Alrededor del 1000 a. C., un grupo de tribus no civilizadas
—formadas por hombres altos, de tez clara y que eran cazadores
salvajes— vivía al norte y al sur de la entrada del marBáltico,
regiones que hoy constituyen Dinamarca, el sur de Suecia, Noruega y
el norte de Alemania. Nadie sabe de dónde provenían.
Su lengua era diferente de las lenguas habladas al este y al sur,
razón por la cual agrupamos juntas a esas tribus.
Muchos siglos más tarde, los romanos encontraron una tribu que
descendía de esas tribus primitivas (y que aún era bastante
primitiva). Los miembros de esa tribu se llamaban a sí mismos con un
nombre que a los romanos les sonaba como germani. Posteriormente, los
romanos aplicaron ese nombre a todas las tribus que hablaban la
lengua de los Germani, por lo cual las llamamos tribus germánicas.
Entre sus descendientes actuales, se cuentan los alemanes. Pero
los alemanes se llaman a sí mismos «Deutsch» (de una antigua
palabra que quizá significaba «gente») y a su nación«Deutschland».
Las tribus germánicas eran algunas de las que los libros de
historia a menudo llaman «bárbaras».
Para los civilizados griegos y romanos del sur, todo el que no
hablase griego o latín era considerado un bárbaro, es decir, les
parecía que emitían sonidos ininteligibles, tales como«barbarbar».
Esa palabra, pues, no tenía necesariamente un carácter insultante.
Después de todo, los habitantes de Siria, Babilonia y Egipto también
eran bárbaros en ese sentido, y eran tan cultos y sabios como los
griegos y los romanos, y lo eran desde hacía más tiempo.
Los germanos eran bárbaros en este sentido, pero también eran
incivilizados. En siglos posteriores, contribuyeron a destruir partes
del Imperio Romano, y su falta de aprecio por la cultura y el saber
dio a la palabra «bárbaro» su significado actual: persona sin
educación e incivilizada.
La única importancia de las tribus germánicas para el resto del
mundo en esa época primitiva residía en el hecho accidental de que
a lo largo de las costas meridionales del mar Báltico, unos sesenta
millones de años antes, habían existido enormes bosques de pinos.
Esos bosques murieron mucho antes de que el hombre apareciese en
la Tierra y esa variedad de pino se ha extinguido, pero mientras los
árboles vivieron produjeron enormes cantidades de resina.
Trozos endurecidos de esa antigua resina pueden encontrarse en el
suelo y son arrojados desde el mar por las tormentas. Es una
sustancia transparente, de colores que van del amarillo al naranja y
el marrón rojizo, de bello aspecto y suficientemente blanda como
para poder darle hermosas formas. Ese material (ahora llamado ámbar)
era muy valorado como ornamento.
El ámbar pasaba de mano en mano, y en la Europa del Sur, gente
mucho más avanzada que los habitantes de los bosques septentrionales
dio con algunas muestras de él y quiso tener más. Surgió una ruta
comercial del ámbar, y los productos de la Europa meridional,
cambiados por ámbar, llegaron al norte.
Probablemente como resultado del comercio del ámbar,en un
principio los germanos tuvieron un oscuro conocimiento de que en
alguna parte del lejano sur había regiones ricas
El conocimiento del norte bárbaro era igualmente oscuro para el
sur civilizado. Hacia el 350 a. C., el explorador griego Piteas de
Massilia (la moderna Marsella) se aventuró por el Atlántico y
exploró las costas noroccidentales de Europa.Llevó de vuelta mucha
información interesante para el público lector de libros, que
entonces, como siempre, sólo era una pequeña parte de la población.
Pero pronto iba a llegar el tiempo en que el conocimiento de los
germanos se impondría al hombre medio de un modo mucho más directo.
En los siglos primitivos, las tribus germánicas no practicaban la
agricultura, sino que vivían de la caza y la cría de ganado. Los
bosques septentrionales no podían sustentar a mucha gente que
viviera de este modo, y hasta cuando la población era muy escasa,
según patrones modernos, esas tierras estaban ya superpobladas.
Las tribus luchaban unas contra otras por la tierra necesaria para
sustentar a la población en crecimiento, y una de las partes,
naturalmente, perdía. Los perdedores vagabundeaban en busca de
mejores pastos y mayor caza, y así hubo un lento desplazamiento de
tribus germánicas fuera de sus hogares originarios.
Gradualmente, los germanos se dirigieron al sur y al este, a lo
largo de la costa del mar Negro. Por el 100 a. C., habían llegado al
río Rin en el oeste y ocupado la mayor parte de lo que es hoy
Alemania.
A su paso, empujaron o absorbieron a un grupo de pueblos que
antaño habían dominado vastos tramos de Europa septentrional y
occidental, y que hablaban un grupo de lenguas emparentadas entre sí
llamadas célticas. Al oeste del Rin, por ejemplo, estaban las tribus
celtas que habitaban una región llamada Gallia por los romanos y
Galia por nosotros.
A medida que los germanos se desplazaban al oeste y al sur, deben
de haber oído hablar cada vez más de las ricas y maravillosas
tierras del sur. Por el 150 a. C., la gran civilización de los
griegos estaba en decadencia, pero Italia estaba aumentando
rápidamente en poder y riqueza. La ciudad de Roma, en Italia
central, estaba imponiendo afanosamente su dominación sobre toda la
región mediterránea.
