Ya
en el año 3200 a.C. el valle y el delta del Nilo estaban unificados
en un solo reino que duró tres mil años, hasta la era de Cleopatra.
La unidad política se vio reforzada por la unidad natural. El Nilo,
a semejanza de los cuerpos celestes, exhibía un ritmo natural,
aunque algo más melodramático. Es el río más largo de África;
recorre más de seis mil kilómetros desde sus remotas fuentes y
recoge a su paso el agua de las lluvias y de los deshielos de las
montañas etíopes y de todo el nordeste del continente en un gran
canal único que desemboca en el Mediterráneo. El país de los
faraones ha sido llamado, con propiedad, el imperio del Nilo. En la
antigüedad, y siguiendo el ejemplo de Heródoto, Egipto era
denominado «el don del Nilo». La búsqueda de sus fuentes, tal como
la búsqueda del santo Grial, fue una empresa teñida de misticismo
que entusiasmó a los más audaces exploradores del siglo XIX.
El
Nilo hizo posibles las cosechas, el comercio y la arquitectura de
Egipto. Gran vía comercial, también se utilizó para transportar
los materiales utilizados en la construcción de los colosales
templos y pirámides. Un obelisco de granito de tres mil toneladas
podía ser labrado en Assuán y luego transportado río abajo, a lo
largo de más de trescientos kilómetros, hasta Tebas. El Nilo
alimentaba a las ciudades que se apiñaban a lo largo de sus riberas.
No es extraño que los egipcios le llamaran «el mar», y que en la
Biblia sea «el río».
El
ritmo del Nilo era el ritmo de la vida egipcia. La crecida anual de
sus aguas determinaba el calendario de la siembra y la cosecha, con
sus tres estaciones: inundación, crecimiento y recolección. Las
aguas inundaban Egipto desde el final de junio hasta los últimos
días de octubre y dejaban sobre la tierra una capa de fértil limo
en el que crecían los cultivos desde fines de octubre hasta los
últimos días de febrero; la recolección duraba luego desde estas
fechas hasta el final de junio. La crecida del Nilo, tan regular y
tan importante para la vida como la salida del Sol, señalaba el año
del Nilo.
Daniel
Boorstin.
Los
descubridores. Volumen I. El tiempo y la geografía.
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