Tras
el fracaso del Seniorato y el colapso de la corona, el estado polaco
quedó atomizado en varios ducados minúsculos, las más de las
veces, enfrentados entre sí. Un enfrentamiento alimentado por el
odio intestino transmitido de generación en generación.
Los
sucesores de Boleslao no tuvieron las fortaleza necesaria para
mantener la primacía que habían heredado, y la subsiguiente guerra
civil (por unas míseras migajas) ofreció una oportunidad
pintiparada para que los levantiscos nobles pusiesen la monarquía
bajo su control y tutela, mediante la designación del soberano. Este
modelo electivo imperaba en otros principados de Europa, como fue el
caso de Valaquia.
Los
conflictos se suceden, y en 1146 el primogénito de Boleslao III,
llamado Vladislao, es desposeído de sus dominios por sus envidiosos
hermanos, que recibían el apoyo de la nobleza. Muchos de estos
nobles se encargarían de azuzar a hermanos contra hermanos.
Vladislao se vio obligado a abandonar el país y por eso es conocido
como Vladislao el Desterrado.
La
introducción de este principio de monarquía electiva provocó que
con demasiada frecuencia un soberano cediese, de forma involuntaria,
su trono, como le sucedió a Miezko III el Viejo, que fue sustituido
por su hermano Casimiro II, curiosamente apodado “el Justo”.
En
1180 se celebra una asamblea de duques y obispos polacos en Lenchitza
y se decide la disolución del Seniorato y de paso de confirman
muchos de los privilegios del clero. A partir de este momento los
estados piastas subsisten, mal que bien, como entidades totalmente
independientes (e inconexas). Polonia es un ejemplo más de lo
difícil que era en este siglo XII organizar un estado unificado y
sin fisuras. Continuará....
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