Desde la otra orilla del río Eume, son perfectamente visibles y reconocibles los dos signos identitarios de Pontedeume, el puente (que da nombre a la localidad) y el torreón de los Andrade, transformado en museo, oficina de turismo y centro de recepción de peregrinos. Una ciudad que estaba en mi agenda viajera desde hacía mucho tiempo. Es preciosa, las fotografías, como sucede muchas veces, no le hacen justicia.
El puente que otorga nombre a la villa, es un elemento esencial en el asentamiento. El puente de piedra, de origen medieval, data del siglo XIV. Actualmente está formado por 15 arcos, durante el Medievo, fueron 78.
Fernán Pérez Andrade, destacado miembro de la aristocracia terrateniente gallega, se convirtió en el siglo XIV, en primer señor de Pontedeume, Ferrol y Vilalba. El torreón, construido en el siglo XIV es lo único que queda en pie del Pazo Fortificado de la familia Andrade. El Pazo fue derribado en el siglo XIX, y ocupaba el espacio del actual mercado.
El jabalí y el oso, animales totémicos de los Andrade se encuentran grabados en algunos puntos de la ciudad. La sombra de los Andrade se alarga sobre Pontedeume. Fue Enrique de Trastámara el benefactor de Fernán Pérez, a cambio de los servicios prestados por el señor gallego, en su guerra fratricida contra Pedro el Cruel.
La Praza Real, anteriormente conocida como Praza do Roio, existe desde la fundación de la villa en 1270, siendo ampliada en 1671. Un espacio bullicioso y alegre durante las largas tardes estivales.
El paseo marítimo que discurre paralelo a la ría permite observar la abundante avifauna de la región; andarríos, cormorán, gaviota reidora, martín pescador (me encanta el nombre que le dan por estas tierras, Pica Peixe), moritos, garzas . . . que hacen las delicias de los aficinados a la ornitología.
Noches de verano, las plazas están atestadas de terrazas y las calles empinadas, llenas de bares de tapas. Las de pescado y marisco son las más demandadas. Sin olvidar la insuperable tortilla de patatas. Todo acompañado de un vino de la tierra o una cerveza bien fría.
Pontedeume nace a orillas de la ría y sus calles escalan con parsimonia buscando asiento en la montaña, un enclave donde monte y mar se dan la mano. Y se besan con pasión durante los luminosos atardeceres del estío.
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