Sísifo, hijo de Éolo, se casó con la hija de Atlante llamada
Mérope, la Pléyade, quien le dio como hijos a Glauco, Ornitión y
Sinón, y poseía un excelente rebaño de vacas en el istmo de
Corinto.
Cerca de él vivía Autólico, hijo de Quíone, cuyo hermano
mellizo Filammón fue engendrado por Apolo, aunque el propio Autólico
consideraba como su padre a Hermes.
Ahora bien, Autólico era un experto en el robo, pues Hermes le
había dado el poder de metamorfosear a cualquier animal que robaba
quitándole los cuernos, o cambiándolo de negro en blanco, y
viceversa. Por lo tanto, aunque Sísifo se daba cuenta de que sus
rebaños disminuían constantemente en tanto que los de Autólico
aumentaban, al principio no podía acusarle de robo; en consecuencia
un día grabó en el interior de los cascos de todos sus animales el
monograma SS, o, según dicen algunos, las palabras «Robado por
Autólico». Esa noche Autólico procedió como de costumbre y al
amanecer las huellas de los cascos a lo largo del camino
proporcionaron a Sísifo una prueba suficiente para llamar a sus
vecinos como testigos del robo. Fue al establo de Autólico,
reconoció los animales robados por los cascos marcados, y, dejando a
sus testigos para reconvenir al ladrón, entró en la casa y mientras
seguía la discusión sedujo a Antíclea, hija de Autólico y esposa
del argivo Laertes. Ella le dio como hijo a Odiseo, y la manera como
fue concebido basta para explicar la sagacidad que mostraba
habitualmente y su apodo «Hipsipilón».
Sísifo fundó Efira, llamada luego Corinto, y la pobló con
hombres nacidos de hongos, a menos que sea cierto que Medea le regaló
el reino. Sus contemporáneos le consideraban el peor bribón del
mundo y sólo le concedían que promovía el comercio y la navegación
de Corinto.
Cuando, a la muerte de Éolo, Salmoneo usurpó el trono de
Tesalia, Sísifo, que era el heredero legítimo, consultó con el
oráculo de Delfos, que le dijo: «Engendra hijos con tu sobrina;
ellos te vengarán.» En consecuencia sedujo a Tiro, la hija de
Salmoneo, la cual, al descubrir por casualidad que su motivo no era
el amor por ella, sino el odio a su padre, mató a los dos hijos que
le había dado. Sísifo fue entonces al mercado de Larisa [mostró
los cadáveres, acusó falsamente a Salmoneo de incesto y asesinato]
e hizo que lo desterraran de Tesalia.
Cuando Zeus raptó a Egina, el padre de ésta, el dios fluvial
Asopo, fue a Corinto en su busca. Sísifo sabía muy bien lo que le
había sucedido a Egina, pero no quiso revelar nada a menos que Asopo
se comprometiera a abastecer a la ciudadela de Corinto con un
manantial perenne. En conformidad, Asopo hizo que surgiera el
manantial de Pirene detrás del templo de Afrodita, donde hay ahora
imágenes de la diosa armada, del Sol y del arquero Eros. Entonces
Sísifo le dijo todo lo que sabía.
Zeus, quien por muy poco había escapado a la venganza de Asopo,
ordenó a su hermano Hades que llevase a Sísifo al Tártaro y le
castigase eternamente por haber revelado los secretos divinos. Pero
Sísifo no se intimidó: astutamente, puso a Hades unas esposas con
el pretexto de aprender cómo se manejaban y en seguida se apresuró
a cerrarlas. Así quedó Hades preso en la casa de Sísifo durante
varios días, creando una situación imposible, porque nadie podía
morir, ni siquiera los hombres que habían sido decapitados o
descuartizados; hasta que al fin Ares, cuyos intereses quedaban
amenazados, acudió apresuradamente, liberó a Hades y puso a Sísifo
en sus garras.
Pero Sísifo tenía otra treta en reserva. Antes de descender al
Tártaro ordenó a su esposa Mérope que no lo enterrara, y cuando
llegó al Palacio de Hades fue directamente a ver a Perséfone y le
dijo que, como persona que no había sido enterrada, él no tenía
derecho a estar allí, sino que debían haberlo dejado en el otro
lado del Estigia. «Permíteme volver al mundo superior —suplicó—
para que arregle mi entierro y vengue el descuido cometido conmigo.
Mi presencia aquí es sumamente irregular. Volveré dentro de tres
días.» Perséfone se dejó engañar y le concedió lo que pedía.
Pero tan pronto como Sísifo se encontró de nuevo bajo la luz del
sol faltó a la promesa hecha a Perséfone. Por fin hubo que llamar a
Hermes para que lo llevase de vuelta por la fuerza.
Quizá porque había agraviado a Salmoneo, o porque había
revelado el secreto de Zeus, o porque había vivido siempre del robo
y asesinado con frecuencia a viajeros confiados —algunos dicen que
fue Teseo quien puso fin a la carrera de Sísifo, aunque generalmente
esto no se menciona entre las hazañas de Teseo—, lo cierto es que
se impuso a Sísifo un castigo ejemplar. Los Jueces de los Muertos le
mostraron una piedra gigantesca —idéntica en su tamaño a la roca
en que se había transformado Zeus cuando huía de Asopo— y le
ordenaron que la subiera a la cima de una colina y la dejara caer por
la otra ladera. Pero nunca ha conseguido hacer eso. Tan pronto como
está a punto de llegar a la cima le obliga a retroceder el peso de
la desvergonzada piedra, que salta al fondo mismo una vez más. Él
la vuelve a tomar cansadamente y tiene que reanudar la tarea, aunque
el sudor le baña el cuerpo y se alza una nube de polvo sobre su
cabeza.
Mérope, avergonzada por ser la única Pléyade con un marido en
el Infierno —y además criminal— abandonó a sus rutilantes
hermanas en el firmamento nocturno y nunca se la ha vuelto a ver
jamás. Y así como el lugar donde está la tumba de Neleo en el
istmo de Corinto era un secreto que Sísifo se negó a revelar
incluso a Néstor, así también los corintios se muestran igualmente
reticentes cuando se les pregunta dónde fue enterrado Sísifo.
Robert Graves. Los Mitos Griegos.
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