“Después
de haber reclutado todas las tropas que pudo entre los celtíberos,
africanos y otros pueblos, y de encomendar los asuntos de Iberia a su
hermano Asdrúbal, atravesó los montes Pirineos en dirección al
país de los celtas, hoy llamado Galia, con nueve mil soldados de
infantería, doce mil jinetes y treinta y siete elefantes. Atravesó
el país de los galos, atrayéndose a algunos con dinero, a otros,
mediante la persuasión, y a otros, en fin, sometiéndolos por la
fuerza. Cuando llegó a los Alpes y no encontró ningún paso que los
atravesara o pasara sobre ellos – pues se trata de una cordillera
sumamente escarpada -, emprendió también su ascenso con intrepidez
sufriendo grandes pérdidas debido a la gran cantidad de nieve y al
rigor del frío existentes. Cortaba madera, la quemaba y apagaba los
rescoldos con agua y vinagre, y a la roca, que se había tornado
frágil por este procedimiento, la rompía con martillos de hierro.
Así, abrió un paso sobre las montañas que aún está en uso en la
actualidad y se llama paso de Aníbal. Como le empezaron a faltar las
provisiones, se apresuró en su marcha sin que los romanos se
percataran de que en realidad estaba ya en Italia, y al sexto mes de
su partida de Iberia, después de haber perdido a muchos hombres,
descendió desde los montes a la llanura”.
Apiano.
La Guerra de Aníbal, 4.
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