. . . ves allí, amigo
Sancho, donde se descubren treinta, o poco más, desaforados
gigantes, con quien pienso hacer batalla . . .
Quiere una hermosa tradición que aquellos gigantes con los que Don Quijote entabló batalla son los molinos que aún hoy son visibles en el cerro que domina la villa manchega de Campo de Criptana. Estamos en Tierra de Gigantes.
Gustavo
Adolfo Bécquer, y tal vez don Miguel de Cervantes si se me permite
la mención, son los únicos autores que se atrevieron a explorar un
mundo de aventuras y fantasía. Siempre me he preguntado porque
España, una tierra prolífica en grandes literatos, jamás alumbrase
a un Verne o a un Dumas, un Stevensson, un Walter Scott o un Goethe.
La crítica literaria patria siempre trató de defenestrar a todas
aquellos autores que se decantaron por la magia, la aventura y la
fantasía. Pero aquí en La Mancha ocurren cosas extraordinarias,
como que dos rameras analfabetas se convirtieran en damas de la
nobleza, o que un ventero simple y ramplón, tenga el honor de armar
a un caballero andante.
Carreteras
largas, rectas, infinitas, cruzan pueblos y villas, y llegan hasta la
Plaza Mayor, a la puerta misma de la Parroquia. Los gigantes de Campo
de Criptana, se elevan por encima de la planicie manchega. La
literatura, y más tarde el cine, han forjado a lo largo de los
siglos la imagen mental que todos tenemos de La Mancha.
Campo de
Criptana (con el Toboso, Argamasilla de Alba y Alcázar de San Juan)
configuran una ruta de ensueño, a través del País del Quijote.
Cualquiera de las cuatro localidades es un buen punto de partida (o
de paso) para entrar de lleno en La Mancha, perderse por sus caminos
y dejarse atrapar por las letras y el paisaje.
Los molinos de Campo de
Criptana ya no muelen nada. Treinta o cuarenta hubo en tiempos de
Cervantes. “La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que
acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se
descubren treinta, o poco más, desaforados gigantes, con quienes
hacer batalla . . . “, exclama don Quijote al pasar por aquí. Hoy
quedan unos diez. Se los ves en las pardas crestas, indiferentes y
blancos, espiando la inmensa llanura sin confines. El viajero
sospecha que Cervantes se fijó en ellos debido a su exotismo, pues
resulta dudoso que antes de los Austrias se posasen en los pelados
cabezos. Hoy el progreso no quiere saber nada de ellos, y si
sobreviven es gracias a la literatura, que les ha otorgado el valor
de las reliquias sagradas.
Viaje al corazón de España.
Fernando García de Cortázar.
Pósito
Real. Es un edificio construido en el siglo XVI, ampliado
posteriormente en el XVII. Este Pósito fue la sede de un banco
agrícola, administrado por el ayuntamiento, y prestaba grano a los
campesinos en épocas de carestía, como un adelanto del año
venidero.
El conocido
como Albaicín de Campo de Criptana forma el núcleo de población
original de la villa. Su denominación deriva de su topografia
especial, y por que a fines del siglo XVI se asentaron aquí familias
moriscas procedentes de Granada. El entramado de callejuelas recuerda
lejanamente al más sombrío, fresco y animado Albaicín granaino.
El
bachiller Sansón Carrasco, amigo y rival, némesis de Don Quijote,
también es recordado aquí.
La ermita
de la Virgen de la Paz, ubicada en el cerro, se mimetiza con el resto
de edificios del barrio alto. Su exterior muestra los elementos
propios de las viviendas que existen a su alrededor; rejería, teja
curva árabe y paredes encaladas. Vista desde lejos es difícil
identificar al edificio como ermita.
En el Camino de Don Quijote, 400
años después.
Jorge Bustos. El Mundo.
Un oficio estrechamente
vinculado a los campos de la Mancha es el de molinero. La persona que
comprende los entresijos de la maquinaria y es capaz de hablar con
los vientos. Los hijos de Eolo le dicen como y cuando comenzar la
molienda del grano.
