La monarquía electiva
polaca se nutrió de los grandes duques de Lituania de la familia
Jagellón (los parientes de Jogalla) convirtiéndose en un inmenso
estado bicéfalo. Cuando quedó conjurado el peligro germano apareció
por el este otro poderoso (y eterno) enemigo, el ruso. Y por si esto
no fuera poco, por el sur irrumpen los peligrosos turcos. Cracovia,
la bella Cracovia se convierte en la capital de un poderoso reino
católico, frente a la igleisa ortodoxa de rusos y valacos, y frente
al Islam del Imperio Otomano.
El rey Vladislao II
perece durante el desastre de Varna (1444) dejando huérfana a
Polonia. Casimiro IV dedicó sus esfuerzos en consolidar el estado,
reforzando el poder monárquico y a mantener las fronteras
abandonando una infructuosa política territorial. Finiquitó el
problema con la Orden Teutónica y su hijo primogénito Ladislao fue
coronado sucesivamente rey de Bohemia y de Hungría.
En 1485 el principado de
Moldavia, que buscaba aliado hasta debajo de las piedras, se reconoce
vasallo de Polonia. Esto provoca la guerra contra los turcos. Los
siguientes monarcas, Juan I y Alberto I, tuvieron que afrontar una
triple amenaza: Moscú, Habsburgo y turcos otomanos.
A finales del siglo XV
el creciente poder de los magnates volvía a socavar la autoridad de
la monarquía, como consecuencia de la evolución natural de las
estructuras políticas, sociales y económicas.
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