En el Valle del Miera, a
ambos lados del río, cruzado de orilla a orilla por un puente
románico, se extiende Liérganes, un pueblo montañés auténtico.
Liérganes es tierra de hidalgos y de labriegos, y la esencia de este
precioso pueblo de la montaña cántabra queda perfectamente
reflejada en la arquitectura popular, de casas montañesas con
corredor y balcones, y en los bellos ejemplos de casonas y palacetes
nobiliarios.
Los datos más antiguos
sobre la existencia del pueblo son del año 816, en el que la
documentación (una escritura de Santa María del Puerto Santoña) se
refiere al Monasterio de San Martín de Liérganes, a propósito de
la donación que el conde Gundesindo otorgó al Monasterio de
Fístoles.
Más tarde Liérganes
quedó configurada en el libro de las Merindades de Castilla (1351)
como lugar de behetría, en virtud del cual los labradores que allí
habitaban, y pagaban tributo en especies, escogían a su propio
señor.
Durante el siglo XVI
Liérganes era una pequeña polación, sin tierra apta para cultivar
trigo, situación que cambió a principios de la centuria siguiente
con la introducción de un nuevo cultivo, el maíz, que propició
cierta prosperidad y desarrollo. La riqueza llegó a la villa
cántabra de la mano de Juan Curtius a partir de 1617, que estaba al
frente de una fábrica de cañones, primera fábrica de artillería y
municiones conocida en España.
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