Después de subir y bajar a la
sierra de Campo de Criptana, para sentir en la piel los aires de la
Mancha, encontramos acomodo en Alcázar de San Juan, capital de los
caballeros hospitalarios y que pretende ser la cuna (otra) de
Cervantes. Paseando por sus calles señoriales encontramos la Casa
del Hidalgo. En un edificio como este tuvo su morada Alonso Quijano
antes de metamorfosearse en el Caballero de la Triste Figura.
Los hijos de algo, el reducto más
ínfimo y orgulloso de la vieja nobleza castellana de espada. La
casa, dispuesta en dos plantas, era la morada en la que vivía la
familia. Estaba construida de tal manera que la distribución de sus
espacios, sus formas y decoración reflejan el estatus social de su
propietario.
La obra aprovecha los materiales
que tenía a sus disposición: tierra, piedra, cal, arena, yeso,
madera y carrizo. Las técnicas incluían el tapial, la mampostería,
la argamasa, el ladrillo y el adobe. El conjunto arquitectónico
incluía los edificios residenciales, una parte dedicada a los
animales y aperos para las faenas del campo, lugares destinados al
almacenamiento de las cosechas y para la transformación y conserva
de alimentos.
La fachada de la casa era un
escaparate donde el hidalgo comunicaba a vecinos y viajeros todo tipo
de información relativa a su persona y a las labores que se
desarrollaban en la casa. Con los escudos o blasones se indicaba el
rango social del propietario de la vivienda, y con los vítores (esas
letras de cuidada caligrafía) se demostraba que se poseía formación
universitaria. También se le daba un uso comercial, y en ese sentido
la fachada era como un gran escaparate; un sarmiento o una rama de
olivos colgados encima de la puerta quería decir que en la casa se
vendía vino o aceite. Durante las festividades la fachada se
decoraba con telas, colchas y flores específicas de la celebración
que se desarrollaba.
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