Soleado día que nos ha traído a Girona, más francesa que española, pero sobretodo catalana. La ciudad medieval arremolinada alrededor del río, con la catedral como centro neurálgico. Catedral fortaleza, río y muralla protegen a los burgueses y populacho urbano.
Romana, carolingia y catalana. Luchó contra las tropas napoleónicas para mantener su independencia, a tenor de las esteladas que cuelgan de ventanas y balcones, los gerundenses volverán a pelear por esa autodeterminación.
Parte determinante de la historia de Cataluña comenzó a escribirse aquí: la Emporión griega, la Gerunda romana (difícil localizar en la ciudad actual) y la Marca Hispánica carolingia.
Como la corona de una reina, la catedral se alza majestuosa, sentada en su trono. Visible desde cualquier punto de la ciudad vieja, de la orilla del río.
Donde confluyen los ríos Ter y Onyar se alza la vieja Gerunda. En el siglo I a.C. Los ingenieros romanos (apoyados por los legionarios que aportan la imprescindible mano de obra) levantaron una poderosa fortaleza, una especie de acrópolis, la Força Vella, protegida por recios muros construidos a base de sillares. Este fue el primer recinto de la ciudad, que permaneció prácticamente inalterado hasta el año 1000.
En el lugar donde tenían sus poblados algunos grupos de la tribu íbera de los indigetes, construyó el general Pompeyo, en el contexto de la guerra contra Sertorio, una fortificación que acabaría llamándose Gerunda. Con el tiempo esta Gerunda se convirtió en un baluarte-atalaya que controlaba, y defendía, la entrada de la Vía Augusta en Hispania. A pesar de su situación en el interior, Gerunda estaba bien comunicada con el activo puerto de Emporión.
Debido a su función estrictamente militar, instalada sobre la transitada Vía Augusta, el plano de Gerunda no respondía al típico trazado hipodámico. Aunque no se ha podido documentar la existencia del decumanus máximus, el cardo de superponía al trazado de la Vía Augusta y el foro estaba ubicado en la plaza de la Catedral.
La Gerunda romana – como el viejo casco medieval – se organizaba sobre terrazas fluviales, una circunstancia que obligó a transformar las calles en escaleras. En el ager se construyeron villas dedicadas a la explotación agropecuaria, cereales, olivares, viñas, ovejas, vacas y cabras, y una serie de explotaciones alfareras.
Los inicios del cristianismo en la ciudad se vinculan con la figura de San Felix, martirizado en el siglo IV durante las crueles persecuciones ordenadas por el emperador Diocleciano.
Los visigodos pasaron por aquí con más pena que gloria, y en el 715 la ciudad se entregó, casi sin oponer resistencia, a los conquistadores musulmanes. Tampoco tuvo gran importancia la presencia musulmana en Gerona, por tanto en cuanto, en el 785 la élite local entregó la ciudad al entonces rey franco Carlomagno.
La relación de Carlomagno con la ciudad tiene que ver más con la leyenda que con la historia. Al parecer el emperador nunca visitó la ciudad. Gerona desempeñó un papel fundamental en la Marca Hispánica hasta que la conquista de Barcelona le hizo perder esta preeminencia como vanguardia carolingia en la Península Ibérica.
Las murallas carolingias reforzaron el cerco romano y aumentaron la capacidad defensiva de la urbe. En el seno de la Marca Hispánica Gerona se convirtió en la sede del Condado de Gerona, que en principio dependía del emperador.
La catedral, con una solitaria torre en su fachada, sobresale del entramado urbano y por encima de ella se extiende la muralla. Una ciudad pequeña, pero ciudad al fin y al cabo, tiendas multinacionales, coches y ruido por doquier. Prefiero alejarme de este insano bullicio. Arcadas como las de Berna, muralla como la de Luxemburgo y verde como Ljubliana, la maravillosa capital de Eslovenia.
En la rambla de la Llibertat bajo las arcadas abrían sus puertas los talleres gremiales de la ciudad.
El Call es el barrió judío de la ciudad, una población dinámica que contribuyó al desarrollo de Gerona en la Edad Media. En dicha comunidad tuvo un papel destacado la escuela cabalística cuyo máximo exponente fue el rabino Nahmánides o Bonastruc ça Porta. En la actualidad es una de las juderías medievales mejor conservadas de toda Europa.
Callejuelas, soportales y recovecos que salen de cualquier lado y te conducen a remotos rincones escondidos.
Durante la Edad Moderna la ciudad continuó su crecimiento y a comienzos del siglo XIX protagonizó una enconada defensa frente a las tropas de Napoleón.
Delicioso paseo por toda la muralla, una forma única de contemplar la ciudad desde diferentes perspectivas.
Los viejos edificios de Gerona parecen surgir del bosque, mientras las lejanas montañas recortan el horizonte. En urbes como esta se siente la nación catalana: una lengua, una bandera y una forma de vivir la vida (más cercana a Europa que a la Meseta. Y no hablemos del sur).
Nunca aparece en las listas de las ciudades más hermosas de España, y aunque es un tanto injusto, quizá le benefició, menos turismo, más tranquilidad. Su casco histórico es una pequeña maravilla de la arquitectura medieval. Una preciosidad. El río y la muralla, perfectamente adaptada a las irregularidades del terreno, son los elementos defensivos más destacados.
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