Sobre
la extensa planicie manchega, castigada por el viento, se eleva
suavemente, sin muchas pretensiones, Castillo de Garcimuñoz, rodeado
de un terreno ideal para el cultivo de cebada y girasol.
En
una tierra de conflictos y vaivenes políticos, Castillo de
Garcimuñoz estaba en manos cristianas en 1172 cuando llegaron las
tropas de Abú Yakub Yusuf que arrasaron con todo y no dejaron con
vida ni al apuntador. Poco después de la conquista de Cuenca (1177)
Alfonso VIII sumó esta plaza a su reino. El castillo tomó el nombre
de uno de los caballeros que acompañaban al rey, Garcimuñoz, que
fue nombrado alcaide del castillo y encargado de la repoblación.
Alfonso
X concedió tierras y posesiones para dar forma al Señorío de
Villena, y Garcimuñoz formó parte de esta dote. El infante don Juan
Manuel, al que apasionaba practicar la caza con halcón en los
bosques que rodeaban el castillo, pasó largas temporadas aquí,
escribiendo parte de su obra literaria.
En
época de los Trastámara, Garcimuñoz pasó varias veces de la
corona a manos de la nobleza, hasta que finalmente Enrique IV concede
a Juan Pacheco el Señorío de Villena. Pacheco construyó un nuevo
castillo, conocido como “la corte chica” por su influencia en la
política castellana, sobre el antiguo alcázar de don Juan Manuel.
En las centurias venideras Castillo de Garcimuñoz estuvo en manos de
los descendientes de Juan Pacheco.
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