En los inicios del siglo X bizantinos y árabes seguían dominando el mar Mediterráneo, pero estaba comenzando a producirse un fenómeno que terminaría cambiando esta tendencia, “la contraofensiva comercial y militar de la Europa Occidental”. Palabras de Roberto Sabatino López, citadas por Gerald A.J. Hodgett en “Historia social y económica de la Europa medieval”.
Los antiguos puertos de larga tradición urbana y comercial, como Nápoles, Pisa y Rávena, y también los de reciente creación como Amalfi y Venecia, y ciudades como Pavía y Milán empezaron, poco a poco, pasito a pasito, a desplazar a bizantinos y árabes como los intermediarios entre Oriente y Occidente. Primeros pasos, décadas complicadas, un conflicto de intereses, la pujanza occidental, el caso es que hacia finales del siglo XII y comienzos del XIII, los italianos dominaron, incluso, el Mediterráneo Oriental. Con Venecia a la cabeza.
Amalfi, Gaeta, Salerno, Bari y algunas otras ciudades italianas de pequeño tamaño, que se habían abierto al comercio doscientos años antes, fueron pioneras en este renacimiento comercial en la Europa Occidental. Los ataques de los lombardos habían obligado a las ciudades que todavía se encontraban bajo dominio bizantino, a practicar el comerio para conseguir un medio de subsistencia. Los centros urbano italo-bizantinos adquirieron una importancia primordial desde las primeras décadas del siglo X. Sobre todas estas ciudades destaca una, Venecia. Anteriormente Venecia era simplemente un asentamiento modesto de pescadores, pero a finales del siglo IX mantenía un activo y lucrativo comercio con Constantinopla. Gracias a las ganancias que le proporcionaba esta actividad comercial, los venecianos podían comprar el cereal y el vino, que ellos no producían, en la cercana Lombardía.
Venecia, y el resto de ciudades italo-bizantinas tenían capacidad para recoger toda clase de productos y enviarlos a Constantinopla, la flamante y próspera capital del Imperio. Como ciudadanos bizantinos, los venecianos gozaban de ciertos privilegios por encima de comerciantes de otras procedencias. En ese sentido tenían acceso a los almacenes locales situados por las autoridades en los términos de los caminos y en los principales puertos, además de alojares en las casas de huéspedes ubicadas en la capital.
Bizancio dispensaba un trato excepcional a los venecianos, puesto que esos cedían sus barcos al gobierno imperial para el servicio de correos y el transporte de tropas. Los venecianos fueron los más avezados intermediarios en aguas del mar Mediterráneo. Gracias a estos favores, los bajeles venecianos únicamente debían pagar dos nomismata de oro al pasar el estrecho de los Dardanelos, mientras el resto de naves debían pagar quince.
Además del comercio legal, mercaderes y marineros practicaban un intenso contrabando, con Constantinopla como centro de salida y de recepción. Pese a los decretos imperiales que prohibían este tipo de actividades, el tráfico ilegal (como ha ocurrido y seguirá ocurriendo a lo largo de la historia) fluía libremente. Los contrabandistas italianos introducían esclavos en tierras del Imperio y sacaban toda clase de telas de lujo (cuya exportación estaba prohibida), oro, material de guerra y alimentos básicos. La demanda de ciertos productos en determinados lugares y momentos contribuyeron a forjar la imagen romántica del contrabandista, hombre libre y valiente que se mueve con destreza entre los estrechos márgenes de la ley.
El comercio legal y reglado era lo suficientemente atractivo y lucrativo, como para inducir a mercaderes de Venecia, Amalfi, Gaeta y Salerno a desplazarse a Constantinopla, aunque no era posible asentarse de forma permanente en la ciudad. El permiso de residencia que expedía el gobierno bizantino en la xenodochia o casas de alojamiento tenía una validez de tres meses (en cada viaje).
