En medio
de la pantanosa Camarga, una inmensa zona de marismas de la
desembocadura del Ródano, donde nidifican llamativos flamencos
rosas, cabalgan libres blancos caballos y pacen toros de lidia, las
murallas medievales de Aigues Mortes (Aguas Muertas) sobresalen por
encima de los cañaverales y los carrizos. Como la mayoría de las
ciudades medievales europeas, Aigues Mortes se ha convertido en un
destino turístico muy concurrido, con cafeterías, restaurantes y
brasseries.
Todo el
conjunto está rodeado de provechosas salinas, que llevan siendo
explotadas (de manera prácticamente ininterrumpida) desde la época
de los emperadores romanos.
En el
siglo XIII el rey San Luis (Luis IX de Francia) necesitaba abrir aquí
un puerto para acceder al mar Mediterráneo. En esta época medieval
la costa no estaba tan alejada como en la actualidad y los enormes
brazos del Ródano, hacían posible la salida al mar. La ciudad
diseñada por San Luis y su maestro de obra Eudes de Montreuil se
levantó a partir de una modesta aldea de pescadores.
El
objetivo estratégico del monarca era poner en contacto su reino con
el Levante Mediterráneo, las tierras de las Cruzadas y del todavía
brillante Imperio Bizantino, y sus grandes puertos y mercados para el
lujoso comercio con Oriente Medio y el lejano mundo de la India,
Catai y Cipango.
También
se utilizará como puerto de salida de los cruzados francos. El
propio rey encabezó la Séptima Cruzada. Una placa en la principal
iglesia de la ciudad recuerda la fecha en que el obispo entregó al
rey cruzado un crucifijo con el que dirigirse a Tierra Santa.
La iglesia
Notre Dame des Sablons, construida con piedras en estilo gótico
ojival, es el templo más importante de la ciudad.
El hijo de
Luis, Felipe el Atrevido y su nieto Felipe el Hermoso, complementaron
la fortificación de la ciudad, en la que colaboró el contratista
genovés Guillermo Bocanegra. Aigues se convirtió en la única
salida que la Corona tenía al mar Mediterráneo.
La Tour de
Constance es el elemento más llamativo de todo el recinto
amurallado, pues sobresale por encima del resto de torres.
La ciudad
adquiere la forma de un campamento militar romano, con trazado
cuadrangular y calles paralelas y perpendiculares unas a otras. La
población recuerda al rey Luis IX (cuya estatua preside la plaza
principal), y las murallas, en perfecto estado de conservación,
siguen siendo su mayor reclamo.
Los olores
activan resortes de la memoria. El aroma que desprenden los
cañaverales y el suave viento impregnado de sal, me transportan a
cualquier verano de aquellos en que viví en la Bahía de Cádiz. Mi
Puerto Real natal, nunca me abandonará (por muy lejos que vaya), y
en lugares como este vuelvo a revivir mi infancia (tan irregular como
feliz).
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