En la fachada de la
iglesia de San Rocco, sita en el veneciano barrio de San Polo, junto
a otros integrantes del santoral cristiano, reparé en el escultura
de un dux elevado a los altares de la santidad; San Pietro Orseolo.
Hasta ese momento desconocía la existencia de dogos convertidos en
santos. La cabeza coronada por la aureola de la santidad y la mano
izquierda apoyada sobre el gorro tradicional del dux.
Pietro Orseolo participó
de alguna manera en el golpe de estado que se llevó por delante a
Pedro IV Candiano, y acabó convertido él mismo en su sucesor. En el
poco tiempo que estuvo en el gobierno (976 – 978) intentó mantener
la concordia y mediar en los conflictos políticos sociales. Además
inició la reconstrucción de la ciudad que había quedado seriamente
dañada tras los disturbios que le encumbraron en el poder. Pero la
llamada de Dios era más fuerte e insistente que los ordinarios
asuntos políticos.
Una noche Pietro huyó
de la ciudad de los canales disfrazado de fraile y se dirigió a un
monasterio en los montes Pirineos, San Miguel de Cuxá, donde pasaría
sirviendo a Dios el resto de sus días. Su esposa, Felicia Malipiero,
que debía conocer las sinceras convicciones religiosas de Pietro,
resignada tal vez, aceptó con entereza la decisión de su marido. En
1027, poco después de su muerte fue beatificado. Su hijo Pietro II
Orseolo fue elegido dogo algunos años más tarde y sentó las bases
del poderoso imperio comercial veneciano.
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