lunes, 2 de junio de 2025

SAN MILLÁN DE LA COGOLLA, CUNA DE LA LENGUA



 

A este valle, alejado del mundo, llegó hace mil quinientos años un eremita llamado Millán. Buscaba soledad y silencio. Acabó encontrando a Dios y creando una comunidad religiosa.



El tiempo y el acontecer histórico, convirtieron este lugar en una de las cunas del castellano y del euskera como lenguas escritas.





San Felices y San Millán, maestro y discípulo. Entrada a la iglesia que se abre al claustro gótico del Monasterio de Yuso.



Año 473, aún no existía España y todavía reinaban (a duras penas) los Césares en Roma, en Berceo, nació San Millán. Murió en el 574, reinaba Leovigildo, y siete décadas después, San Braulio de Zaragoza, escribió su biografía. Los santos sustituyeron a los héroes de la Ilíada.





San Millán vivió en una centuria que marcó, en cierta manera, el tránsito de la Antigüedad a la Edad Media. El viejo monasterio de Suso, desarrollado alrededor de la cueva habitada por el santo, es un auténtico álbum de las edades. El cenobio original fue construido en el siglo VI y fue ampliándose, y haciéndose más complejo, hasta el siglo XI. En el templo se fusionan, a veces sin orden, elementos artísticos visigóticos, mozárabes y románicos.



Hacía más de cien años que habían cesado las persecuciones. Los cristianos construyen (o adaptan) basílicas y abandonan las catacumbas donde pasaron cuatro siglos rezando en Tinieblas. San Millán, y otros eremitas, decidieron regresar al seno de la Madre Tierra.



De niño pastoreaba ovejas por estas tierras cubiertas de bosques, y un buen sueña con cambiar de rebaño. Su visión era convertirse en pastor de almas. Aprendió las virtudes de la contemplación de su maestro Felices de Bilibio. Su obra llega a oídos del obispo Dídimo de Tarazona, que le ordena sacerdote y le encarga el curato de Berceo. Pero Millán iba por libre, y su guía espiritual era Cristo, y no los hombres de la iglesia. Pronto abandonó su parroquia de Berceo. Algunos clérigos lo vilipendiaron, envidiosos unos, equivocados con el mensaje de Cristo otros, por malgastar los bienes de la iglesia para ayudar a pobres y menesterosos. Marchó de Berceo y llegó a la montaña, rodeado de arboles y del silencio de la Naturaleza.



Cuando llegas a Suso una fría mañana del mes de enero , comprendes que el Santo Millán no pudo elegir un enclave más propicio para llevar a cabo su misión.



Hasta aquí llegó Millán para apartarse del mundo y vivir como anacoreta. Pronto se unieron seguidores y compañeros de misión. Cristo era pobre, vivía con los pobres y despreciaba el poder y la riqueza. Su amor por el prójimo lo convierten en un hombre capaz de hacer milagros. Cuando muere es enterrado en la cueva donde vivió. Sus seguidores cavan nuevas cuevas como habitáculos. La cueva de San Millán la usarán como oratorio y la contigua como pequeña iglesia. La historia del monasterio comienza a andar.


A la derecha de la cueva de San Millán observamos tres huecos, cada uno con una arcada de medio punto, que funcionaban como altar y sagrario. Algún autor piensa que estamos ante el altar más antiguo de España.



En la cueva conocida como Oratorio de San Millán se encuentra el cenotafio (monumento funerario que no contiene el cadáver) del eremita.





Escultura yacente románica del siglo XII. El santo vestido con la ropa sacerdotal visigoda y a su alrededor escena de su vidas y milagros. Seis monjes atlantes sostienen el sepulcro. Y junto a la cabeza del santo su biógrafo, Braulio.



Cenobio visigótico. En el siglo VII la primera construcción de un sencillo edificio visigótico de dos naves, para la reunión de la comunidad. Los ermitaños se convierten en comunidad cenobitica, habitan en cuevas pero precisan de la iglesia para rezar.






La iglesia mozárabe. En el año 959, García Sánchez I rey de Pamplona, que había trasladado su corte a Nájera, asistió a la consagración de la primera iglesia de estilo mozárabe. En el arco de herradura de la entrada se insertan dos capiteles visigóticos.



