Los guapos seductores
con pico de oro nunca acaban bien, especialmente aquellos aficionados
a enamorar y retozar con mujeres ajenas. Guillem de Cabestany es
protagonista de una truculenta leyenda digna de una película gore o
de un relato macabro relato de Edgar Alan Poe.
Este trovador nacido en
el Rosellón (una tierra secularmente disputada por franceses y
catalanes) amó con locura (y hasta la extenuación) a una joven dama
de su comarca llamada Saurimonda. Para desgracia de ambos, estaba
casada con un poderoso y riquísimo señor. Felices y ajenos a la
maldición que pendía sobre sus cabezas, los amantes buscaban
cualquier rincón lejos de miradas curiosas para hablar de amor, y
entre besos y susurros, abrazos y arrumacos dar rienda suelta a los
instintos del bajo vientre.
Enterado de la traición,
el marido cornudo preso de los celos y dominado por la ira, buscó,
encontró y dio muerte al trovador. No satisfecho con haber acabado
con su vida, obsesionado por el deshonor que supone el adulterio y
corroído por un insoportable sentimiento de venganza, decapitó al
cadáver y con sus propias manos extrajo, aún caliente, el corazón
de su pecho.
Regresó a casa (aquel
lugar donde vivía nunca fue un hogar), ordenó al servicio que
cocinaran el corazón del desdichado y con toda la frialdad de la que
era capaz, se lo ofreció a su esposa para la cena. Cuando Saurimonda
terminó el último bocado, el inpaciente marido, al que le salían
los ojos de las órbitas y le palpitaba la vena del cuello, preguntó:
“¿sabéis que es esta carne que habéis comido?”. Ella respondió
con sinceridad: “No tengo ni idea, lo único que se, es que se
trata de una vianda exquisita”.
Encolerizado, fuera de
sí y con la mandíbula desencajada por una sonrisa maléfica de
triunfo, el esposo mostró orgulloso la cabeza de Guillem y dijo: “el
sabroso manjar que habéis disfrutado era el corazón de este
bravucón”. Al finalizar la frase pensó: Se ha hecho justicia.
Saurimonda, los ojos
llenos de lágrimas mas una mueca de triunfo en su rostro, gritó
“nunca jamás comeré otra carne, mis labios no podrían probar
alguna mejor”, y como alma que lleva el diablo corrió hasta el
balcón, saltó y arrojó al vacío su cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario