No sabemos nada de Homero. No
sabemos siquiera si verdaderamente existió. Según la leyenda más
comúnmente aceptada, fue un «trovador» ciego del siglo VIII antes
de Jesucristo, que los señores contrataban para oírle cantar sus
maravillosas historias. Ellos no podían leerlas porque eran
analfabetos, y el tiempo lo pasaban únicamente guerreando, cazando y
saqueando. Pero también Homero, tal vez, era analfabeto. Recogió la
materia de sus poemas directamente de labios del pueblo y la
transformaba, con su inagotable fantasía, según el gusto de los
aristócratas auditores. Con todo el respeto por su genio, debía de
ser un gran filón, porque en sus historias los que le daban
hospitalidad encontraban con qué satisfacer su propia orgullo. Cada
uno de ellos, además de ver exaltadas las gestas de sus antepasados,
hallaba un árbol genealógico que le unía más o menos directamente
a un dios. Él se ganaba el pan halagándoles y tal vez pasó una
vida feliz, de parásito de lujo, y si bien no había de ser fácil
contentarles a todos a causa de los odios y las rivalidades que les
dividían, parece ser que lo logró.
Indro Montanelli. Los Griegos.
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