El río Nerteva esculpió
una valle en los imponentes Balcanes y los turcos otomanos tallaron
en esas montañas una precioso diamante: Mostar.
Mostar es una de las
ciudades más emblemáticas de los Balcanes, las gélidas aguas del
río Neretva fluyen por medio de la ciudad, y el imperecedero Puente
Viejo, acaso el más hermoso de toda Europa, es su símbolo más
conocido, y un icono de la superación, la necesidad de
seguir adelante y las ganas de vivir.
En las cercanas
montañas, morada del dios del trueno, se han hallado restos de
asentamientos protohistóricos y bajo la ciudad actual duermen el
sueño eterno los restos de la ocupación romana. En Mostar la Edad
Media fue ciertamente una época oscura, pues son muy pocos (y
confusos) los datos que de ella podemos tener por seguros. La primera
mención documental es de 1474, coincidiendo con la expasión otomana
y la denominación Mostar procede de los guardianes “mostari” que
controlaban el paso por el puente y cobraban el pertinente peaje.
Los turcos otomanos,
omnipresentes en la región, dominan la ciudad a partir del año
1468, comenzando la urbanización y época de prosperidad de la
población. La Mostar otomana quedó organizada en dos áraes
distintas, una zona comercial y artesanal, y otra residencial. A
finales del siglo XVI era la ciudad otomana más influyente y
destacada de Herzegovina.
Sobre las bravías aguas
del Neretva se erige la mezquita de Mehmed Pashá.
El Kriva Cuprija –
puente torcido – de un solo arco, es el más antiguo puente de
piedra de Mostar, construido en 1558. Con un imposible escorzo salva
las aguas del río.
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