Pasadas las batallas campales,
llegaron, para quedarse, las órdenes militares a las tierras de La
Mancha. Para defender los campos y a su gente, los freires y maestres
levantaron fortalezas de pidera, que acabaron convertidas en núcleos
para vertebrar el territorio. Estamos en la Edad Media, el concepto
de estado es mero anacronismo, y cada uno se lo debe guisar, si
pretender comer. Entre esos castillos construídos en la inabarcable
llanura manchega se cuenta el Castillo de Peñarroya, emplazado en el
término municipal de Argamasilla de Alba, la localidad manchega cuyo
nombre fue olvidado por el genial manco de Lepanto.
La fortaleza, edificada por los
caballeros de la Orden de San Juan de Jesualen (los populares
hospitalarios), vigila desde tiempos inciertos la entrada al Parque
Natural de las Lagunas de Ruidera, donde la literatura se funde con
la Naturaleza. Tradicionalmente se pensaba que el castillo tenía
origen musulmán, si bien hoy día se tiene la certeza de que estamos
ante una fortaleza cristiana.
La principal función para la que
fue levantado el castillo era militar y de control del territorio
(como todas las fortificaciones medievales). Las fronteras se alejan
de La Mancha, las guerras cesan y el edificio cambia su cometido. A
partir del siglo XIV su función pasó a ser eminentemente económica,
constituyéndose en una de las principales fuentes de ingresos para
la citada orden: arrendamiento de pastos, cobro de impuestos,
protección de pobladores, almacén y caja fuerte de la Orden .
Entrada en recodo que facilita la
defensa del acceso principal al recinto amurallado.
En el interior del recinto
amurallado se ubica la ermita – santuario de Santa María de
Peñarroya. La cúpula que cubre el altar adopta la sugerente (e
inquietante) forma de una concha, trasunto de la vulva femenina.
María, Astarté, Isis, Inanna y la Pachamama. También Jacobo y su
milenario Camino de las Estrellas. Siempre la vénera, la concha, el
inequívoco símbolo de la femineidad. ¿Acaso existió aquí un
santuario prerromano y preindoeuropeo, precristiano y pagano, en que
se rendía culto a la Gran Madre?. María Gimbutas me daría la razón
en esta hipótesis.
Antes de la construcción de este
santuario la Virgen recibía veneración en una pequeña ermita, la
Ermita del Despeñadero, adosada a la muralla del castillo, en el
espacio que fue el patio de armas.
La salvia y el esparto crecen
(afortunadamente sin control) en las pedregosas orillas del embalse.
Este lugar hará las delicias de
los ornitólogos (aficionados y profesionales). Yo que no llegó ni a
amateur identifiqué el pinzón vulgar, la paloma torcaz, un gorrión,
urracas, un jilguero, varios cormoranes y un par de perdices que
correteaban por ahí.
Una leyenda, oída y leída mil
veces, en otros tantos rincones de la geografía ibérica, vincula la
conquista de la plaza con el hallazgo de la imagen de una Virgen. En
1198 fue tomado el castillo de Peñarroya por el capitán Alonso
Pérez de Sanabria y cuando se disponía a ejecutar al alcaide de la
fortaleza, hizo promesa de descubrir un tesoro si le era perdonada la
vida. Aceptada la propuesta, el guardia derrotado señaló el lugar
donde se encontró la imagen de Nuestra Señora de Peñarroya. De la
rendición del castillo se creo la Hermandad o Cofradía de
Alabarderos, a invocación de la Señora de Peñarroya.
Para enredar más la cosa existe
una segunda versión, según la cual, la Virgen fue hallada (por
casualidad) en la barbacana del castillo por un partorcillo natural
de La Solana, cercana localidad. Este es el verdadero motivo por el
que La Solana y Argamasilla comparten el patronazgo de esta Virgen.
Vecinos de una y otra localidad protagonizan al cabo del año varias
jornadas de romería. Hasta el último domingo de Abril, la Virgen
permanece en el Castillo, hasta que llegan los romeros de
Argamasilla, y la trasladan hasta su Parroquia. La imagen es venerada
en Argamasilla hasta septiembre, fecha en que Argamasilla lleva la
virgen al castillo para entregarla a La Solana. Nuestra Señora viaja
a La Solana, y tras ser venerada durante los festejos patronales, es
devuelta a su trono habitual en San Antón.
Ambas cofradías representando
a sus pueblos, quieren rendir devoción a la Santísima Virgen y
homenaje perpetuo a los Conquistadores de este Castillo y a las
Órdenes Militares de San Juan de Jerusalén y a Santiago que tanto
lucharon por estos lugares y España entera, para conseguir el
triunfo de la Santa Cruz.
Del agua surge la vida. El agua
esculpe el paisaje y lo llena de vida, una vida ruidosa y colorida.
Ni la roca, ni la montaña pueden derrotarla. La paciencia del
líquido elemento obra el milagro.
El castillo es centinela de un
entorno embaucador, lejos del molesto ruido de la civilización.
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