Es allí donde el paisaje
quedó inmortalmente caracterizado por los molinos de viento. Pero el
lector del Quijote que quisiera darse una idea del escenario de uno
de sus episodios y buscara aquellos molinos, se llevaría una
desilusión. Sólo en el campo de Criptana quedan algunos formando
conjunto, aunque ni con mucho se acercan a los “treinta o poco más”
que señaló Cervantes. En 1928 estaban en pie cinco, aunque en tan
malas condiciones que su funcionamiento era imposible. Azorín, a
comienzos de siglo, los vio aún funcionar, y por él se sabe entre
la gente letrada que su implantación no data de más allá de 1575,
lo cual explica, en parte, la sorpresa de don Quijote al
contemplarlos. Productos de la técnica medieval, los molinos de
viento alcanzaron nuestro suelo por influencia de los Países Bajos,
tan relacionados con España en la época de los Austrias, y son un
ejemplo de elemento cultural que por su poca adecuación tiene una
vida efímera en comparación con otros.
Julio Caro Baroja.
Los pueblos de España II.
Las viejas casas cuevas,
excavadas en la roca, originarias del siglo XVI, pueblan los barrios
altos de la villa. Estas casas servían de almacén y también de
refugio al molinero.
Los molinitos de Criptana andan y andan.
Azorín. La Ruta de Don Quijote.
Según el
catastro del Marqués de la Ensenada, en 1752 hubo censados un total
de 34 molinos de viento. Esta era la población que más molinos
reunía.
Infanto,
Burleta y Sardinero son los tres molinos originales del siglo XVI que
aún se conservan en esta localidad. Con la estructura y mecanismo de
la época y en los que se escenifican moliendas tradicionales de la
misma forma que se hacían antaño. Además de los originales se
conservan otros diez molinos restaurados y tres en ruinas. En uno de
ellos se ha instalado una oficina de atención al turista y otro es
la sede de un pequeño museo dedicado a Sara Montiel. Un molesto bar
de moda ha invadido la zona donde se ubican estos famosos molinos. La
primavera, el sol del Domingo de Ramos y un ambiente excesivamente
festivo. La muchedumbre mata el espíritu quijotesco de este bonito
rincón de la geografía española.
Siguiendo
los pasos de don Alonso Quijano y su leal amigo y escudero, Sancho
Panza, encontré la belleza hecha mujer, una sex symbol en una época
que estaban prohibidas, la inigualable Sara Montiel. Por mi edad tan
solo puede conocer su decrepitud, pero hemerotecas y filmotecas están
ahí para algo. De estas tierras salen, han salido y seguirán
saliendo personalidades arrolladoras, sin complejos y seguras de su
forma de ser y de actuar. Como muestra tres botones, Pedro Almodovar,
José Luis Cuerda y Sarísima.
Calles
empinadas, casas encaladas y ornamentadas con una llamativa franja
azul, abandonan con cierta brusquedad la plaza Mayor y se encaraman
en la montaña, buscando la zona más alta, la cumbre dominada por
los gigantes. La Sierra de los Molinos y el sugerente barrio del
Albaicín conforman el núcleo literario de esta singular localidad
manchega.
En el cerro
te esperan los gigantes de cuatro aspas, que parecen dibujar una Rosa
de los Vientos sobre el inmaculado cielo de la Mancha. El blanco y el
azul son los colores identitarios de este pueblo que comienza a
existir de abajo hacia arriba. Los mozos y las mozas debían acarrear
el grano desde los campos de cultivo a la base de los molinos. La
faena más dura corresponde al molinero. Cuanto ha evolucionado la
técnica desde aquellos molinos de mano que aparecieron durante el
Neolítico hasta estos Titanes de la Molienda. En ese momento el ser
humano se desligó definitivamente del resto del Reino Animal. Fuimos
capaces de elaborar nuestro propio alimento. De Ceres, cereal y
cerveza. Prometeo nos regaló el fuego, y pudimos convertir la harina
en pan. La espiga resiste, se dobla pero no se quiebra, adapta su
cuerpo a las exigencias del viento. Doce vientos, dicen, soplan en
Criptana.
Y hay quien
dice, con razón o si ella, que el ilustre don Miguel de Cervantes se
inspiró en los molinos de Criptana . . . y lo que parecían molinos
de viento resultaron ser gigantes . . .
. . . los gigantes de Campo de Criptana, por mas que el bueno de Sancho se empeñase en ver molinos. . .
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