viernes, 24 de enero de 2025

VYSOKÁ STOLA.

 




La primera incursión por el universo agrario y forestal de Bohemia nos llevó desde el centro urbano de Najdek, nuestra base de operaciones, hasta la aldea de Vysoká Stola. Las solitarias calles de un domingo por la mañana sintieron las suelas de nuestras botas, que animadas, avanzan al encuentro del campo, el entorno primigenio.




La explotación maderera y los pastos para el ganado son actividades económicas esenciales para muchos de los vecinos de Nejdek. Atravesamos pastos para el ganado, verdes y frescos. Fueron las cabras, de pelo negro y cuernos en espiral, las que captaron nuestra mayor atención.




El camino asciende ladera arriba, sendero empinado y arbolado, poblado por coníferas y bosque mixto. Las lluvias, tan ajenas a mi costa almeriense, vivifican estas tierras y las llenan de verdor. El musgo tapiza los robustos troncos y sin pretenderlo, pero desinteresadamente, ayudan al caminante, hombres y mujeres del bosque, a orientarse. Crucifijos de diferentes tamaños son habituales tanto en senderos como en muchas carreteras convencionales (marcan las encrucijadas).




Hubo un tiempo en que la sociedad europea vivía rodeada de árboles. Auténticas islas en medio de un océano forestal. El bosque formaba parte del día a día y se tornó esencial en la configuración de todo un rico universo simbólico. Los nobles lo utilizaban para cazar, mientras la gente más humilde lo llenó de supersticiones y criaturas fantásticas, al tiempo que inventaban todo tipo de oficios. Oficios centrados en la explotación de sus inagotables recursos, desde leñadores y carboneros, hasta apicultores y recolectores de frutos silvestres. Estas masas forestales sirvieron de refugio para anacoretas y proscritos, más o menos simpáticos, como el legendario Errol Flyn. Perdón, quise escribir Robin Hood.




Y caminando, caminando, alcanzamos la aldea de Vysoká Stola, un pequeño núcleo de población rural, que a pesar de situarse a escasos tres kilómetros de Nejdek parece vivir completamente aislada del resto del mundo.




Un verano en Europa, rodeado de bosques y lagos, es más apacible y agradable que tostarse al sol en cualquier playa de la costa mediterránea. Te sientes lleno de vida, y no agotado, ni moribundo (como ocurre durante los largos días del estío andaluz). Son los ríos las venas y las arterias de ese corazón forestal que nos mantiene vivos a todos. Ríos que alimentan el alma humana. De los bosques nacieron las leyendas que nos hacen soñar. Los árboles recitan silenciosos poemas capaces de sosegar el espíritu más levantisco y atormentado del ser humano. Es el bosque la razón de ser de (parte) la cultura europea, desarrollada durante centurias en un medio templado. La psicología, la sociología y en general los estudios de la mente humana, realizados en este siglo XXI, han confirmado la capacidad regenerativa que tiene el bosque para el cuerpo y la mente de las personas.




Los árboles forman el ecosistema más poderoso de la Tierra, alimentado por la diosa Gea, la Gran Madre, establecen unas fuertes conexiones entre ellos, que les permiten sobrevivir en las condiciones más complicadas y regenerarse con éxito después de sufrir devastadoras catástrofes. Pero no solo eso, también ofrecen protección y refugio a otras criaturas. La ardilla, el búho, el corzo, o el escandaloso pájaro carpintero. Nuestros lejanos ancestros nacieron en los bosques ecuatoriales de África, profundas y húmedas selvas, y las abandonaron precisamente para convertirse en humanos. Pero nunca hemos dejado de regresar a él. Parques y jardines urbanos pretenden ser un remedo de bosque, más o menos artificial, rodeado por un desierto de acero, hormigón, asfalto y todo tipo de plásticos. Un mundo vivo, por cuyas venas fluye savia y clorofila, se abre camino, triunfante, entre la materia inerte.




Nada más poético que un paisaje forestal en otoño (mi estación del año predilecta). Las hojas caídas tapizan el suelo y un caleidoscopio de tonos ocres, rojizos y amarillentos, regalan una postal inolvidable.




Nejdecky gulás special. Y después de la excursión un almuerzo de domingo, el gulás special de Nejdek, en el Hotel Restaurante Anna. Ambiente familiar y buena comida.




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