Cae la noche. No hay luna en el
cielo. Oscuridad. Idoia, Edurne, la Ma, y otras mujeres del pueblo
abandonan sus casas con sigilo. En el cálido interior duermen sus
hijos, padres y maridos. No hay luz, ni llevan candil, pero ellas
conocen el camino de ciegas, la tierra está húmeda por la copiosa
lluvia del medio día y ni siquiera el viento se atreve a romper la
quietud. En silencio sepulcral, las mujeres caminan en fila por el
bosque hasta el punto de reunión. Robles – árbol del druida,
árbol de la bruja – hayas, fresnos y algunos tejos, helechos bajos
y rocas tapizadas por el musgo configuran un templo natural, atávico.
El cielo infinito es la cúpula. Escobas, marmitas, mandrágora, el
gran cabrón, el gato negro, la calavera, hedor de sapo, cadáver de
nonato, leche materna, sangre menstrual, hongos alucinógenos,
safismo. Nadie sabe que ocurrió en aquel akelarre, aunque la morbosa
imaginación disfruta deleitándose con la escena. El lugar es
conocido desde el siglo XVI como “Sorginaritzaga”, el robledal de
las brujas.
El robledal de las brujas,
sombrío, húmedo, encantado, une Roncesvalles con Burguete. Un
enclave ciertamente evocador, aquí son posibles todo tipo de
aventuras y también las pesadillas más horribles. Que fina es la
línea que separa ambos mundos. Atravesando ese sendero espero,
incluso, encontrarme en cualquier momento con el Basajaun, y me de
las fuerzas suficientes para culminar con éxito este sufrido camino.
Un bosque de hayas, robles y
alerces, que según la tradición era frecuentado por brujas. Aquí
se celebraban algunos de los más conocidos akelarres del siglo XVI
que motivaron una durísima y sonada represión, que acabó con nueve
personas de la zona quemadas en la hoguera acusadas de practicar la
brujería y la magia negra.
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