki, la ciudad blanca del mar Báltico. Me gusta más el entorno y el mar, que la propia ciudad. Demasiado perfecta, demasiado moderna, para mi gusto le faltan tres o cuatro siglos. No es (subjetivamente) la capital más hermosa de Europa, pero resulta una urbe muy agradable, que cuenta con el encanto de los eternos puertos de mar, y es el mejor lugar para degustar los pescados de la región.  

jueves, 31 de diciembre de 2015

ILMARINEN, EL HERRERO UNIVERSAL.


“Ilmarinen es un herrero maravilloso, un hábil forjador. Él es quien ha fraguado la bóveda celeste, quien ha martillado la techumbre del aire, sin que los martillazos se noten ni las mordeduras de las tenazas” (Kalevala).

Ilmarinen es, para la mitología finlandesa, recopilada en el Kalevala, el herrero universal, una especie de vulcano nórdico, capaz de dar forma a los objetos más maravillosos, como el Sampo, una especia de molino que puede producir sal, grano y oro, y llevar la prosperidad a cualquier tierra. Una deidad de los fenómenos atmosféricos que produce truenos cuando golpea su martillo contra el yunque. El que sea herrero lo conecta directamente con el relámpago. Arquetipo de inventro y hacedor, construyó la bóveda celeste y forjó la Luna y el Sol. Como contrapartida a toda esta desbordante creatividad, Ilmarinen, siempre fracasará en el amor.

martes, 17 de noviembre de 2015

VÄINÄMOINEN, EL SABIO ETERNO.



Väinämoinen es el Sabio Eterno, excéntrico bardo protagonista del Kalevala, la epopeya nacional finlandesa. El viejo impasible Väinämoinen fue el encargado de poner en orden el caos, como prototipo de héroe civilizador inventó la agricultura y dominó el fuego, y en su papel de chamán cura a los enfermos y erradica las epidemias. 


A partir de un lucio gigante confeccionó un kantele (instrumento del folklore finés similar a un arpa) y con su música maravillosa era capa de encantar a cualquier ser viviente y adormecer a los enemigos que siempre estaban al acecho. Junto a Ilmarinen logró recuperar el Sampo, un molino maravilloso capaz de hacer próspera cualquier tierra, por baldía que fuera.

Y al final, Väinämoinen abandona este mundo porque un ciclo ha terminado, pero antes de marchar promete que volvera cuando sea necesario su regreso. Como garantía de su promesa lega su kantele a los finlandeses. 

Entonces el viejo Wainamoinen se sintió presa al mismo tiempo de una gran cólera y una gran ver­güenza. Se alejó, vagando por la orilla del mar; y rom­pió a cantar por última vez. Y por virtud de su canto creó una barca, una linda barca de cobre.

Después se sentó al timón y puso proa a alta mar; y mientras hendía las olas, alzó la voz y dijo: "Pasarán los tiempos, nuevos días nacerán y volverán a morir. Y entonces nuevamente tendréis necesidad de mí; me aguardaréis, me llamaréis para que os conquiste un nuevo Sampo, para que os haga un nuevo kantele, para que os rescate la luna y el sol desaparecidos. ¡Para devolver al mundo su alegría desterrada!" .

Y el viejo Wainamoinen se lanzó en su navío a tra­vés de las procelosas aguas hasta perderse en el lejano horizonte, entre los últimos pliegues del cielo. Allí se detuvo con su barca, y allí permanece.

Pero dejó su kantele, su instrumento melodioso, a Finlandia; dejó a su pueblo la eterna alegría, y las sublimes runas a los hijos de su raza. (Kalevala). 



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