96 Los numantinos se rinden.
No mucho después, al
faltarles la totalidad de las cosas comestibles, sin trigo, sin
ganados, sin yerba, comenzaron a lamer pieles cocidas, como hacen
algunos en situaciones extremas de guerra. Cuando también les
faltaron las pieles, comieron carne humana cocida, en primer lugar la
de aquellos que habían muerto, troceada en las cocinas; después,
menospreciaron a los que estaban enfermos y los más fuertes causaron
violencia a los más débiles. Ningún tipo de miseria estuvo
ausente. Se volvieron salvajes de espíritu a causa de los alimentos
y semejantes a las fieras, en sus cuerpos, a causa del hambre, de la
peste, del cabello largo y del tiempo transcurrido. Al encontrarse en
una situación tal, se entregaron a Escipión. Éste les ordenó que
en ese mismo día llevaran sus armas al lugar que había designado y
que al día siguiente acudieran a otro lugar. Ellos, en cambio,
dejaron transcurrir el día, pues acordaron que muchos gozaban aún
de la libertad y querían poner fin a sus vidas. Por consiguiente,
solicitaron un día para disponerse a morir.
97 Reflexiones sobre el heroísmo de
Numancia.
Tan grande fue el amor a
la libertad y el valor existentes en esta pequeña ciudad bárbara.
Pues, a pesar de no haber en ella en tiempos de paz más de ocho mil
hombres, ¡cuántas y qué terribles derrotas infligieron a los
romanos! ¡Qué tratados concluyeron con ellos en igualdad de
condiciones, tratados que hasta entonces a ningún otro pueblo habían
concedido los romanos! ¡Cuán grande no era el último general que
les cercó con sesenta mil hombres y al que invitaron al combate en
numerosas ocasiones! Pero éste se mostró mucho más experto que
ellos en el arte de la guerra, rehusando llegar a las manos con
fieras y rindiéndolos por hambre, mal contra el que no se puede
luchar y con el que únicamente, en verdad, era posible capturar a
los numantinos, y con el único que fueron capturados. A mí,
precisamente, se me ocurrió narrar estos sucesos relativos a los
numantinos, al reflexionar sobre su corto número y su capacidad de
resistencia, sobre sus muchos hechos de armas y el largo tiempo que
se opusieron. En primer lugar se dieron muerte aquellos que lo
deseaban, cada uno de una forma. Los restantes acudieron al tercer
día al lugar convenido, espectáculo terrible y prodigioso, sus
cuerpos estaban sucios, llenos de porquería, con las uñas crecidas,
cubiertos de vello y despedían un olor fétido; las ropas que
colgaban de ellos estaban igualmente mugrientas y no menos
malolientes. Por estas razones aparecieron ante sus enemigos dignos
de compasión, pero temibles en su mirada, pues aún mostraban en sus
rostros la cólera, el dolor, la fatiga y la conciencia de haberse
devorado los unos a los otros.
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