lunes, 15 de enero de 2018

ORFEO, AVENTURAS Y DESVENTURAS.




Orfeo, hijo del rey tracio Eagro y la musa Calíope, fue el poeta y músico más famoso de todos los tiempos. Apolo le regaló una lira y las Musas le enseñaron a tocarla, de tal modo que no sólo encantaba a las fieras, sino que además hacía que los árboles y las rocas se movieran de sus lugares para seguir el sonido de su música. En Zona, Tracia, algunos de los antiguos robles de la montaña se alzan todavía en la posición de una de sus danzas, tal como él los dejó.

Después de una visita a Egipto, Orfeo se unió a los argonautas, con quienes se embarcó para Cólquide, y su música les ayudó a vencer muchas dificultades. A su regreso se casó con Eurídice, a quien algunos llaman Agríope, y se instaló entre los cicones salvajes de Tracia.

Un día, en las cercanías de Tempe, en el valle del río Peneo, Eurídice se encontró con Aristeo, quien trató de forzarla. Ella pisó una serpiente al huir y murió a causa de la mordedura, pero Orfeo descendió audazmente al Tártaro, con la esperanza de traerla de vuelta. Utilizó el pasaje que se abre en Aorno, en Tesprótide, y, a su llegada, no sólo encantó al barquero Caronte, el perro Cerbero y los tres Jueces de los Muertos con su música melancólica, sino que además suspendió por el momento las torturas de los condenados; de tal modo ablandó el cruel corazón de Hades que éste concedió su permiso para que Eurídice volviera al mundo superior. Hades puso una sola condición: que Orfeo no mirase hacia atrás hasta que ella estuviera de nuevo bajo la luz del sol. Eurídice siguió a Orfeo por el pasaje oscuro guiada por el son de su lira, y sólo cuando él llegó de nuevo a la luz del día se dio la vuelta para ver si ella lo seguía, con lo que la perdió para siempre.

Cuando Dioniso invadió Tracia, Orfeo no le rindió los honores debidos, sino que enseñó otros misterios sagrados y predicó a los hombres de Tracia, quienes le escucharon reverentemente, lo pernicioso que era el homicidio en los sacrificios. Todas las mañanas se levantaba para saludar a la aurora en la cumbre del monte Pangeo y predicaba que Helio, al que llamaba Apolo, era el más grande de todos los dioses. Ofendido por ello, Dioniso hizo que le atacaran las Ménades de Deyo, Macedonia. Esperaron a que los maridos entraran en el templo de Apolo, donde Orfeo oficiaba como sacerdote, y luego se apoderaron de las armas dejadas afuera, entraron, mataron a sus maridos y desmembraron a Orfeo. Arrojaron su cabeza al río Hébro, pero quedó flotando y siguió cantando hasta llegar al mar, que la condujo a la isla de Lesbos.

Las Musas, llorando, recogieron sus miembros y los enterraron en Liebetra, al pie del monte Olimpo, donde hoy día los ruiseñores cantan más armoniosamente que en ninguna otra parte del mundo. Las Ménades trataron de limpiarse de la sangre de Orfeo en el río Helicón, pero el dios fluvial se metió bajo tierra y desapareció a lo largo de casi cuatro millas, para volver a salir a la superficie con otro nombre, el Bafira. Así evitó ser cómplice del asesinato.

Se dice que Orfeo había censurado la promiscuidad de las Ménades y predicado el amor homosexual, por lo que Afrodita estaba no menos irritada que Dioniso. Sin embargo, sus colegas olímpicos no podían estar de acuerdo con que el asesinato tenía justificación y Dioniso salvó la vida de las Ménades transformándolas en encinas que quedaron arraigadas en la tierra. Los tracios que habían sobrevivido a la matanza decidieron tatuar a sus esposas como una advertencia contra el asesinato de sacerdotes, y la costumbre sobrevive al presente.

En cuanto a la cabeza de Orfeo, después de ser atacada por una serpiente lemniana celosa (a la que Apolo transformó inmediatamente en piedra), fue guardada en una cueva de Antisa, consagrada a Dioniso. Allí profetizaba día y noche, hasta que Apolo, viendo que sus oráculos de Delfos, Grineo y Claro habían sido abandonados, fue allá y se colocó sobre la cabeza y exclamó: «¡Deja de entrometerte en mis asuntos! ¡Ya he tenido bastante paciencia contigo y con tus cantos!» En adelante la cabeza guardó silencio. La lira de Orfeo había ido también a la deriva hasta Lesbos y había sido guardada en un templo de Apolo, por cuya intercesión y la de las Musas fue colocada en el cielo como una constelación.

Algunos relatan de una manera completamente distinta la muerte de Orfeo; dicen que Zeus lo mató con un rayo por divulgar los secretos divinos. En verdad, había instituido los Misterios de Apolo en Tracia, los de Hécate en Egina y los de Deméter Subterránea en Esparta.
Robert Graves.
Los Mitos Griegos.


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