Consta de dos módulos con bóvedas de estilo califal y arcos de herradura, con las cuevas a un lado. El edificio está orientado hacia el Sol Naciente, hacia Jerusalén (las religiones monoteístas llegaron desde Oriente).




El monasterio estaba habitado por una comunidad dúplice de monjes y monjas organizada bajo regla mozárabe.


En el año 1002 el implacable Almanzor, en una de sus expediciones de castigo, llegó hasta Suso y arrasó el monasterio. Las pinturas y los estucos fueron destruidos. Poco después el caudillo musulmán murió en Medinaceli.





Tras el incendio fue construido el pórtico, el de los Siete Infantes de Lara.



Los osarios son elementos consustanciales a los lugares sagrados.


En el año 1030 la iglesia reconoce la santidad de San Millán, que es canonizado. Nos situamos en el reinado de Sancho III el Mayor, el monarca más poderoso e influyente de la península Ibérica, que acomete la ultima gran obra del monasterio.



Se amplían las naves con dos nuevos tramos de medio punto, cubiertos por bóvedas de cañón. Más tarde, en los siglos XI y XII se completan con muros y arcos de medio punto las primitivas cuevas del cenobio.





Gracias al apoyo de los monarcas navarros, y más tarde de los castellanos, el Monasterio de Suso se convirtió en el primer santuario de peregrinación de la comarca.



La afluencia de peregrinos era constante y entre las funciones de los monjes, estaba atenderlos. Incluso muchos romeros, llegados de toda Europa y cuyo destino final era Compostela, se desviaban de su itinerario para venerar las reliquias de San Millán.

San Millán, como Sócrates o el propio Cristo, no dejó nada escrito, pero si suficientes discípulos testigos de sus obras. Sus compañeros Aselo, Sofronio, Potamia, contaron los aspectos más destacados de la vida del ermitaño. Y de boca en boca llegaron a oídos de Braulio.




Braulio, obispo de Zaragoza, alumno de San Isidoro de Sevilla, destacada figura intelectual de la Hispania visigoda, escribió una Vida de San Millán (c. 640) y se convirtió en su primer hagiógrafo.



Ya en vida Millán fue visitado, consultado y venerado, tras su muerte celebrado en apoteósis como hombre victorioso, hacedor de milagros y general triunfante en el campo de batalla. La devoción por San Millán se extendió rápidamente por La Rioja y por Navarra.


El conde Fernán González, gran devoto, asistió a la batalla de Simancas donde intervino San Millán, y también Santiago Apóstol. Después de la victoria es elevado a patrón de castellanos y navarros.

Con la unión de los reinos de León y de Castilla, se impone el patronazgo de Santiago, pero los castellanos continuaron reconociendo al santo de la Cogolla. Durante largo tiempo fue copatrón de España (hasta el Vaticano Segundo).


Las reliquias de los santos funcionaron durante mucho tiempo como activos empresariales utilizados por iglesias, monasterios, abadías y basílicas. En algunos casos, como en de San Millán, también por reinos, imperios y más recientemente por los estados-nación.

San Millán de la Cogolla, patrón del reino de Castilla y del de Navarra, bien pudo haberlo sido de España entera, pero se cruzó en su camino Santiago, que tenía mejores contactos. Se decía que tragó polvo por los caminos en compañía del Galileo.



Otro de los ilustres personajes vinculado al monasterio de la Cogolla es Domingo de Silos. Originario de la cercana localidad de Cañas, Domingo sintió la llamada del eremitismo, y habiendo sido ya, ordenado sacerdote, se retiró a estos Montes Cogollos (Sierra de la Demanda).



En 1033 abandonó su retiro espiritual e ingresó en el monasterio de Suso, donde alcanzó el rango de prior. Domingo disfrutó de los momentos de esplendor cultural del monasterio pero un enfrentamiento con García Sánchez III le obligaron a marchar al exilio.


Encontró refugio en Castilla, bajo la protección del rey Fernando I. El monarca ordenó a Domingo la revitalización de una abadía benedictina, que el futuro santo transformó en el prestigioso monasterio que terminó llevando su nombre.



