Adaptación libre de la leyenda del Nibelungo del año 1957 dirigida por el italiano Giacomo Gentilomo. Una película con cierto tono operístico, especialmente en la introducción y en el desenlace. Mezcla de peplum y fantasía heroica, fusión del poema épico el Cantar de los Nibelungos, y la maravillosa tetralogía de Wagner y el Anillo. Una de las cosas más interesantes es el uso, precisamente, de la música compuesta por Wagner para las óperas Sigfrido y el Crepúsculo de los Dioses.
Bosque, hielo y fuego, los despojos humanos después de la batalla estercolan los suelos. Siglinde, esposa de Sigmundo un valeroso guerrero caído en el combate, camina moribunda y deja a su hijo, Sigfrido, en manos del nibelungo Mime, el mejor herrero de una raza de herreros. Además entrega la espada quebrada que pertenecía a su esposo fallecido.
El Rhin fluye alegre por las tierras de Germania, vivificando sus profundos bosques. Un río que guarda un maravilloso tesoro en su lecho y que quiere contarte una historia.
El cuerno anuncia la llegada de Sigfrido, el héroe de noble corazón, criado inocente lejos de la sociedad corrupta, que vive en armonía con la Naturaleza, al igual que Perceval en la Yerma Floresta Solitaria, desconociendo su pasado y con la habilidad para comprender el sencillo lenguaje de los pájaros.
El fuego, la pericia y la pasión de Sigfrido, consiguen volver a forjar la espada de Sigmund. Aquella que fue llamada Balmung (Nothung en la versión wagneriana).
El oro del Rhin, el vil metal capaz de corromperlo todo. Los hermanos Alberic y Mime, con el alma podrida por el deseo de conseguir a toda costa el tesoro de los Nibelungos. Cuando el valor supremo es el dinero, todo está perdido. En esas circunstancias no es posible construir nada bueno.
El Dragón Fafnir guardián del tesoro y arquetipo del mal absoluto, es muerto por el héroe, que llega hasta él montando un blanco corcel, símbolo del bien, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, de Dios frente a Lucifer. Hubo un tiempo en que Europa estaba llena de dragones y otros reptiles terroríficos como la Tarasca, el dragón de Ljubliana, el Graolly de Metz o Lindwurm, el monstruo de los pantanos de Klagenfurt. Héroes y heroínas como San Jorge, Santa Marta, y algún que otro caballero anónimo, se encargaron de exterminarlos a todos.
Un anillo para gobernarlos a todos, y para poseer el prodigioso Tesoro de los Nibelungos. Matar al dragón, bañarse en su sangre para conseguir la invulnerabilidad, robar el anillo y la promesa de conseguir el corazón de la bella Krimilda. Nótese el parecido entre Alberich y Golum, ambos estaban aquejados del mismo mal.
Hagen, el valiente e invencible caballero, pero también el manipulador y ambicioso, se va a convertir, a su pesar, en el antagonista. El blanco radiante de Sigfrido contrasta con la armadura y el caballo completamente negros del campeón burgundio. Una escena típica del cine de capa y espada. Wotam estaría orgulloso de estas lides.
Las brumas y una reunión secreta. Alberich y Hagen, desagraviados por las acciones de Sigfrido, movidos por la envidia y por una ambición desmedida, confabulan contra el héroe, que aún sin pretenderlo, se ha convertido en un duro obstáculo para desarrollar sus planes de poder y riqueza.
Las tres jóvenes bordadoras, de blanco virginal y radiante, recuerdan a las tres nornas, que viven bajo las raíces de Yggdrasil, tejedoras del destino de hombres y mujeres.
A cambio de la mano de Krimilda, Sigfrido conquistará a la bella Brunilda para el rey Hagen. Brunilda es hermosa, fuerte, orgullosa y valiente, hierática, pero también pasional. Su complicado corazón no se conquista con bellas palabras, sino por la fuerza de las armas. La magia y el engaño derrotarán a la reina de Islandia. Germanos y vikingos, hermanos de sangre de una vieja estirpe.
Miedo, un sentimiento que confunde irremediablemente a Brunilda. Una emoción que suele acompañar al amor. Cuando nos enamoramos nos volvemos vulnerables. La reina se siente extraña en compañía de Sigfrido, y no es capaz de confesar a su alma los verdaderos motivos.
Krimilda y Brunilda frente a frente, dos mujeres, dos pasiones, dos amores diferentes para Sigfrido. Un alma envenenada clama venganza.
La lanza y la traición, el héroe inocente y confiado sucumbe a la mentira y al engaño. La vida misma. El cobarde siempre ataca por la espalda.
En la noche la comitiva marcha a través del bosque, los hombres compungidos portan antorchas, y el blanco corcel sigue de cerca el cuerpo sin vida del héroe. El traslado del cadáver de Sigfrido, mientras suena la marcha fúnebre compuesta por Wagner, es el momento más emotivo de toda la película.
Los cielos anuncian a Krimilda el fatal desenlace, la tragedia inevitable. Su corazón muere con el de Sigfrido.
Hagen roba el anillo y huye en busca del tesoro. Todo se desmorona, es el crepúsculo de los Dioses. Cae el telón.
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