lunes, 12 de octubre de 2020

ABEBE BIKILA, EL ETÍOPE QUE CONQUISTÓ ROMA.

 



Existen atletas cuyas gestas trascienden más allá del ámbito deportivo, victorias épicas cargadas de simbolismo, que muchos años después siguen conmoviendo el alma del espectador. El 10 de Septiembre de 1960, hace ahora 60 años, Abebe Bikila conseguía la victoria olímpica en la prueba de Maratón, la reina indiscutible, y lo hizo después de correr los 42 kilómetros descalzo. La foto final es una de las imágenes más icónicas del movimiento olímpico.

Bikila era un chico de 17 años, que había pasado su infancia trabajando de pastor, y formaba parte de la guardia imperial de Haile Selassie. Un día que estaba apostado frente al palacio imperial, vio pasar a un grupo de atletas que habían participado en los Juegos Olímpicos de Melbourne (1956). Lucían vistosos chándals con el nombre de Etiopía grabado en la espalda. Entonces Bikila descubrió otra manera de servir a su país. Él también deseaba lucir el nombre de Etiopía en una cita olímpica. Y se puso manos a la obra. Comenzó a participar en campeonatos militares, hasta que el sueco Ono Niskanen, director de la Cruz Roja en el país y seleccionador nacional se fijó en él. Cuando llegó la siguiente Olimpiada, Roma 1960, Abebe Bikila ya estaba preparado para disputar la Maratón.



El soviético Serguei Popov, plusmarquista mundial, era el máximo favorito, pero no tardaría en comprobar que los africanos no habían viajado hasta Italia únicamente para hacer turismo y lanzar unas monedas a la Fontana de Trevi. Un pequeño grupo de corredores se destacó y mantuvieron el bloque hasta que en el kilómetro 20, Abebe Bikila, y otro debutante, el marroquí Radi Ben Abdesslem apretaron el ritmo y consiguieron abrir brecha. El duo de cabeza tragaba kilómetros hasta que casi el final de la carrera. A falta de dos kilómetros, más o menos, justo a la altura del Obelisco de Axum (expoliado de Abisinia por tropas italianas, llevado a Roma en 1937 y devuelto a Etiopía en 2005), el genial atleta etíope, que recordemos corría descalzo, lanzó un fulminante ataque, que dejó al marroquí atrás y lo encaminó hacia la gloria olímpica.



El Arco de Constantino, recuerdo inmortal de los emperadores romanos en el campo de batalla, fue testigo mudo del triunfo de Bikila. Un triunfo cargado de simbolismo, pues en 1936 había sido el ejército italiano el que derrotó al etíope, invadiendo posteriormente el país africano. El emperador Haile Selassie lo tuvo claro, la victoria de Bikila era una revancha de la agresión perpetrada por il Duce Mussolini. Aquel día además, batió el récord mundial de la distancia y se convertía en el primer deportista africano en ganar una prueba olímpica.

Bikila llegó a Roma siendo un perfecto desconocido, pero tras su proeza, el mundo nunca olvidaría su nombre. El hecho de que corriera descalzo se interpretó como un símbolo de la pobreza en África, aunque Bikila si que tenía unas zapatillas, pero como le molestaban, en el último momento decidió quitárselas y competir sin ellas. La primera victoria olímpica para un deportista del África Negra, coincidió con un momento clave en la historia reciente del continente, muchos estados comenzaban a proclamar su independencia y autodeterminación frente a los anquilosados imperios coloniales decimonónicos.



En 1964, convertido ya en un símbolo en su país viajó a los Juegos Olímpicos de Tokio. Poco antes de la cita olímpica enfermó de apendicitis y fue operado de urgencias. El día de la carrera, Bikila corrió como nunca, sus rivales solo le aguantaron 15 kilómetros y el resto de la carrera, en solitario, fue toda una impresionante desmotración de una fuerza colosal de la naturaleza y de un espíritu inquebrantable. Esta victoria, acompañada de un nuevo récord mundial, le consagran como uno de los mejores fondistas de todos los tiempos. Uno de los países más pobres de África se llevaba a casa un pedazo de oro, y demostraba al mundo que sus deportistas estaban preparados para competir de igual a igual con Occidente.

La grandeza del campeón se demuestra también en la derrota. Bikila llegaba un tanto maltrecho a la final olímpica de México '68, y en el kilómetro 15 tuvo que decir basta. Antes de abandonar la carrera tuvo tiempo de intercambiar unas palabras con su compatriota Mamo Wolde:

    • Teniente Wolde

    • Capitán Bikila

    • No voy a terminar la carrera

    • Lo lamento, señor

    • Pero usted ganará, teniente

    • ¡Si, señor!

    • No me decepcione.

Y efectivamente Mamo Wolde recogía el testigo de Bikila, y se colgaba la medalla de oro de Maratón. Abebe Bikila no lo sabía en ese momento, pero acababa de despedirse del deporte que le apasionada y que le convirtió en un mito.



Un año después de aquello, Bikila sufrió un grave accidente de coche en Adis Abeba que le dejó parapléjico. El inquebrantable atleta no se rindió, y siguió practicando deporte, tiro con arco y tenis de mesa en silla de ruedas, llegando a participar en varias competiciones internacionales. El mundo no se olvidaba de él, y fue invitado a presenciar en directo los Juegos Olímpicos de Munich 1972. Pero aquel fatídico accidente le dejó terribles secuelas, y en octubre de 1973, con apenas 41 años, su cuerpo no pudo más, y murió. La vida es extraña, paradójica y en ciertos aspectos, contradictoria, a veces entrega mucho a una persona, para después arrebatárselo todo de forma prematura y cruel.

Al día siguiente de su fallecimiento, Taddel G. Hiwot, profesor de literatura comparada y estudios africanos en Berkeley y en la Universidad de Varsovia, publicó el emotivo Poema de Victoria para Abebe Bikila: Abebe Bikila, Contigo nuestros sueños nunca se romperán. Nacido en 1933 y renacido en el 73. Soldado de a pie durante cuarenta años, Llevaste a los etíopes a correr. (…) Muerto Mussolini, Al poco, enseguida, Abebe lideró y Mamo le siguió. Etiopía comenzó y Kenia continuó. Nos hiciste amigos entre las naciones, Corriendo por la Victoria, Con el legado de Abe 27 de Octubre de 1973, el día que Abebe Bikila floreció.

Sus compatriotas lo despidieron como lo que era, un auténtico héroe. Se celebró un funeral casi de estado, con el emperador Haile Selassie en primera fila. Su legado aún continua vivo en el mundo del atletismo, y los grandes fondistas africanos, como Haile Gebrselassie, Paul Tergat o Kenenisa Bekele, siempre han tenido claro que Abebe Bikila fue el primero de todos ellos.



Una vida corta, demasiado quizás, pero suficiente para escribir algunas de las páginas más brillantes de la historia del deporte. Una leyenda del atletismo, un símbolo de todo un continente, un grito de libertad. Bikila corrió descalzo por las calles de la Ciudad Eterna, sus pies pisaron las mismas piedras que emperadores y legionarios. El arco de Constantino fue testigo mudo de su proeza, el Coliseo, el foro y toda Roma se rindieron a sus pies. En 1936 Italia necesitó todo un ejército para derrotar a Etiopía, mientras que un único soldado etiope se bastó para conquistar Roma y poner el mundo a sus pies.


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