viernes, 21 de junio de 2019

FELICIANO DE SILVA.




Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido. . . (El Quijote).


Feliciano de Silva, escritor español que vivió a caballo entre los siglos XV y XVI, entre la Edad Media y el Renacimiento, entre los Caballeros Andantes y el Homo Nuovo del Humanismo, continuador de Amadís de Gaula y de La Celestina. Nació en Ciudad Rodrigo, población de la que fue regidor y sirvió con lealtad al rey Carlos I (al parecer participó en la Guerra de las Comunidades).


Feliciano no fue un hombre cosmopolita, y siempre prefirió la tranquilidad del hogar y la familia, y el entorno de su ciudad natal, antes que la incertidumbre de los viajes. Animado por la picaresca y las modas literarias, se lanzó a escribir una segunda parte de La Celestina, intentó revitalizar (o más bien resucitar) la novela de caballería e incluyó en sus obras elementos típicos (y tópicos) de las narraciones pastoriles. La mordaz (y a veces hiriente) pluma de Cervantes no dudó en burlarse de su recargado estilo, y de la sinrazón de su sinrazón . . . la parte contratante de la primera parte . . . Los textos de Feliciano da Silva fueron culpables, en parte y nunca en solitario, de la locura que se apoderó del hidalgo manchego Alonso Quijano.


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