Un
imperio territorial ha necesitado históricamente a hombres capaces
que lo defendieran de las apetencias surgidas del bajo vientre de
propios y extraños. Tatikios, un hombre con la nariz mutilada y una
prótesis de oro, cumplió con esa función para un decadente (y
prácticamente insalvable) Imperio Bizantino.
Este
Tatikios era el hijo de un esclavo (posiblemente turco) que sirvió a
Juan Comneno, se crió en la corte y creció junto al futuro emperador
Alejo I. Su carrera militar y servicio al estado comenzó en 1081
cuando participó en la batalla de Dirraquio, donde los bizantinos
fueron derrotados por los normandos de Roberto Guiscardo. En los años
siguientes combatió a los selyúcidas, a los pechenegos, a los
cumanos, al tiempo que se convertía en protector y guardaespaldas
del emperador.
A
finales del siglo XII los cruzados se desparraman por Tierra Santa y
Tatikios recibe el encargo de convertirse en su guía, y de esta
manera tenerlos vigilados muy de cerca. El comandante bizantino
acompañó a la expedición de Bohemundo de Tarento (enemistado
visceralmente con Alejo) y cómo su misión era preservar los
intereses de Bizancio, pronto se ganó el desprecio de los caballeros
occidentales que veían en él a un traidor y un cobarde. Esta
opinión difiere totalmente de la imagen que nos legan los
historiadores bizantinos, con Ana Comneno a la cabeza, que se refiere
a él como un luchador valiente, un orador inteligente y un hombre
muy capaz.
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