Durante
la Edad Media, todo el mundo se mueve, lejos de lo que podríamos
pensar, la sociedad medieval es una sociedad dinámica. Al menos
desde un punto de vista geográfico. Las cruzadas y las
peregrinaciones son dos claros ejemplos de grandes movimientos de
masas. Algunos viajeros de esta época nos han legado las peripecias
vividas en estos viajes. Uno de ellos es Philippe de Meziéres.
Philippe de Meziéres, pertenecía
a la nobleza de Picardía, y sentía tanta pasión por las letras,
como por las armas, de forma que estudió en la escuela capitular de
Amiens y más tarde fue armado caballero. Después de pasar por el
Norte de Italia, donde sirvió al duque de Milán Lucchino Visconti,
e integrarse en el ejército francés, marchó a Jerusalén y de ahí
a Chipre. En la isla mediterránea se convirtió en canciller de su
rey Pierre de Lusignan.
Tras el asesinato del rey
chipriota, Philippe de Meziéres se dirigió a Venecia, donde
frecuentó ambientes devotos, permaneciendo en la laguna hasta que
fue llamado por Carlos V de Francia. Instalado en París fue miembro
del Consejo del Rey durante siete años, además de preceptor del
delfín, el futuro Carlos VI. A la muerte del monarca se retiró a
vivir con los celestinos. Retirado del mundo escribió su obra El
sueño del viejo peregrino, considerada un viaje alegórico.
El mundo que visita el "viejo
peregrino" en su deseo de conocer la verdad sobre sus virtudes y
sus vicios, es un mundo coherente, activo y reconocible. Al contrario
del itinerario que proponen las visiones, el sueño-viaje empieza
precisamente en el Paraíso Terrenal, el punto más codiciado, cuyo
alcance lo buscan los viajeros reales o imaginarios en casi toda la
literatura medieval de esta índole.
Eugenia POPEANGA
Philippe de Mézières: Un viaje
alegórico por la península
Esta
aventura literario-filosófica, visita enclaves geográficos conocidos
por todos, los reales y los legendarios, repitiendo los tópicos ya
escritos en otros lugares. En su periplo el Viejo Peregrino viaja
hacia Oriente, la India, la tierra del Preste Juan, el país de los
tártaros, el Gran Khan y su capital Cambaluc (ciudad descrita por el
veneciano Marco Polo), o la isla de Femenie (esto es, de las
amazonas). No deja de
visitar Etiopía y Egipto (a las que llama África la Grande), los
Santos Lugares, Jerusalén y Constantinopla. Desde Santa Sofía
cambia el rumbo y se dirige hacia Septentrión, Rusia, Prusia,
Islandia, Noruega, Suecia y Dinamarca. El viaje continua por el
corazón de Europa, Alemania, Bohemia, Moravia, Polonia, Paises
Bajos, Eslovaquia, Hungría, Austria y la península italiana.
Venecia, Roma, Sicilia, Nápoles y Avignon, y desde Francia se dirige
a la Península Ibérica a través de Cerdeña y Mallorca, entrando
por el reino de Aragón, visitando Barcelona, Zaragoza, Valencia,
Murcia, Burgos, Granada, Algeciras, Compostela (para rezar frente al
Apóstol), Córdoba, Toledo, Sevilla, Lisboa . . .
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