miércoles, 19 de junio de 2019

CASTILLO DE PEÑARROYA.




Pasadas las batallas campales, llegaron, para quedarse, las órdenes militares a las tierras de La Mancha. Para defender los campos y a su gente, los freires y maestres levantaron fortalezas de pidera, que acabaron convertidas en núcleos para vertebrar el territorio. Estamos en la Edad Media, el concepto de estado es mero anacronismo, y cada uno se lo debe guisar, si pretender comer. Entre esos castillos construídos en la inabarcable llanura manchega se cuenta el Castillo de Peñarroya, emplazado en el término municipal de Argamasilla de Alba, la localidad manchega cuyo nombre fue olvidado por el genial manco de Lepanto.


La fortaleza, edificada por los caballeros de la Orden de San Juan de Jesualen (los populares hospitalarios), vigila desde tiempos inciertos la entrada al Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, donde la literatura se funde con la Naturaleza. Tradicionalmente se pensaba que el castillo tenía origen musulmán, si bien hoy día se tiene la certeza de que estamos ante una fortaleza cristiana.


La principal función para la que fue levantado el castillo era militar y de control del territorio (como todas las fortificaciones medievales). Las fronteras se alejan de La Mancha, las guerras cesan y el edificio cambia su cometido. A partir del siglo XIV su función pasó a ser eminentemente económica, constituyéndose en una de las principales fuentes de ingresos para la citada orden: arrendamiento de pastos, cobro de impuestos, protección de pobladores, almacén y caja fuerte de la Orden .


Entrada en recodo que facilita la defensa del acceso principal al recinto amurallado.


En el interior del recinto amurallado se ubica la ermita – santuario de Santa María de Peñarroya. La cúpula que cubre el altar adopta la sugerente (e inquietante) forma de una concha, trasunto de la vulva femenina. María, Astarté, Isis, Inanna y la Pachamama. También Jacobo y su milenario Camino de las Estrellas. Siempre la vénera, la concha, el inequívoco símbolo de la femineidad. ¿Acaso existió aquí un santuario prerromano y preindoeuropeo, precristiano y pagano, en que se rendía culto a la Gran Madre?. María Gimbutas me daría la razón en esta hipótesis.




Antes de la construcción de este santuario la Virgen recibía veneración en una pequeña ermita, la Ermita del Despeñadero, adosada a la muralla del castillo, en el espacio que fue el patio de armas.




La salvia y el esparto crecen (afortunadamente sin control) en las pedregosas orillas del embalse.


Este lugar hará las delicias de los ornitólogos (aficionados y profesionales). Yo que no llegó ni a amateur identifiqué el pinzón vulgar, la paloma torcaz, un gorrión, urracas, un jilguero, varios cormoranes y un par de perdices que correteaban por ahí.


Una leyenda, oída y leída mil veces, en otros tantos rincones de la geografía ibérica, vincula la conquista de la plaza con el hallazgo de la imagen de una Virgen. En 1198 fue tomado el castillo de Peñarroya por el capitán Alonso Pérez de Sanabria y cuando se disponía a ejecutar al alcaide de la fortaleza, hizo promesa de descubrir un tesoro si le era perdonada la vida. Aceptada la propuesta, el guardia derrotado señaló el lugar donde se encontró la imagen de Nuestra Señora de Peñarroya. De la rendición del castillo se creo la Hermandad o Cofradía de Alabarderos, a invocación de la Señora de Peñarroya.


Para enredar más la cosa existe una segunda versión, según la cual, la Virgen fue hallada (por casualidad) en la barbacana del castillo por un partorcillo natural de La Solana, cercana localidad. Este es el verdadero motivo por el que La Solana y Argamasilla comparten el patronazgo de esta Virgen. Vecinos de una y otra localidad protagonizan al cabo del año varias jornadas de romería. Hasta el último domingo de Abril, la Virgen permanece en el Castillo, hasta que llegan los romeros de Argamasilla, y la trasladan hasta su Parroquia. La imagen es venerada en Argamasilla hasta septiembre, fecha en que Argamasilla lleva la virgen al castillo para entregarla a La Solana. Nuestra Señora viaja a La Solana, y tras ser venerada durante los festejos patronales, es devuelta a su trono habitual en San Antón.


Ambas cofradías representando a sus pueblos, quieren rendir devoción a la Santísima Virgen y homenaje perpetuo a los Conquistadores de este Castillo y a las Órdenes Militares de San Juan de Jerusalén y a Santiago que tanto lucharon por estos lugares y España entera, para conseguir el triunfo de la Santa Cruz.


Del agua surge la vida. El agua esculpe el paisaje y lo llena de vida, una vida ruidosa y colorida. Ni la roca, ni la montaña pueden derrotarla. La paciencia del líquido elemento obra el milagro.



El castillo es centinela de un entorno embaucador, lejos del molesto ruido de la civilización.




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