En
Sumerslie, una isla remota, paraje evocador lejos de todos lados,
vive una comunidad anclada en el pasado, una sociedad en la que
podemos entrever una organización matriarcal. Un enclave que escapó
a Grecia y a Roma, y a los monoteísmos castradores, un paraíso natural
cuyos habitantes adoran a los dioses paganos. Como en los pueblos de
las novelas de Stephen King atrapan al visitante, todo resulta tan
acogedor y familiar como perturbador, desde las flores hasta los
escaparates de las tiendas. Hasta aquí llega un confiado agente de a
ley para encontrarse con una forma de vida y unas creencias
totalmente diferentes a la Europa Occidental civilizada.
Cementerios
desacralizados, iglesias en ruinas y ausencia de sacerdotes, un poco
de sexo, un mucho de lujuria, se fornica como si de un ritual se
tratase, aquí los antiguos dioses no han muerto. Los habitantes de
Summeslie practican rituales paganos, más intensos (y llenos de
significado) que las soporíferas liturgias eclesiásticas, al son de
una música delirante y embriagadora. Entre los parroquianos se
entremezclan dos estrellas vampíricas de la Hammer, la bella Ingrid
Pitt y el eterno Cristopher Lee.
Danzas
de Mayo, culto a la naturaleza y al eterno retorno. Un tronco de
árbol desramado y deshojado, símbolo inequívoco del falo
inseminador, es el eje del mundo, representa la fuerza reproductora
de la naturaleza, y por este motivo es venerado por muchas
religiones. Los niños bailan y cantan a su alrededor en un típica
festividad estival en las regiones boreales del continente europeo.
Los danzantes aceptan su misión en esta vida, esparcir su semilla
para procrear, y después alimentar a la tierra con su cuerpo.
En
el bosque creció un árbol
y
era un buen árbol
Ese
árbol tenía un brazo
y
de ese brazo salió una rama
y
en esa rama había un nido
y
en ese nido había un huevo.
Y
en ese huevo había un ave
Y
de esa ave una pluma salió.
Y
de esa pluma salió una cama
Y
sobre esa cama había una joven
Y
sobre esa joven había un hombre
Y
de ese hombre salió una semilla
Y
de esa semilla salió un niño
Y
de ese niño salió un hombre
Y
para ese hombre había una tumba
Y
de esa tumba creció un árbol”.
Amar
la naturaleza y temerla, cuidarla, mimarla y en caso necesario,
apaciguarla. reverenciar la vida, la música y la armonía, los
ciclos vitales, de polvo somos y al polvo volveremos.
Olvidados
rituales alrededor de un Cromlech precéltico, erotismo, sensualidad
y naturismo en medio de la Naturaleza. Niñas jóvenes y virginales,
inocencia y lascivia, celebran un extraño rito sentadas desnudas
sobre la fresca hierba. La suma sacerdotisa, de blanco puro y
virginal, lleva prendido al cuello un enorme collar en forma de sol.
Al
son de la música, las chicas, preparadas para a recibir la semilla,
acompasan los movimientos rítmicos de brazos y caderas mientras
entonan una canción, y de esta manera aceptan su condición de
receptáculo contenedor del ser que ha de nacer. Ellas son el
auténtico cáliz, el Santo Grial dador de vida.
Lleva
la llama a tu interior,
arde
y arde al descender.
Enciende
la semilla, alimenta
el
fuego y haz al niño crecer.
Lleva
la llama a tu interior,
arde
y arde adrede.
Enciende
la semilla, alimenta
el
fuego y haz que el niño se quede.
Lleva
la llama a tu interior,
arde
y arde con suerte.
Enciende
la semilla, alimenta
el
fuego y al niño haz fuerte.
Lleva
la llama a tu interior,
arde
y arde si parar.
Enciende
la semilla, alimenta
el
fuego y al niño haz llorar.
Lleva
la llama a tu interior,
arde
y arde sin cesar.
Enciende
la semilla, alimenta
el
fuego y al niño haz reinar.
Completan
el ritual, saltando sobre las llamas de una hoguera; las niñas
esperan a que el dios del fuego las haga fértiles. Como ya dijo un
filósofo presocrático, y también precristiano, llamado Heráclito,
“el fuego es el origen de todas las cosas”.
Ancestrales
fiestas de fertilidad que se celebraban en la Vieja Europa durante la
primavera para obtener una buena cosecha en otoño. En un contexto
sacralizado no pueden faltar algunos actores: una extraña criatura
mitad hombre, mitad caballo que galopa encabezando la procesión y
embistiendo a las chicas, el siniestro provocador una parte de
hombre, otra parte de mujer que encarna el Sumo Sacerdote de la
comunidad y el tonto, que es elegido rey por un día. Seis
espadachines caminan detrás de estas figuras, y en el apogeo de la
ceremonia enlazan sus espadas simbolizando el Sol. El frenético
ritual culmina con una procesión y un sacrificio, con el que los
participantes esperaban complacer la diosa de los campos Bellanau y
al dios del Sol, Nuada.
Todo
el pueblo en estado febril se cubre el rostro con máscaras de
animales, una forma de totemismo que ha sobrevivido al paso de los
siglos, procesiona por el camino sagrado al son de la música, culto
a un dios salvaje que tiene su momento culminante en el sacrificio
humano: el Hombre de Mimbre.
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