El sur debe de haberles parecido incalculablemente rico a los
germanos..., un maravilloso lugar para un posible botín. La
atracción del sur se combinó con tiempos excepcionalmente duros en
el norte, pues en lo que es ahora Dinamarca, la superpoblación
crónica había empeorado a causa de los daños producidos por
tormentas e inundaciones.
Hordas de hombres, mujeres y niños de las tribus empezaron a
marchar hacia el sur en cantidades sin precedentes, en 115 a. C. Los
romanos llamaron luego a esas hordas los cimbrios. (La península
danesa que llamamos Jutlandia todavía lleva el nombre más antiguo
de península Cimbria.)
En el curso de su migración hacia el sur, empezaron a unirse a
los cimbrios otras tribus, llamadas los teutones por los romanos.
Este nombre tribal particular más tarde fue aplicado a todos los
germanos, por lo que podemos llamarlos los teutones o los pueblos
teutónicos. También podemos hablar de las lenguas teutónicas, que
incluyen a todas las habladas por aquellos antiguos germanos: el
inglés es una de ellas.
(Dicho sea de paso, no es en modo alguno seguro que los cimbrios y
los teutones —pese al nombre de éstos— fuesen realmente
germanos. Aunque ésta es la creencia tradicional, muchos
historiadores modernos piensan que eran celtas, en parte o hasta en
su totalidad.)
No es muy probable que los cimbrios migrantes fueran en realidad
una hueste formidable. Entre ellos escaseaba el metal, por lo que no
llevaban armadura y tenían unas pocas espadas cortas. Sus armas eran
muy inferiores a las romanas. Además, carecían de disciplina o de
toda idea de una táctica ordenada.
Su única esperanza de vencer a los romanos era cogerlos por
sorpresa y caer sobre ellos como el rayo con feroces alaridos, a la
espera de que el primer choque los desorganizase y los hiciese echar
a correr.
Esto ocurrió muy a menudo. En primer lugar, las tribus
constituían una hueste numerosa, pues todos luchaban, mujeres y
niños crecidos tanto como los hombres. Además, los germanos tenían
un aspecto temible, con sus largos cabellos desgreñados y sus
vestimentas primitivas. También eran altos, mucho más altos y
fuertes, individualmente, que los hombres de las tierras
mediterráneas.
Las tropas romanas podían haber vencido fácilmente a las hordas
bárbaras, si se hubiesen mantenido firmes y conservado su sangre
fría; pero muy a menudo rompían filas y echaban a correr al primer
ataque. Entonces era fácil para las tribus eliminar uno a uno a los
soldados que corrían y hacer una matanza con ellos.
Los rumores de la marcha hacia el sur de los cimbrios los
precedieron y, como sucede casi siempre con los rumores, fueron
exagerados al propagarse. Se decía que los cimbrios eran medio
millón o más; su altura, su fuerza y su ferocidad eran descritas en
términos superlativos. El ejército romano enviado al norte para
enfrentarse con ellos del otro lado de los Alpes oyó esos cuentos y
quedó aterrorizado y semiderrotado ya antes de tomar contacto con
ellos.
Los cimbrios lucharon con ese ejército el 113 a. C. y lo
destruyeron fácilmente. Ahora tenían ante ellos los Alpes,
indefensos. Pero los hombres simples de las tribus no tenían ideas
claras sobre geografía. ¿Para qué trepar por esos picos elevados,
si podían virar hacia el oeste y bordear la cadena montañosa? Se
dirigieron, entonces, a la Galia.
Tres batallas distintas entre los cimbrios y los romanos tuvieron
lugar en la Galia, y los romanos las perdieron todas. En 105 a. C.,
toda Roma era presa absoluta del pánico. En las heroicas guerras de
los dos siglos anteriores, habían derrotado casi a todas las
naciones importantes que rodeaban al Mediterráneo, pero ante esos
bárbaros mal armados parecían inermes.
Indudablemente, si los cimbrios hubiesen marchado entonces sobre
Italia, hubiesen obtenido un botín que habría superado sus más
alocados sueños y podía haber cambiado la historia del mundo. Pero,
nuevamente, una dirección les parecía lo mismo que otra y,
afortunadamente para los romanos, avanzaron más al oeste y
penetraron en España, donde combatieron con pueblos celtas que no
eran mucho menos primitivos que ellos.
Esto dio tiempo a Roma, y apareció el hombre apropiado para la
ocasión. Era un soldado rudo y prácticamente analfabeto llamado
Cayo Mario. Se convirtió de hecho en dictador de Roma y se puso a
trabajar a fin de forjar un ejército y prepararlo para que
resistiese con firmeza el embate de los bárbaros
En 102 a. C., cuando los bárbaros retornaron de España y
finalmente parecían dispuestos a invadir Italia, Mario estaba
preparado para enfrentarse a ellos. Los bárbaros avanzaron en dos
contingentes, uno de los cuales fue exterminado casi hasta el último
hombre en el sur de la Galia. El otro logró abrirse camino hasta
Italia, pero en el 101 a. C. fue aniquilado en el valle del Po.
La amenaza desapareció totalmente y Roma experimentó una
espasmódica alegría. Por el momento, Mario fue su niño mimado.
Quizá nadie por entonces podía prever que esas batallas entre
romanos y bárbaros sólo fueran el primerepisodio de una guerra que
duraría muchos siglos.
Isaac Asimov. La Alta Edad Media.
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