La veneración de San Millán y la importancia del monasterio no dejaron de crecer, de manera que a mediados del siglo XI, el considerable aumento de la comunidad monástica, obligó al traslado a un nuevo edificio ubicado en el fondo del valle, el monasterio de Yuso.


El cambio de ubicación es explicado por medio de un leyenda, narrada y repetida, con matices, muchas veces en diferentes lugares de la geografía española. El rey García Sánchez III, más conocido como don García el de Nájera, proyectó trasladar los restos del santo a la cercana Santa María la Real de Nájera, con el deseo de acrecentar la fama y el prestigio de la ciudad que se había convertido en sede regia. Las reliquias de San Millán fueron colocadas en un carro tirado por bueyes, contemplado por los afligidos monjes que se despedían de su patrón.




Alcanzó la comitiva el llano y en cierto punto los bueyes detuvieron el paso. Y fue imposible hacerlos avanzar de nuevo. Don García comprendió el deseo de Millán de no abandonar el valle y ordenó la construcción de un monasterio en aquel lugar.



En el año 1067, durante el reinado de Sancho IV "el de Peñalén" se inaugura la nueva iglesia con el traslado y el depósito de las reliquias de San Millán. No se conserva ni la iglesia ni el claustro primitivos románicos. El monasterio de Yuso actual es del siglo XVI.



Hasta al menos el año 1100 coexistieron los dos monasterios. Suso, el original, el de arriba, permanece fiel a la tradición, regla mozárabe y comunidad dúplice, mujeres y hombres. Yuso, el nuevo, el de abajo, reformado a partir de la regla benedictina.


A partir del siglo XII únicamente existe una comunidad de monjes, con una casa principal abajo, los benedictinos, que además adoptaron para su causa al eremita San Millán.




En el atrio del monasterio de Suso, ocho sepulcros nos recuerdan la leyenda de los Siete Infantes de Lara. El octavo pertenece al ayo Nuño Salido.




Los siete hermanos fueron emboscados, merced a la traición de Ruy Velázquez, capturados, enviados a Córdoba y decapitados. El hermanastro de los infantes, Mudarra, cumplió justa venganza.



Y frente a los Infantes de Lara se ubican los tres sepulcros de otras tantas reinas de Pamplona, Elvira, Jimena y Toda, una de las mujeres más interesantes del Medievo hispano, y una de las más grandes reinas de su tiempo.



San Millán se ha convertido en un símbolo del nacimiento de la lengua castellana gracias a la existencia de un reputado scriptorium en el monasterio durante el Medievo.



Trabajando en este scriptorium, un monje de nombre desconocido, realizó una serie de anotaciones a un códice en latín, utilizando para ello el habla del pueblo. Estas anotaciones son conocidas como "Glosas Emilianenses". Uno de los testimonios más antiguos del castellano. No obstante no existe consenso a la hora de vincular las glosas con el castellano. También se han identificado como navarro o navarro-aragonés.

Pero aún hay más, pues el monje debía ser bilingüe y dejó dos pequeñas glosas escritas en euskera. Primer testimonio escrito, no epigráfico, en esta lengua. La naturaleza bilingüe era algo habitual ya que en La Rioja se hablaba alguna variante del euskera.


Rioja, tierra bañada por el Oja, lugar donde confluyen Castilla, Aragón y Navarra. La tierra donde echaron a caminar, casi de la mano, el castellano y el euskera.




En el primer tercio del siglo XIII llegó a Suso, Gonzalo de Berceo, primer poeta castellano de nombre conocido, destacado representante del mester de clerecía. Autor de una vida de San Millán, de la de Santo Domingo de Silos y de los Milagros de Nuestra Señora.



Un sendero que atraviesa el núcleo de San Millán y discurre junto a la carretera, une Yuso con Berceo localidad natal de Gonzalo. Caminamos por la cuna de la lengua castellana.








Berceo está emplazado entre los ríos Cárdenas y Tuerto, a 15 kms de Nájera, y otros tantos de Santo Domingo de la Calzada, dos ciudades monumentales situadas en pleno Camino de Santiago.







