Magia natural y satanismo, humedales y akelarres. Cristianismo y patriarcado coaligados para someter a la mujer libre y salvaje, aquella capaz de crear su propia moral. Mientras escribo este me viene a la cabeza Ellen, uno de los personajes más fascinantes de los Pilares de la Tierra.
En otoño la noche llega pronto y las lluvias inundan tablas y turberas, el frío aún no ha llegado, es el momento propicio para preparar filtros y pócimas, comunicarse con los muertos y celebrar escandalosos akelarres. La brujería llama a nuestros ancestros. Las historias de brujas, como las de vampiros y licántropos me fascinan desde la infancia. Daimiel cuenta con su propia tradición brujeril. Unas historias que comienzan muchas décadas después de finalizada la oscura Edad Media.
Daimiel, una especie de oasis en medio de la Mancha, de tierras bajas y llanas, lagunas inundadas y ruidosas aves migratorias, entre tarays y la bruma encuentra su refugio la hechicera. Malpensados vecinos y cotillas de barrio, contaban que en los primeros años del siglo XVI, Juan Ruiz rondaba el cementerio con insanas intenciones, desnuda y con un candil en la mano, robaba huesos del osario de la iglesia San María. La estampa brujeril es perfecta, pero la Inquisición no fue capaz de encontrarla culpable. Pero Juana tuvo sucesoras.
La propia geografía de Daimiel y los alrededores da pie a la superstición y las especulaciones mágicas. La tierra húmeda y las aves son factores cruciales. Lejos de sectas satánicas y adoradores de Lucifer, las brujas manchegas que pululaban por estas tierras, de pueblo en pueblo, entre los siglos XVI y XVII (la cara B de la Contrarreforma) practicaban la hechicería amorosa, el curanderismo y la astrología. Magia, charlatanería, sugestión y engaño para el pueblo. Tan necesarias, como despreciadas y temidas por el vulgo. Los sapos, las culebras, las ortigas el romero, los amuletos y talismanes no faltaban en sus morrales. Un refrán manchego dice: “Ni pueblo sin brujas, ni hervor sin burbujas, ni cesta de brevas sin papandujas”. La Inquisición las mandó a la hoguera, el Romanticismo las sacó de las llamas y la modernidad las convirtió en heroínas feministas y antisistemas.
Don Quijote no era un antisistema, era un idealista y un nostálgico de un tiempo que nunca existió en la realidad.
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