El dinero y los recursos son más valiosos que las diferencias culturales y religiosas. El pragmatismo por encima de las creencias y los fanatismos (sean de la naturaleza que sean). Todos estos puertos italianos también mantenían relaciones comerciales con los países islámicos. La abundancia de monedas árabes halladas en Europa occidental, parece corroborar que este comercio con el mundo islámico era más productivo y beneficioso que el que se mantenía con el Imperio de Oriente. Se importaban especias, perfumes, marfil, textiles y aceites, mientras que se exporaban esclavos, madera, hierro y herramientas. El hecho de comerciar con un potencial enemigo, como era el caso del Islam, no importaba demasiado a los mercaderes italianos.
En el siglo X el papel fundamental en la actividad comercial correspondió a Venecia. Este monopolio comercial del que disfrutaban los puertos italo-bizantinos podía haberse amenazado en el supuesto que las negociaciones de Carlomagno con Bizancio o con el califa abasí Harun-al-Rashid de Bagdad se hubiesen llegado a materializar. Al no concluir con éxito estas negociaciones, los derechos que el Emperador de Occidente hubiese otorgado al Imperio de Occidente como un todo, le fueron concedidos por entero a la República veneciana.
El pactum franco-veneciano del año 840 está en la base de la supremacía de la que disfrutó Venecia por encima del resto de puertos comerciales italianos, en lo que respecta al comercio occidental. Ciudades como Amalfi, Nápoles y Gaeta desarrollaron una poco inteligente política a ojos bizantinos, al seguir colaborando con los musulmanes. Esta colaboración socavó los privilegios comerciales que estas ciudades disfrutaban en los dominios del Imperio de Oriente.
“A los tres años de su elección [Pietro Tradonico de Jesolo], lo vemos encabezando una expedición naval a Dalmacia, y en el 840, fortalecida su posición por el relativo éxito de tales operaciones, envió un embajador a los francos con la misión de firmar un tratado con el nieto de Carlomagno, el emperador Lotario. Gran parte de dicho tratado no era sino la simple confirmación de acuerdos anteriores, pero resulta notable por dos motivos. En primer lugar, el manuscrito original aún existe, y se considera como el más antiguo documento diplomático veneciano que se conserva. En segundo lugar, contiene el compromiso explícito del dogo de responsabilizarse de la defensa del Adriático frente a los eslavos o cualquier otro enemigo, así como el reconocimiento implicito por parte de Lotario de su propia debilidad naval y de los consiguientes derechos de los venecianos sobre el Mediterráneo central”.
Historia de Vencia.
John Julius Norwich
A comienzos del siglo XI la preponderancia de Venecia era absoluta, al tiempo que se producía el declive de los puertos de la región como Comacchio e incluso Rávena, que en su momento disfrutó del puerto más grande del Adriático. En la práctica Venecia era completamente independiente de Constantinopla, y sin embargo sus mercaderes conservaban el privilegio de la ciudadania bizantina. Y por otro lado mantenían relaciones diplomáticas con todas las potencias del Islam. Los negocios por encima de todo. Cuando existe el interés – especialmente el economico – las diferencias religiosas dejan de tener importancia. Para Venecia todos eran clientes y socios comerciales, de manera que trataban de igual a igual a los reyes lombardos, a los posteriores – y efímeros – reinos de Italia y a los emperadores de Occidente (a los carolingios y a los del Sacro Imperio).
Los mercaderes extranjeros eran tratados en Vencia de la misma manera a como lo hacian en Constantinopla, eran controlados por el estado y tenían que redidir obligatoriamente en las xenodochia. Hasta el siglo XI, Venecia no sufrió la rivalidad de otros puertos italianos, pues a partir de esta centuria comenzó Génova a recuperarse lentamente de los destrozos causados por los lombardos. Por otro lado, Pisa, la única ciudad que había continuado realizando actividades comerciales, nunca supuso un serio peligro para la poderosa República de San Marco.
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