A lo largo del Medievo, los materiales utilizados para la construcción, la eleboración de utillajes y la vida cotidiana eran madera, hierro y madera.
Madera. La Edad Media – como un
prolongación del Mundo Antiguo – la podemos calificar como la Edad
de la Madera, pues es el material universal, proporcionada por el
sempiterno bosque. Casas, vigas, andamios, cercados, mangos,
utensilios varios, mobiliario, combustible ... la madera es el
producto más común del Occidente Europeo.
Hierro. A diferencia de la
madera, el hierro es un producto raro (y por ende, caro). Las espadas
carolingias, por poner un ejemplo, eran exportadas a oriente. El
franciscano Bartolomé “el Inglés” define el hierro como una
materia preciosa: “el hierro es más útil al hombre que el oro”.
Y no le faltaba razón, sin hierro el hombre no puede defenderse de
sus enemigos, ni roturar al tierra, de igual modo cualquier trabajo
manual pide el uso del metal. No obstante, la mayor parte de la
producción de hierro se destinaba al armamento, quedando para el
utillaje un ínfima proporción. No es de extrañar que el herrero
medieval, el hombre capaz de dar forma al metal, sea considerado
extraordinario, casi un hechicero.
Piedra. La piedra es el material
que va a rivalizar con la madera en la actividad constructora. Madera
y piedra, pareja básica de la arquitectura medieval. Los arquitectos
son a la vez canteros y carpinteros, aunque durante mucho tiempo, la
piedra es un lujo, un material noble en comparación con la madera.
La Edad Media nos lega una colección de piedras; símbolo del poder
nobiliar y religioso, castillos y monasterios, iglesias y catedrales.
Pero aún nos quedan los huesos de un esqueleto de madera y aún de
otros materiales más humildes y perecederos; paja, barro,
argamasa...
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