Entre Berceo y San Millán, a orillas de un campo de labor, se levanta una vieja ermita dedicada a Potamia, compañera de San Millán. Una tradición sostiene que fue ella quien narró la vida del santo a Braulio de Zaragoza, su primer biógrafo.



"Aquí estuvo sepultada Santa Potamia. Discípula de San Millán hasta el XIII de agosto de 1573 que fue trasladada al monasterio de San Millán, su maestro, en un arca de plata donde al presente está".






Las solitarias calles de San Millán de la Cogolla, una fría tarde de invierno, nos recuerdan que seguimos las huellas de las primeras palabras escritas en castellano.



También queda espacio para fetiches extraños, objeto de una surrealista devoción.





Siguiendo la tradición literaria del lugar, en 1874 nació aquí María de la O Lejárraga, escritora, feminista y diputada durante la II República. Tras el final de la Guerra marchó al exilio, muriendo en Argentina en 1974. Sus restos descansan en el cementerio de la Chacarita.




Caminando letras.

                                                            


El edificio actual del Monasterio de Yuso, el de abajo, se levantó entre los siglos XVI y XVII. Con el siglo XIX y el derrumbe del Antiguo Régimen llegó la decadencia, y el monasterio fue desmantelado durante la desamortización de Mendizábal. En el año 1878, en plena Restauración borbónica, llegaron a San Millán los frailes agustinos recoletos que permanecen desde entonces en el lugar.




La entrada que da acceso al monasterio es una portada barroca que fue construida en cuatro años, de 1661 a 1665, y cuenta con columnas corintias. Los artífices fueron el arquitecto Pablo de Basave y el escultor Diego de Lizárraga.



San Millán vistiendo hábito, montado a caballo como un guerrero y empuñando una espada flamígera, aplasta al enemigo. No solo de Santiagos vive la Reconquista.




Elemento esencial en la arquitectura monástica. El claustro se comenzó en 1549, y aunque sus bóvedas son góticas, la concepción es renacentista. El claustro superior es neoclásico.






La iglesia, comenzada en el año 1504 durante el mandato del abad Fray Miguel de Álzaga , es el edificio más antiguo del conjunto monástico. Presenta tres naves con crucero y cimborrio de forma ovalada. Se inserta en la corriente del gótico decadente.



En 1653 el recién elegido abad Fray Ambrosio Gómez convocó al artista barroco fray Juan Rizi a que acudiese a Yuso con el encargo de enriquecer el altar mayor de la iglesia con un retablo. Rizi pintó a San Millán vestido con el hábito benedictino (la orden culmina de esta manera la adopción del santo que nunca profesó en la orden, y que ya habían iniciado en el siglo XI) y la cruz en el pecho, haciendo su aparición milagrosa en la batalla de Hacinas.



La poderosa iconografía recuerda a Santiago Apóstol, y es que de esta manera en Yuso pretendían reivindicar para su santo el patronazgo de toda España. Millán fue ermitaño, y nunca monje benedictino.






En la estantería de los cantorales se conservan veinticinco volúmenes copiados entre 1729 y 1731. El embriagador perfume de los libros.





En el oratorio nos aguarda otro de los tesoros que se custodian en la Cogolla, las arquetas que contienen las reliquias de San Millán y de San Felices. Obras maestras del arte del marfil románico.





Obras se arte que llaman al expolio, al robo y a la codicia. Los marfiles de San Millán son del siglo XI y se conservaron perfectamente hasta el siglo XIX. Las tropas de Napoleón, soldados más sedientos de botín que de sangre, arrancaron láminas de metal, piedras preciosas dejando las arquetas en muy mal estado.



Muchas placas de marfil fueron robadas. Algunas desaparecieron para siempre y otras tantas acabaron en colecciones de Florencia, Washington, Berlín o San Petersburgo. Del relicario de San Millán se conservan catorce, que narran su vida, obra y milagros.






¿Cthulhu en la puerta de acceso del claustro a la iglesia?.








Vinieron frailes, monjes, peregrinos , caballeros y eremitas, y pusieron por escrito aquel idioma que ya existía en sus días, en sus casas y en sus lenguas.




Eremita sin cenobio,

perdido,

y tal vez encontrado

en los montes Cogollos.


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