La Edad Media, esa época
oscura que prolonga su existencia desde la caída del Imperio Romano
de Occidente, hasta la conquista turca de Constantinopla, es un
período de efervescencia cultural (a contrario de la creencia
generaliza de atraso y regresión), cuyas creaciones han traspasado
fronteras físicas y temporales. Monjes y escritores, juglares y
trovadores, goliardos y profesores de universidad, dieron forma a un
interesante universo literario, cuyos ecos traspasaron el Barroco y
nuestro celebrado Siglo de Oro, para irrumpir con nuevos bríos en el
Romanticismo y llegar, más o menos transformado, hasta nuestros día.
Entre estos temas ocupa un lugar destacado el de los Nueve de la
Fama, otros tantos nombres convertidos en modelos ideales de
caballero, el héroe medieval por antonomasia.
Estos Nueve caballeros de la
Fama se distribuyen en tres triadas que representan a tres mundos
religiosos diferentes pero a la vez complementarios: el judaísmo, el
paganismo clásico y el cristianismo medieval. Jacques de Longuyon
fue el primero en agruparlos de esta forma y bajo este nombre en su
Voeux du Paon, en el año 1312.
La Triada del Antiguo
Testamento está formada por Josué, uno de los profetas de Israel
que condujo a su pueblo a conquistar las tierras de Canaan, el rey
David, arquetipo de rey guerrero en le Biblia y Judas el Macabeo,
líder de la revuelta de los macabeos contra el dominio seleúcida.
La Triada pagana está formada
por tres de los héroes de la Antigüedad Clásica; Héctor, el hijo
de Príamo rey de Troya, Alejandro Magno, el conquistador más grande
de todos los tiempos y Julio César, paradigma de estadista que aúna
su capacidad militar y sus dotes como político.
La Triada cristiana, plenamente
medieval, la componen los tres caballeros que definieron con su
ejemplo la Orden Universal de Caballería: el emperador Carlomagno,
renovador de la idea imperial, el legendario rey Arturo, cuyas
hazañas se pierden en la brumas de la leyenda y el triunfador de la
primera cruzada, Godofredo de Bouillón, convertido en Protector del
Santo Sepulcro.
Pinturas, miniaturas,
esculturas, múltiples y variadas son las representaciones medievales
(y aún posteriores) de los Nueve Caballeros, apareciendo siempre
agrupados en tres grupos de tres. Cada uno con los elementos
identificativos, incluyendo el blasón.
Este lugar literario común fue
motivo de significativas adaptaciones, como Ignacio de Loyola,
fundador de la Compañía de Jesús, y sus nueve seguidores
iniciales, encargados de extender el catolicismo y el espíritu de la
Contrarreforma por todo el Orbe.
Don Quijote de la Mancha,
caballero andante como pocos han existido, no tiene reparo en
compararse con ellos: “Yo sé quien soy – respondió don
Quijote -, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos
los Doce Pares de Francia, y aún todos los Nueve de la Fama, pues a
todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron
se aventajarán las mías”.
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